Vivimos en un mundo convulso. Suenan tambores de guerra por todas partes. El secretario de la Guerra estadounidense, Pete Hegseth, convoca junto a Trump a más de 800 generales y almirantes para instruirles prepararse para la guerra ¡contra sus propios estados! Y convertir sus ciudades en campos de entrenamiento.
En Europa, Rusia avanza en territorios de Ucrania y no está dispuesta a parar mientras no se le garantice que la OTAN no va a seguir colocando misiles a sus puertas. Occidente se involucra cada día más. Además, los países europeos viven clamando “ahí viene el lobo”, para alentar una paranoia guerrerista que les permita convencer a sus ciudadanos de renunciar a su bienestar material con tal de comprar más armas.
Y Estados Unidos, que lo que quiere es vender más armas.
Genocidio en Palestina, que no parece tener esperanzas de parar, excepto una propuesta de Trump y Netanyahu que consiste en una rendición incondicional del único grupo palestino que mantiene la resistencia, entrega de sus armas y un futuro de sometimiento a sus propios verdugos, permitiendo que sigan ocupando sus territorios bajo tutela extranjera.
La humanidad se está olvidando de librar la única guerra por la cual vale la pena luchar: los objetivos de desarrollo sostenible
También entregar sus rehenes bajo la promesa de que Israel también entregará los suyos, a sabiendas de que dejará a pocos de ellos llegar vivos a donde están los escombros del lugar donde vivían. Solo para después irlos cazando uno a uno, ahora que tendría el control total del territorio.
Qué dicha propuesta sea considerada aceptable e incluso ponderada por el propio Hamás, pese a que sería como volver a matar a sus muertos con tal de salvar la vida de algunos de los que quedan; y la humanidad vivir la angustia de ver triunfar tanta barbarie como simples espectadores, sabiendo que no hay nadie en el mundo dispuesto a detenerla.
Y con la convicción de que la guerra apenas amainará, como no ha parado en 70 años, pues en 2023, antes de la acción terrorista del 7 de octubre, cuando supuestamente no había guerra, Israel ya había liquidado a 234 palestinos.
Genocidio en Sudán, guerra en Yemen, amenazas de nuevos ataques a Irán y alborotos en diversos lugares de Medio Oriente, África y Asia. Y hasta en América Latina, la única región pacífica del mundo, amenazas de desembarco militar.
En los centros de pensamiento estadounidenses y espacios de discusión, el tema que más atención amerita es cómo llevar la guerra al Pacífico y derrotar a China, mientras en China se discute cómo prosperar sin guerra o sin ser derrotada.
Y en medio de tanto barullo, la humanidad se está olvidando de librar la única guerra por la cual vale la pena luchar: la consecución de los objetivos de desarrollo sostenible (ODS).
Todos fundamentales, pero muy en particular aquellos que ameritan mayor premura, como la erradicación del hambre en el mundo, la reducción de las desigualdades sociales, el acceso universal a salud y educación y la preservación del medio ambiente.
Desde que existe el ser humano ha habido pobreza, pero nunca el mundo había dispuesto de tanta riqueza como la disponible hoy para eliminar el hambre; desde que se inició la propiedad privada ha habido desigualdades e injusticias, pero nunca la riqueza se había acumulado en pocas manos en cantidades tales que es imposible gastarla, aunque se vivieran múltiples vidas.
Y que sus detentadores estén dispuestos a usar su riqueza para condicionar la democracia e imponer gobernantes que les eximan de impuestos con tal de ni siquiera aportar algo al fondo común.
La forma más sencilla de evadir pagar los costos de combatir el cambio climático es negar su propia existencia o nuestra responsabilidad en ello
Todos los objetivos conllevan costos y sacrificios, por lo cual, aquellos llamados a pagar más han emprendido una guerra contra los propios ODS y, de paso, contra el sistema de las Naciones Unidas. Apoyan todas las guerras, excepto la que puede salvarnos. La forma más sencilla de evadir pagar los costos de combatir el cambio climático es negar su propia existencia, o negar nuestra responsabilidad en ello.
A lo largo de la vida sobre el planeta, diversos cambios climáticos ocasionados por impactos de asteroides o fenómenos tectónicos han provocado extinciones masivas de especies animales y vegetales, pero esta vez sería el primer y único cambio climático que obedecería a la acción humana, y con ello sería el hombre la única especie que tiende a provocar su propia extinción, en este caso, sin necesidad de explosión atómica. ¡Vaya estupidez del Homo sapiens!
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