En el Imperio otomano o turco había una ley no escrita, pero no violada por ningún sultán. Esa ley consistía en que cuando un hijo heredaba el imperio y se convertía en Sultán podía matar a sus hermanos.

Esa actitud, cruel en lo humano, obedecía a una razón política considerada imprescindible para la unidad del imperio. Para los otomanos lo principal no eran los lazos sanguíneos, sino el imperio, y entendían que la manera de mantenerlo inmune a las divisiones que generan la lucha por el poder era matando a los que por derecho de sangre les correspondía en un momento determinado aspirar al trono. Era tal la importancia que los otomanos le asignaban a la unidad del imperio. Ellos sabían lo que aún hoy algunos amigos, incluso estudiosos de la historia, no terminan por entender: un imperio dividido es un imperio derrotado.

En cada hermano, el sultán veía a un conspirador. Tan pronto el hijo se convertía en sultán dejaba de ver a sus hermanos como tales y pasaba a verlos como competidores por el trono. Como enemigos.

La solución fue darle al sultán la potestad de matar a sus hermanos, aunque fuesen recién nacidos. Pero, aunque por mucho tiempo mantuvieron el imperio unido, y se expandieron por Asia y Europa, no fue posible mantenerlo todo el tiempo al margen de las intrigas y conspiraciones palaciegas. Finalmente vinieron las divisiones y las derrotas.

Otra institución que siempre ha puesto atención especial a su unidad es la iglesia católica. Pero tampoco ella estuvo inmune a la división. De la iglesia católica de Roma salió la iglesia ortodoxa de Rusia. Ocurrió en el año 1056, cuando un grupo de sacerdotes y cardenales se sublevó y se separó del papa de Roma. Aquel fue un gran sismo dentro de la iglesia.

La religión musulmana tampoco fue inmune a las intrigas y divisiones. Muerto Mahoma vino la lucha por el trono y vinieron las divisiones y la fundación de diversas sectas, como la chiita y sunita, que aún hoy, mil quinientos años después, son enemigos irreconciliables.

Definitivamente, se trata de la naturaleza humana y la constante lucha por el poder. Al final, donde hay personas hay ambiciones, egos, orgullos y guerras por el dominio de los espacios y por vencer a los otros, y todo eso, tarde o temprano, conducen a las divisiones y derrotas.

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Juan Bosch, estudioso de la historia, conocía todo eso y más. Por eso cuando en 1973 fundó el PLD quiso blindarlo del cáncer de las divisiones. Creó un partido pequeño basado en los famosos Métodos de Trabajos, como el de la unificación de criterios. Siempre creyó que un partido orgánicamente grande termina dividido.

Bosch fue infatigable predicando la importancia de mantener la unidad. Creó en la militancia del PLD un sentimiento fuerte contra el grupismo, que según decía era el germen de la división.

Bajo su liderazgo el PLD no se dividió. Pero para mí no fueron los métodos de trabajos ni la prédica contra los grupos lo que lo mantuvo unido. A mí juicio se debió a su fuerte liderazgo, sustentado en su carisma, ideas, y sobre todo, autoridad moral, que se traducía en autoridad política. El liderazgo político sin autoridad moral es efímero. Cualquier viento lo remenea y lo tumba. Nadie podía medirse con el liderazgo moral y político del profesor. Hubo sí pequeños desprendimientos, pero no divisiones. División con toda regla la hubo en el 2019 cuando el doctor Leonel Fernández salió del PLD y formó Fuerza del Pueblo. Además, en los tiempos de Bosch el PLD no tenía vocación de poder, sino revolucionaria. Para el PLD lo primero era hacer la revolución, no el poder en sí mismo. En ese contexto no había lucha ni ambiciones por el poder.

Eso cambió cuando llegamos al poder en 1996, que coincidió con el desplome del bloque revolucionario mundial y de las ideologías. A partir de ahí lo primero pasó a ser llegar al poder por el poder mismo. Las ideas y los pensamientos se fueron al carajo. Vinieron las luchas del 1999, 2007, 2011 y 2015, cada una con más fuerza que la anterior. Hubo grietas, sismos, temblores, pero el edificio no se derrumbó, hasta que en el 2019 fue sacudido de mala manera, dividido y sacado del poder.

Para entonces las ambiciones habían crecido demasiado y se habían entronizado en la organización. Dos líderes hegemonizaban. Ya no se trataba de un solo líder como en los tiempos de Bosch. No. Ya había dos líderes, ambos con poder, mucho poder. Uno había sido presidente tres veces, y conservaba su brillo para volver, y otro, con dos períodos y opuesto al regreso del otro. Fue imposible conciliar esas diferencias como en otras ocasiones. Por más que se quiso no se pusieron de acuerdo. Los egos, las ambiciones, el rechazo del uno al otro terminaron en divisiones y en la derrota del PLD y de ambos. Perdió el que se quedó y perdió el que se fue, y perdió todo el mundo, aún los que erradamente creen que ganaron y gozaron la derrota del PLD. Hoy ambos siguen queriendo lo mismo: el poder. Uno lo busca para su organización porque está impedido constitucionalmente y el otro para él.

Hoy en el PLD se perciben turbulencias. Un ambiente tenso flota en el aire. Cuando una organización está débil cualquier tontería la sacude y la divide. Se vive buscando argumentos para tensar las contradicciones y marcharse. Las divisiones nunca son protagonizadas por la base. Las protagonizan las cúpulas, los jefes, los líderes. Las cúpulas hablan de unidad, pero terminan dividiendo, porque es ahí donde más crecen los egos y las ambiciones, y donde algunos se creen líderes y se visualizan con méritos y condiciones para ser presidentes de la República. Y luchan a capa y espada para serlo, sin importarles que, por esas luchas, el partido que les dio principalia en la sociedad, se lo lleve el diablo.

Farid Kury

Político, escritor y periodista. Ha escrito decenas de artículos en los principales diarios nacionales. Ha ocupado diversos cargos públicos. Ha sido asistente de la sindicatura de Son Pedro de Macorís (1998), Director de Prensa de la Procuraduría General de la República y de la Dirección General de Prisiones (1990), Gobernador Civil de la Provincia de Hato Mayor (1996), Candi-dato a Senador por el PLD (1998), Embajador Adscrito a la Cancillería, Encargado de Asuntos de Medio Oriente (1999-2004), Director del Departamento Cultural del Ayuntamiento de flato Mayor del Rey (20011). Asistente Asesor de los Comedores Económicos del Estado (2007), Coordi-nador Técnico de la Región Higüamo de FEDOMU (2011). en la actualidad es asesor Cultural del Senado de la República Dominicana. Es autor de varios libros: "¡Juan Bosch, ¡Entre el Exilio y el Golpe de Estado” (2000), “¡Peña Gómez, ¡Biografía para Escolares” (2003), “Francis Caamaño, ¡Una Vida” (2005), Trujillo, El Gladiador” (2006), “Juan Bosch, Memorias del Golpe” (2007), “Personajes, Triunfos y Caídas” (2008), “Minerva Mirabal, La Mariposa” (2010), “Juan Pablo Duarte, El Apóstol!' (2010), "Juan Bosch, del Exilio al Golpe de Estado" (2013), "Francis Caamaño, Entre Abril y Caracoles" (2014), lbs, de Restaurador a Tirano" (2015).

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