El poder, al igual que las leyes, la jerarquización social, el derecho de propiedad, el dinero y otras construcciones similares, son ficciones creadas por las personas, en términos generales, para producir cierto orden social y permitirnos convivir en aparente armonía. Sin embargo, estas ficciones pueden debilitarse o incluso desaparecer si las personas dejan de creer en ellas. Naturalmente, aunque una norma esté legalmente vigente, si quienes están sujetos a ella no la perciben como vinculante, y si los órganos jurisdiccionales o las instituciones no coaccionan su cumplimiento, dicho texto no pasa de ser un mero pedazo de papel. Un poema, tal vez.

Desde una perspectiva utilitaria, la ciudadanía, desde su imaginario, estima que el poder que emana de las instituciones se origina en que:

  1. entienden que estas poseen autoridad como consecuencia del contrato social; y/o
  2. porque las instituciones cuentan con potestad sancionadora, de la cual pueden hacer uso cuando los ciudadanos incumplen disposiciones que, evidentemente, son vinculantes.

En consecuencia, algunos ciudadanos obedecen la ley y respetan el poder institucional por entender que se trata de una obligación natural (como si se tratara de una ley física, como la gravedad); otros, por temor a ser sancionados por un Leviatán ficticio.

Ahora bien, todo esto suena bastante claro y bonito cuando se presenta en un libro de texto de Derecho Administrativo, Introducción al Derecho o incluso en Economía Conductual. Sin embargo, en nuestro queridísimo país crece un cáncer terrible, sin pausa ni descanso, mientras las autoridades parecen inertes ante el problema: me refiero al tránsito y a la responsabilidad de la DIGESETT en su regulación. No es un secreto que el tránsito se ha convertido en un caos, especialmente en nuestra capital, sin que las autoridades den pie con bola. A simple vista, parece que están improvisando, tirando tiros al aire para ver si alguno la pega.

Pero como casi todo en nuestro país se toma a relajo, el problema de la DIGESETT es más profundo de lo que sus incumbentes suponen. Ahora bien, ¿Por qué? Porque esta institución actúa bajo una premisa incorrecta: que el problema que están gestionando es exclusivamente el tránsito. Pero no es así. Lo que realmente está ocurriendo, más allá del caos vial, es que la ciudadanía ha perdido el respeto por la autoridad conferida a la DIGESETT. Es decir, aunque los agentes estén facultados para dirigir y regular el tránsito, muchos ciudadanos —en especial los motoristas, que representan aproximadamente el 85% de los casos— no acatan las reglas porque no perciben a esta entidad como una autoridad que deba respetarse.

Esta percepción deteriorada se refleja, irremediablemente, en los numerosos videos que circulan en redes sociales, muchos de ellos con un tono jocoso, donde se observa a motoristas circulando por elevados (aunque esté prohibido), mientras los agentes de la DIGESETT intentan detenerlos sin éxito. Otros muestran conductores transitando en contravía, entre otras supuestas “hazañas” que nuestro imaginario colectivo aplaude desde la comodidad de una casa u oficina.

En pocas palabras, la percepción ciudadana sobre la DIGESETT como autoridad legítima y con poder se está diluyendo rápidamente, a pesar de que existan leyes que le otorgan tal prerrogativa. ¿Por qué ocurre esto? Desde mi perspectiva, todos cargamos con una cuota de responsabilidad por la situación del tránsito:

*los políticos, por permitir un sistema educativo débil;

*el sistema judicial, por premiar la impunidad de quienes transgreden las normas de tránsito;

*la ciudadanía pensante, por aplaudir o justificar las acciones incorrectas que vemos en videos y, en muchos casos, por intentar sobornar o intimidar a los agentes utilizando influencias o conexiones políticas o empresariales.

Antes de concluir, vale la pena recordar una reflexión, graciosa pero cierta, que he escuchado en múltiples ocasiones: cuando un ciudadano dominicano viaja a Estados Unidos, sin importar cuán temerario sea al volante en República Dominicana, se transforma – como por arte de magia – en el mejor conductor del mundo. Incluso se dice que, por un momento, su nacionalidad cambia a suiza. Esto pone de manifiesto que nuestro problema no es la falta de normas, sino la percepción del cumplimiento de las mismas y del respeto a la autoridad.

Es evidente que, dado que el imaginario dominicano percibe a las autoridades estadounidenses como dura en el cumplimiento de sus normas -con consecuencias claras como multas o deportación- , nadie se atreve a “jugársela” allá. Si nuestras autoridades lograran hacerse respetar (sin violencia), mediante los mecanismos legales vigentes y fortaleciendo los elementos institucionales conexos, es posible que también la percepción sobre la DIGESETT mejore y, con ella, nuestro tránsito.

Jorge Lora Olivares

Atleta y abogado

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