En Madrid, España, el 8 de junio de este año, Alberto Núñez Feijóo, presidente del Partido Popular y líder de la oposición en el Congreso de los Diputados, convocó a la ciudadanía a manifestarse bajo el lema: Mafia o democracia; para mostrar así su rechazo a las políticas del Gobierno de Pedro Sánchez. Ese mismo día Feijóo prometió "liderar la revolución de la decencia" ante decenas de miles de personas que llenaron la plaza de España de Madrid y algunas de sus calles aledañas.

La expresión "revolución de la decencia" se refiere a un llamado a un cambio social o político basado en principios de honestidad, ética y respeto. Aquí en el país, los partidos políticos que hacen aprestos electoreros con miras al 2028 bien pudieran hacer la misma promesa.

En el escenario de la política electoral, la búsqueda del poder y el choque de ideologías suelen dominar el discurso. Sin embargo, en medio del caos y la polarización, hay un aspecto esencial que debe guiar nuestras interacciones políticas: la decencia. La frase ha sido utilizada en otros contextos para referirse a cambios sociales impulsados por la demanda de mayor integridad y valores morales en la vida pública.

La política de la decencia enfatiza la importancia de la compasión, el respeto, la justicia y la integridad en el gobierno. Fomentar una cultura de empatía y conducta ética puede fomentar el diálogo constructivo, salvar las divisiones y fortalecer los procesos democráticos.

La decencia en la política comienza con la compasión y la empatía. Reconoce que detrás de cada decisión política se encuentra el potencial de impactar vidas reales. Al cultivar la empatía, los políticos pueden comprender mejor los desafíos que enfrentan sus electores y formular políticas que prioricen el bienestar de todos los miembros de la sociedad.

Un enfoque compasivo de la gobernanza implica escuchar activamente diversas voces, considerar las necesidades de las comunidades marginadas y promover la justicia social. Cuando los políticos demuestran empatía genuina, construyen puentes de entendimiento, fomentan la unidad y generan confianza entre los ciudadanos.

La política de la decencia requiere un discurso respetuoso y un diálogo constructivo. En una democracia saludable, las personas con opiniones diversas deben entablar conversaciones abiertas y respetuosas, reconociendo que el desacuerdo es una parte natural del discurso político.

Al centrarse en los méritos de las ideas en lugar de los ataques personales, los políticos pueden fomentar un entorno propicio para la colaboración y el compromiso. El discurso respetuoso fomenta el intercambio de diversas perspectivas, lo que conduce a políticas más completas que sirven a los intereses colectivos de la sociedad.

La decencia en política abarca la conducta ética y la transparencia. Exige que los políticos mantengan los más altos estándares de integridad y honestidad. El liderazgo ético incluye abstenerse de la corrupción, el nepotismo y la explotación de cargos públicos para beneficio personal.

La transparencia asegura que los ciudadanos tengan acceso a información veraz y sean conscientes de los procesos de toma de decisiones. Cuando los políticos actúan con integridad y transparencia, inspiran confianza pública, fortalecen las instituciones democráticas y reducen el cinismo hacia la política.

La política de la decencia abarca la inclusión y la igualdad. Reconoce el valor y la dignidad inherentes de cada individuo, independientemente de su origen, raza, religión, género o condición socioeconómica.

La política decente busca desmantelar las barreras sistémicas y lucha por la igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos. Al promover la inclusión, los políticos pueden garantizar que las comunidades marginadas sean escuchadas, representadas y protegidas.

Es necesario abordar las desigualdades estructurales, fomentar la diversidad en los órganos de toma de decisiones y defender los derechos humanos. La inclusión y la igualdad son esenciales para construir una sociedad justa y decente.

El liderazgo mediante el ejemplo está en el centro de la política de la decencia. Los políticos deben encarnar los valores que defienden y servir como modelos a seguir para el comportamiento ético. Los políticos que lideran con decencia fomentan una cultura de integridad e inspiran a los ciudadanos a participar activamente en el proceso político.

Cuando los líderes demuestran decencia en sus acciones y palabras establecen un tono positivo para el discurso político e inspiran a otros a seguir su ejemplo. El liderazgo mediante el ejemplo implica humildad, responsabilidad y compromiso de servir al bien común en lugar de los intereses personales.

Los frenos y contrapesos son cruciales para un gobierno que funcione éticamente. Al prevenir el abuso de poder, promover la rendición de cuentas, equilibrar intereses contrapuestos, salvaguardar los derechos individuales y fomentar la estabilidad, este sistema de equilibrio sirve como piedra angular de la gobernabilidad democrática.

Aunque es posible que una mayoría entienda intuitivamente el significado de ‘decencia’ y lo que acarrea la idea de ‘persona decente’, conviene examinar la rica esencia que en ella se encuentra. El entendimiento usual de la palabra conduce a sinónimos como “recato, honestidad, modestia y dignidad”.

Cuando con libertad se actúa de cierta manera será aplicable el calificativo de “conducta decente”. Cuando esa libertad de actuar con decencia se convierte en hábito y compromiso, entonces será aplicable el calificativo de “persona decente”. ¡Hacen falta líderes decentes para liderar la revolución de la decencia de aquí!

Héctor Rodríguez Cruz

Académico, filósofo

Obtuvo su Ph.D en el Departamento de Filosofía del Derecho, Moral y Política II (Ética y Sociología), dentro del Programa de Filosofía y Lenguaje: la Formación Humanística en el Desarrollo Personal y la Identidad Sociocultural, de la Universidad de Complutense de Madrid.

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