Al llegar diciembre, muchos cristianos en todo el mundo comienzan a celebrar la Navidad. Para una gran mayoría, apartar un día del año para recordar el nacimiento del Salvador parece algo muy bueno, incluso necesario. Sin embargo, además de la opinión del hombre y de las tradiciones religiosas acumuladas a lo largo de los siglos, todavía existe una única opinión verdaderamente decisiva: la Palabra de Dios, la Biblia.

Un auténtico cristiano debe preocuparse, no por lo que diga o haya establecido el hombre, sino por lo que diga Dios. El criterio supremo de juicio no es la costumbre, ni la cultura, ni siquiera la tradición de la iglesia, sino la revelación escrita. La expresión bíblica “Así ha dicho el Señor” constituye el juicio más elevado para todo. Allí donde Dios ha hablado con claridad, el creyente está llamado a obedecer; allí donde Dios ha guardado silencio, el creyente debe ser prudente y humilde.

Conviene entonces hacernos una pregunta que muchos parecen haber olvidado: ¿existe algún mandamiento en la Biblia para que recordemos el nacimiento del Señor con una fiesta anual? De acuerdo con las Escrituras, el Señor Jesucristo nos ordenó explícitamente recordar Su muerte en la Cena del Señor: “haced esto en memoria de mí” (1 Co 11:24–25). No encontramos, en cambio, un mandato semejante respecto de la celebración de Su nacimiento. Una persona que cree firmemente en la autoridad de la Biblia estará de acuerdo en que lo que Dios no ha ordenado es tan significativo como lo que Él ha ordenado.

La luz de la Biblia nos invita a distinguir claramente entre tradición humana y revelación divina. Dios no ha ordenado que los hombres recuerden el nacimiento de Su Hijo en una fecha específica

Es verdad que muchos argumentan: “Dios no nos prohíbe celebrar la Navidad”. Pero la norma de nuestro andar no es simplemente si Dios ha prohibido algo o no, sino lo que Dios haya o no haya ordenado. La obediencia cristiana no se limita a evitar lo expresamente condenado, sino también a no añadir prácticas religiosas que el Señor no ha pedido. Por eso, además de restringirnos de aquello que Dios ha prohibido, debemos tener cuidado de no convertir en obligación espiritual lo que Dios no ha instituido como tal.

Nuestro sabio Señor sabe que fijar una fecha exacta para recordar Su nacimiento podría distraer la atención de lo esencial de Su obra redentora. Esta es la razón por la que en la Biblia no aparece la fecha del mes y del día en los que Cristo nació. Al inspirar las Escrituras, el Espíritu Santo intencionalmente omitió este dato. Con ello muestra la intención del Señor respecto a este asunto. Dado que la Biblia guarda silencio, nadie puede afirmar con certeza cuándo nació Jesús. Lo que sí podemos decir con bastante seguridad es que el 25 de diciembre no es la fecha histórica de su nacimiento.

El Evangelio de Lucas nos dice que cuando nació el Señor “había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño” (Lc 2:8). De acuerdo con las costumbres de la época, hacia finales de otoño los pastores ya no solían pasar la noche al aire libre con el rebaño, por causa del frío. Resulta difícil sostener, entonces, que el nacimiento de Jesús haya ocurrido a finales de diciembre, en pleno invierno. A esto se suma la dificultad del viaje de María, embarazada de varios meses, desde Nazaret hasta Belén en una estación tan dura, lo cual refuerza la idea de que la fecha tradicional no responde a criterios históricos ni bíblicos.

Si el nacimiento del Señor no fue el 25 de diciembre, ¿de dónde proviene entonces la Navidad? Históricamente, se sabe que, en el mundo romano, en torno al solsticio de invierno se celebraban fiestas dedicadas al dios Sol. Tres días antes del 25 de diciembre se producía el día más corto del año y, a partir de entonces, la luz comenzaba a prevalecer sobre la oscuridad. Esta fecha era asociada al nacimiento del “sol invicto”. Con el paso del tiempo, ciertos sectores de la iglesia, buscando facilitar la conversión de los paganos, adoptaron esa festividad y la reinterpretaron como conmemoración del nacimiento de Cristo. Así, una antigua fiesta idolátrica se transformó en tradición cristiana.

Esto hace evidente que la Navidad, tal como hoy la conocemos, es una construcción histórica y una invención humana, no un mandamiento expreso de Dios. Ahora bien, reconocer este origen no significa negar la importancia del misterio de la encarnación ni descalificar de manera automática a todo creyente que celebre la Navidad con sincera devoción. La cuestión de fondo es otra: no podemos elevar a la categoría de mandato divino lo que la Escritura no manda, ni juzgar la espiritualidad de un cristiano por su participación o no en una fecha que la Biblia no consagra.

Conviene entonces hacernos una pregunta que muchos parecen haber olvidado: ¿existe algún mandamiento en la Biblia para que recordemos el nacimiento del Señor con una fiesta anual?

Además, existe el peligro de que la Navidad se convierta en un tiempo de puro consumismo, sentimentalismo y tradiciones vacías, donde se habla más de regalos, fiestas y adornos que del Señor Jesucristo. Cuando la cultura moldea la fe, el resultado es una mezcla confusa de evangelio y folklore religioso. El Nuevo Testamento pone el acento en la cruz, la resurrección y la obediencia diaria, más que en la observancia de días especiales. Lo que Dios busca son corazones rendidos a Cristo todo el año, no solo el 25 de diciembre.

Frente a todo esto, la postura más saludable consiste en volver, una y otra vez, a las Escrituras. Cada creyente y cada iglesia deben examinar este tema como lo hacían los bereanos, que “escudriñaban cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así” (Hch 17:11). Quien decida aprovechar el tiempo de diciembre para predicar sobre la encarnación, meditar en el nacimiento del Salvador y practicar la generosidad, puede hacerlo en libertad, sin imponerlo como obligación a los demás. Y quien, por conciencia bíblica, prefiera no celebrar la Navidad como fiesta religiosa, también debe ser respetado.

En definitiva, la luz de la Biblia nos invita a distinguir claramente entre tradición humana y revelación divina. Dios no ha ordenado que los hombres recuerden el nacimiento de Su Hijo en una fecha específica; por tanto, no debemos hacer de esa práctica una medida de fidelidad espiritual. Más bien, estamos llamados a vivir bajo el señorío de Cristo cada día, reconociendo que la verdadera adoración no depende de un calendario, sino de una vida entera rendida a la voluntad de Dios.

José Manuel Jerez

Abogado

El autor es abogado, con dos Maestrías Summa Cum Laude, respectivamente, en Derecho Constitucional y Procesal Constitucional; Derecho Administrativo y Procesal Administrativo. Docente a nivel de posgrado en ambas especialidades. Postgrado en Diplomacia y Relaciones Internacionales. Maestrando en Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Diplomado en Ciencia Política y Derecho Internacional, por la Universidad Complutense de Madrid, UCM.

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