En la Carta Pastoral de enero de 1960, los obispos dominicanos establecieron como primer derecho la defensa de la vida humana frente a un tirano despiadado, un criminal brutal, que torturaba y mataba sin remordimientos. Y defender la vida no es un simple eslogan de beatería religiosa. La vida se defiende integralmente, no una parte, sino se convierte en ideología.

Recientemente, León XIV recriminaba a muchos católicos norteamericanos que se denominan provida por estar contra el aborto, pero impulsan la pena de muerte. La frivolidad es el trasfondo de muchos de los que en el presente se denominan cristianos, pero sus valores son los del neoliberalismo. El caso MAGA es un buen ejemplo, pero también lo es el caso SENASA y la muerte de Stephora Anne Mircie Joseph.

Los obispos en 1960 detallaron los derechos que se apoyan en el derecho a la vida. “El derecho a formar una familia, siguiendo cada cual, en la elección del cónyuge respectivo, los dictados de una sana conciencia, recta y libre.” Derecho violentado en países como República Dominicana, donde la explotación de la mayor parte de la población recibe salarios de hambre que no les permiten constituir un matrimonio y menos una familia. Y el machismo trujillista que genera miles y miles de hogares monoparentales, donde la mujer cría a sus hijos sola y debe trabajar hasta el cansancio para sostenerlos. Este último hecho es un punto ciego en muchas de las prédicas y marchas por la familia, como si no valiera el esfuerzo de esas mujeres por sostener solas a sus hijos, por el abandono de sus parejas. Incluso una de las muestras más groseras de machismo fue cuando el mayor general Eduardo Alberto Then anunció que evitaría reclutar hijos de madres solteras.

El mayor peligro para las familias dominicanas es la explotación económica y la cultura machista que impide la formación de hogares estables. Si eso no se ve, la prédica por la familia se convierte en simple recurso ideológico para ocultar sus verdaderas causas.

Señalaron los obispos “el derecho al trabajo, como medio honesto de mantener el hogar y la familia, del cual no puede privarse nadie”. El desempleo, los salarios “cebolla” y los pequeños negocios informales son paliativos para que la gente no se muera en la calle, pero no permiten la construcción de vidas dignas, mucho menos familias duraderas. Enfrentar eso implica denunciar al gran capital y las políticas gubernamentales, del actual y los anteriores, que empobrecen a la mayoría. Y por supuesto, atacar el machismo. Hacerlo es ganarse de enemigos a la mayor parte de las estructuras de poder, como lo hizo Jesús.

Frente a la corrupción estatal y la prepotencia de quienes ostentan poder, los obispos reclamaban “el derecho al comercio, para intercambiar productos naturales o artificiales, que debe ser protegido por el Estado con medidas razonables y leyes justas”. Derecho que debe garantizarse para toda la sociedad y no para minorías que acumulan la riqueza producida por todos.

El siguiente derecho que defienden los obispos, que seguro provocará urticaria a los racistas y nacionalistas de pacotilla, es “el derecho a la emigración, según el cual, cada persona o familia puede abandonar, por causas justificadas, su propia nación para ir a buscar mejor trabajo en otra nación de recursos más abundantes o gozar de una tranquilidad que le niega su propio país”. Algo que Trujillo negaba a los dominicanos y que hoy es violado por autoridades y pandillas de lúmpenes que tratan a los emigrantes haitianos como animales.

Un último derecho que ellos mencionan por su nombre es “el derecho a la buena fama, tan estricto y severo que no se puede pública ni privadamente, no solo calumniar, sino también disminuir el buen crédito que los individuos gozan en la sociedad bajo fútiles pretextos o denuncias anónimas, que sabe Dios en qué bajos y rastreros motivos pueden inspirarse”. Que en su tiempo lo dirigía el mismo Trujillo con su blasfema sección en la prensa del Foro Ciudadano, pero que hoy se valen de las redes sociales, los bots y hasta la IA.

Los obispos cierran esas menciones específicas a derechos que la dictadura violentaba a diario, con dimensiones sociales absolutas, para destacar que “es bien sabido cómo todo hombre tiene derecho a la libertad de conciencia, de prensa, de libre asociación, etc., etc.”. Defender todos los derechos es tarea de la Iglesia, insisten una y otra vez los obispos, nunca restringirlos o justificar a instancias estatales o privadas que los violan. Es obligación de todo bautizado y ministro de la Iglesia defenderlos; “lo contrario a eso constituiría una ofensa grave a Dios, a la dignidad misma del hombre –hecho a imagen y semejanza del Creador–, y acarrearía numerosos e irreparables males a la sociedad”. Tanto a la Iglesia como al Estado y a la sociedad civil.

No dejo de reconocer, lo que muchos afirman con razón, que esa carta no salva del todo la colaboración estrecha que la Iglesia tuvo con el sátrapa por tres décadas. El P. José Luís Sáez sj tiene dos tomos de una obra titulada La sumisión bien pagada. La iglesia dominicana bajo la Era de Trujillo (1930-1961), que detalla la naturaleza perversa de gran parte del clero y laicos en su relación con la dictadura. Recomiendo su lectura.

Incluso la misma Carta Pastoral tiene sus bemoles cuando vemos a los mismos obispos tres años más tarde siendo indiferentes (en el mejor de los casos) a la destrucción de la democracia dominicana para la continuidad del trujillato. Para entender ese hecho es importante leer otro libro: Lino Zanini, el nuncio que desafió a Trujillo, de Benjamín Rodríguez Carpio. Rodríguez Carpio ayuda a intuir la fuerza de la Carta como un hecho que venía del mismo Juan XXIII, más que del episcopado criollo, aunque siempre se deberá reconocer a Mons. Pepén, la iniciativa del inicio del proceso. En este sentido, buscar la obra Un garabato de Dios, de la autoría de él.

De la participación de clérigos y laicos en el crimen de la destrucción de la democracia en 1963 es necesario leer los libros de Eliades Acosta Matos 1963: De la guerra mediática al golpe de Estado y Un debate de vida o muerte: Juan Bosch versus Láutico García.

Muchas reacciones y declaraciones en la actualidad al margen de una historia tan rica en defensa de los derechos humanos son un signo del deterioro que vivimos en estos tiempos. Estoy convencido de que hoy día muchos de los líderes sociales dedican más tiempo a TikTok que a leer y estudiar. Eso explica muchas cosas.

David Álvarez Martín

Filósofo

Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM). Especialista en filosofía política, ética y filosofía latinoamericana.

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