Hoy quiero reflexionar sobre temas que parecen desconectados, pero tienen un común denominador: el abuso, la muerte, la desesperación, el hambre, el frío e impotencia. La crueldad gobierna al mundo y como en un gran estadio presenciamos acciones inhumanas en la televisión, los periódicos y redes sociales.
Nadie escucha el clamor por la vida del difunto papa Francisco y vemos con indiferencia como César baja el dedo y la persecución llega a niveles extremos. Y eso no pasa solo en Gaza o Ucrania, en este lado del mundo los inmigrantes han perdido su humanidad.
Un Estado tiene derecho a deportar a inmigrantes indocumentados, pero respetando la vida. En los procesos de deportación de haitianos e inmigrantes en los Estados Unidos, la vida no vale nada.
En el estado de Massachusett una niña brasileña de quince años cae contra una pared cuando un agente de ICE (United States Immigration and Custom Enforcement) la retira forzosamente de su madre y la tira con fuerza para evitar que la joven defiende a su mamá del arresto y deportación.
La vida en los Estados Unidos dio un giro inesperadamente aterrador con el nuevo presidente Donald Trump. Formas autoritarias y antidemocráticas, despidos masivos, amenazas con cortar o eliminar por completo el seguro social de pensionados, cortar fondos a instituciones benéficas, criminalizar a las personas transgéneros, incrementar aranceles a China, México, Canadá y otros países, cortar fondos a las universidades por sus políticas “antisemitas”, negar la ciudadanía norteamericana a los niños y niñas nacidos en el país de padres indocumentados, y deportaciones masivas de inmigrantes sin documentos entre otras barbaridades.
Las deportaciones comenzaron luego de la inauguración del nuevo gobierno. Los vecindarios de inmigrantes lucían vacíos. Los pequeños iban a las escuelas con el temor de no encontrar a sus padres a su regreso.
El terror invadió a la comunidad venezolana en particular a quien Trump culpo de ser agentes enemigos de los Estados Unidos a través de una organización criminal llamada el Tren de Aragua y usa la ley llamada “Alien Enemy Act” de 1798 para acusar a los venezolanos de terroristas. Cientos de estos venezolanos son enviados a El Salvador y detenidos en el terrorífico Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT) y otros enviados a Guantánamo en Cuba. Existen otros inmigrantes que lo mandan directamente a El Salvador sin ser procesados legalmente.
Las acusaciones de Trump son declaradas inciertas por una investigación realizada por el New York Times.
La incertidumbre, el miedo y el terror de los agentes de ICE hacia inmigrantes indocumentados en los Estados Unidos llega con mayor virulencia a la República Dominicana.
Como copiando a Donald Trump, el gobierno dominicano lanzó la orden de deportar a todos los haitianos sin documentación adecuada. “Los papeles” te otorgan humanidad sin “papeles” eres un desperdicio.
De repente apareció un grupo cuasi paramilitar llamado “La Nueva Orden” que predicaba sobre la amenaza haitiana a la soberanía de la República Dominicana. La invasión de haitianos al país era inminente. Invasión que apoyan las Naciones Unidas y otras instituciones como lo son las ONGs quienes también quieren la unificación de la isla.
Lo que piden estas organizaciones es cooperación entre ambos países. Las unificaciones de países pasó de moda luego de la caída del Bloque Socialista, cuando países que fueron unificados a Rusia se separaron en algunos casos violentamente. El episodio más triste fue la guerra de Yugoslavia luego de la caída del socialismo. En otras palabras, la unificación de las repúblicas de Haití y Dominicana es un gran disparate.
Un ferviente fanatismo patriótico inundó las calles con marchas, apariciones en la prensa y redes sociales. Hombres gritando que les dolía su país, mujeres confiscando banderas de “comunistas”, otros vociferando que las parturientas haitianas no les daban lugar a las dominicanas en los hospitales y que los niños dominicanos ya no tenían escuelas a donde asistir porque los haitianos ocuparon todos los pupitres. Ojos, voces, ademanes llenos de odio que ven, hablan y señalan una realidad inventada.
Lourdia Jean Pierre de parto no va al hospital por temor a ser deportada. Se desangra, la policía llega, se lleva preso al papá y al bebe, a ella la dejan en el piso y cierran la puerta. Una mujer con menos de ocho horas de partida la sacan de su cama y la meten en una guagua sin el bebe con orden de deportación. Otra mujer la saca de su cama luego de una cesárea. En Baní un haitiano muere de un disparo de la policía. Otros haitianos corren y son golpeados sin misericordia.
En este gran estadio global no quiero ser una espectadora. No quiero seguir “cantando cual si no pasara nada”. No quiero ser cómplice con mi silencio y alzo mi voz en favor de los inmigrantes.
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