Recientemente se conoció en la opinión pública el estudio realizado y publicado por UNICEF (2024) sobre la situación de niños, niñas y adolescentes ante la violencia en la República Dominicana.

El estudio confirma lo que muchos otros estudios cualitativos y cuantitativos han demostrado, el predominio de la violencia como método de crianza en el país. En el estudio se muestra que el 63.5% de niños y niña de 1- 14 años sufren maltrato en sus hogares lo que es aún mayor en la población infantil de 3 a 4 años llegando a un 70%.

Estas cifras son altamente preocupantes. Demuestran que muchos hogares y familias no son espacios seguros ni de protección para la niñez, sino que por el contrario son lugares hostiles donde la niñez no cuenta con derechos ni respeto a su integridad física y emocional.

Estas prácticas de crianza basadas en el uso de la violencia para corregir a población infantil están totalmente legitimadas y aceptadas en nuestra sociedad.

Se entiende que darle una “pelita” es una corrección necesaria para la “educación” de la población infantil. Este sentido de corrección legitima la violencia entendiéndose que su objetivo es “mejorar” la conducta y promover las pautas culturales que sostienen la interacción social.

Urge la aprobación de esta ley y el desarrollo de programas y campañas educativa dirigidas a personas adultas cuidadoras de población infantil y adolescente en centros educativos y familias sobre el uso de métodos de disciplina positiva y los derechos de la niñez-adolescencia.

Las pelas, los gritos y los insultos, son parte del ejercicio del autoritarismo y abuso de poder de población adulta para “someter” a la población infantil y así enseñarle la cultura autoritaria que rige en nuestra sociedad. Se promueve la niñez relaciones verticales, de sumisión y subordinación despojadas de derechos.

La revisión y crítica al uso de la violencia como método de corrección de conductas es necesario y urgente  junto con la cultura machista que lo fortalece. Las consecuencias de este estilo de crianza violento se plasman en nuestra historia como sociedad y en la convivencia actual. La violencia que sufre la población infantil impacta en su vida de forma determinante. Se traduce en la dualidad entre conductas de subordinación-sumisión ante determinadas estructuras de poder sin cuestionarlas sino reproduciéndolas y conductas violentas hacia todo lo que le rodea (incluyendo el medioambiente).

La violencia social en que vivimos se plasma en nuestra realidad de forma alarmante.   Las relaciones de género, personales y sociales están basadas en la violencia. Una proporción significativa de mujeres son víctimas continuas de violencia y feminicidios. Las riñas junto a los accidentes de tránsito son las principales causas de muerte de la población masculina y tenemos serios problemas de inseguridad ciudadana.

Todos estos elementos tienen como raíz principal el aprendizaje normalizado de la violencia en todos los ámbitos (familiar, educativo, comunitario y político). – Cada niño, niña, adolescente que sufre golpes y todo tipo de maltrato de personas que asocian sus correcciones violentas con el amor y el afecto, construye su mundo afectivo-social desde ese escenario amar-odiar, amar-violentar.

La niñez y adolescencia no cuenta con un aprendizaje de sus derechos, estos no están presentes en la vida familiar ni en la escuela. No se les escucha, no tienen voz y las personas adultas no confían en la población infantil que tienen bajo su cuidado y tutela.

Existe una ley que establece un régimen de consecuencias para el uso de la violencia contra la población infantil y adolescente y que indica la necesidad de educar en centros educativos, familias y entorno social desde la crianza positiva. Esta no se ha aprobado.

Urge la aprobación de esta ley y el desarrollo de programas y campañas educativa dirigidas a personas adultas cuidadoras de población infantil y adolescente en centros educativos y familias sobre el uso de métodos de disciplina positiva y los derechos de la niñez-adolescencia.

No se trata de libertinaje, ni de ausencia de correcciones, se trata de corregir desde la responsabilidad, el respeto y las consecuencias. Una conducta no cambia con un golpe o con el maltrato verbal (insultos, gritos, desahogo), para que una conducta cambie se necesita la revisión de la misma desde sus consecuencias y el trabajo del  sentido colectivo de las conductas no  reducidas a la individualidad.

El maltrato infantil debe ser visto como un delito grave contra el grupo de población más vulnerable que existe en nuestra sociedad que necesita afecto, cuidado, acogida y protección.

Este artículo fue publicado originalmente en el periódico HOY

EN ESTA NOTA

Tahira Vargas García

Antropóloga social

Doctorado en Antropología Social y Profesora Especializada en Educación Musical. Investigadora en estudios etnográficos y cualitativos en temas como: pobreza- marginación social, movimientos sociales, género, violencia, migración, juventud y parentesco. Ha realizado un total de 66 estudios y evaluaciones en diversos temas en República Dominicana, Africa, México y Cuba.

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