En el lenguaje de la expresión organizacional se desarrolla una multitud de escucha por la necesidad de crear espacios económicos colectivos (cooperativas) que tratan de explicitar una ética de autogestión que rompe los esquemas del individualismo gestado por el capitalismo.

El texto de Quilvio Madera es un libro que me ha dado un gusto leerlo, lo titula: Antropología y filosofía del cooperativismo. Encontré una memoria del cooperativismo con unos rizos en el que sobresale la solidaridad, reciprocidad, autogestión, el ahorro comunitario y el apoyo del grupo que se manifiesta con la base del bien común.

Los colectivos se expresan amasando el pan y promoviendo las ganancias para todos. Las cooperativas se caracterizan por sostener una ganancia, bajo la fórmula de una gobernanza ética y democrática.  El poder organizativo de una red de cooperativismo es la base que rompe la individuación económica. Yo la pienso como un banquete que abriga y presenta,  lo comunitario, como una revuelta que incendia los valores de la sociedad tradicional.

El autor es preciso cuando describe que aborda  el cooperativismo desde una mirada de la antropología filosófica, pues rompe al ser que amasa, lo económico, bajo estructuras jerárquicas, y formas de organizar el trabajo y crear valor bajo herramientas autoritarias, las cuales concentran el poder en pocas manos. En el capitalismo es normal  que las corporaciones apunten en una dirección, la de tomar las ganancias de los otros, por lo que excluyen de las riquezas a los campesinos, obreros y pequeños propietarios, entre otros.

Es evidente que las ideas que gestaron la compartición de una intimidad colectiva se muestran en una cascada de brazos que luchan arduamente en un mundo donde florece la cultura del ahorro y de los movimientos que operan contra los principios de una tecnología digital que desarrolla software y redes libres.

Quilvio propone una antropología redentora de lo humano. El autor reconoce que el orden simbólico entre el alma y el cuerpo siempre necesita la intervención del otro, aunque el gran otro se interponga entre el alma y el cuerpo.

La red necesita de los otros, para que la vida continúe. La propuesta de lo colectivo como significante propone lucidez y  coordinación, donde la propuesta se abre potenciando la fuerza del grupo. Es seductora la idea de una gobernanza algorítmica, en la que se rompan las jerarquías y se introduzcan plataformas cooperativas.

El autor,  en verdad, es un tremendo provocador cuando nos dice que tengamos cuidado con ese cooperativismo digital que opera con infraestructuras tecnológicas que siguen una mediación política individualista.

Yo me estremecí pensando en esos proyectos creados desde el Estado para el bien común, pero que se constituyen en una propiedad controladora de lo público que rompen las bases solidarias que el sistema cooperativista propone como reflexión analítica.

Yo reivindico las cooperativas, porque son ese tipo político que rompen los autoritarismos que desde la modernidad se vendieron para imponer la individualidad y corporaciones que no negocian indulgencias con la clase trabajadora. Esos charlatanes son los que proponen un amo por encima de la sociedad.

Quilvio reflexiona con un discurso humanista moviéndose entre la antropología filosófica y las ciencias sociales. En su narrativa se da cuenta que en el país no existe una jurisprudencia actualizada, ni políticas públicas  que permitan empujar el sistema de cooperativa frente al sector financiero tradicional.

Yo soy fiel y estoy segura que la causa general del sufrimiento está en las raíces materiales, ideales, en las posturas éticas y estéticas que alimentan al capitalismo extractivista y petróleo. Ellos son los pervertidos de la historia. Esas personas están  alienadas con  los doctrinarios fascistas y se refrescan con la inmediatez de los esclavos del mercado.

Los medios para alcanzar la solidaridad, la igualdad,  y la libertad no se pueden cimentar en estructuras que sigan consagrando al capital como el Gran Patrón, al que siempre se le debe salmear para que prodigue la nata que dará color al café. En los espacios de lo inconsciente del capitalismo brilla notablemente el hurto y el silencio, dándole fuerza a un yo que no aguanta como dice Quilvio Madera la interpelación del otro.

Las cooperativas son vistas por el autor como ese discurso ético que obliga a mirar al otro. En boca de Paul Collier, en la sociedad y cultura capitalista se  rompe una brecha geográfica y de Estado de derecho, pues lo que reaparece es un escenario de la vida que permite que la cooperación se deslice en un reparto equitativo y sostenido con la responsabilidad de que se produzcan servicios mutuos.

Las cooperativas se corresponde con un orden que impulsa la libertad, una moralidad diferente que crea y modela una economía que se desarrolla, bajo una conciencia colectiva.

El autor muestra que las cooperativas crean nuevos pensamientos e inclusión. Como estructura económica solidaria actúan para crear una propuesta autogestionada. Gracias Quilvio, por señalar que la sociedad necesita una nueva dimensión ética para desarrollar una memoria colectiva que actúe para crear humanidad, esa que abrazan las cooperativas como puente trascendente que arroja esperanza.

Fátima Portorreal

Antropóloga

Antropóloga. Activista por los derechos civiles. Defensora de las mujeres y los hombres que trabajan la tierra. Instagram: fatimaportlir

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