[Al conmemorarse en este mes de diciembre un aniversario más de la muerte de don Alejandro Grullón, republico parcialmente —por razones del espacio asignado a esta columna— y ligeramente modificado el obituario que publicara en 2020].
Un día de septiembre de 1996 me encontraba trabajando en el bufete Pellerano & Herrera cuando Ricardo Pellerano, socio gerente de la firma, se acercó a la puerta de mi despacho y me dijo que había arribado el señor Alejandro Grullón, quien me procuraba. Cuando me reúno con don Alejandro, me dice que él había aceptado ser presidente de la Fundación Institucionalidad y Justicia (FINJUS) y que, dado que el doctor Milton Ray Guevara abandonaba la dirección ejecutiva que había ejercido durante 6 años desde la formación de la entidad en 1990, quería que yo fuera su sucesor.
Acepté su invitación a ser director ejecutivo de la FINJUS, pues era verdaderamente un honor y una magnífica oportunidad de impulsar cambios, y más teniendo al frente de la institución a un titán empresarial, creador, junto con Ray Guevara, del que ha sido uno de los tanques de pensamiento en materia de justicia más importantes no solo del país, sino de América Latina.
Fue, en fin, un gran hombre, trabajador, bueno y sencillo, querido por los dominicanos de todas las clases sociales y un atrevido innovador, amigo leal, dominicano cabal y pragmático visionario que contribuyó muy decisivamente al desarrollo de nuestro país.
En mi trato con don Alejandro aquellos años, pude aquilatar en él su gran visión del desarrollo nacional y el talante de un hombre que, aparte de ser un exitoso banquero y un apasionado líder que impulsó decenas de instituciones claves para la consolidación democrática y económica del país, tenía un profundo conocimiento de la naturaleza humana y de las veleidades de la política criolla. Recuerdo en una ocasión que me dijo: “No quiero que la FINJUS opine nada de economía ni de asuntos empresariales, no somos un gremio empresarial, concentrémonos en los temas de justicia y de institucionalidad”. Por eso, asumió valientemente causas que no le representaban ninguna ventaja económica, como es el caso de la defensa pública, que recibió todo el apoyo suyo y del Grupo Popular.
Tuve largas conversaciones con don Alejandro, escuchando tantas interesantes e ilustradoras anécdotas de su vida empresarial y pública, pues fue actor clave y testigo de los entretelones de importantes acontecimientos tras el ajusticiamiento de Trujillo. Fue también un ferviente liberal que nunca ocultó su admiración hacia y su amistad con líderes políticos democráticos perseguidos en momentos oscuros, como es el caso de José Francisco Peña Gómez y Salvador Jorge Blanco.
Don Alejandro dejó un enorme legado. Un banco y un grupo económico que, como el Popular, constituye un paradigma de solvencia económica, profesional y moral excelentemente capitaneado por Manuel Alejandro Grullón y gestionado por un selecto grupo de los mejores profesionales financieros, que continúa la magnífica tradición familiar y empresarial de administración financiera que él iniciara precursoramente y que ha merecido la confianza plena y renovada de miles de accionistas y depositantes en todo el país. Y un ejemplo de honestidad, de profesionalidad, de entrega a las mejores causas, de mecenazgo generoso y comprometido y de participación abierta en la vida pública sin buscar nada a cambio.
Fue, en fin, un gran hombre, trabajador, bueno y sencillo, querido por los dominicanos de todas las clases sociales y un atrevido innovador, amigo leal, dominicano cabal y pragmático visionario que contribuyó muy decisivamente al desarrollo de nuestro país.
Compartir esta nota