Suele resultar inconducente razonarle a un cristiano en el sentido de que el líder supremo de su secta (Jesús) es un arquetipo construido con retazos de dioses precedentes, en un proceso collage de reciclaje secular normado por la conveniencia política y religiosa. Si el intercambio es con un fanático que vive de la fe, éste no solo seguirá en sus trece, como el papa Luna, sino que se sentirá hondamente agraviado.
En realidad, según las evidencias históricas, en el curso de los primeros siglos de la era común, sobre todo a partir del emperador Constantino y el concilio de Nicea (año 325), Jesús fue articulado y “adornado” con los atributos de dioses tales como Mitra, Horus, Krisna, Dioniso…, los cuales -acreditan sus adeptos-, nacieron de virgen; murieron y resucitaron al tercer día, e hicieron grandes milagros.
Pese al sargazo infinito de la alienación religiosa, y a riesgo de predicar en el desierto, no faltan los espíritus temerarios que insisten en hacer sentir el peso iconoclasta de sus argumentos.
Por supuesto, resulta engorroso decir, sin molestar, que el punto de partida de la mitología cristiana carece de sustento histórico fehaciente. Que autores calificados por su atención a los acontecimientos acaecidos en las primeras décadas de la era común, no advirtieron ni registraron nada relativo al Jesús que hoy capitanea religiones con millones de seguidores y formidable capacidad de chantaje.
Esos autores no se enteraron de que un sujeto llamado Jesús, que se autoproclamó dios, provocó alboroto en la sinagoga judía de Capernaúm (más de mil habitantes), curó enfermos, revivió muertos, caminó sobre las aguas, agitó multitudes, multiplicó panes y peces, y fue crucificado.
Aunque tales hechos hubiesen tenido lugar en parajes aldeanos de mala muerte, con apenas dos o tres cientos de personas, incluyendo niños y anciano, desconcierta saber que no fuesen registrados por humano alguno del período.
De haber acontecido tales prodigios, no hay forma de que pasaran desapercibidos a autores de la significación de Filón de Alejandría (25 aec – 45 ec), Lucio Anneo Séneca (4 aec -65 ec), Flavio Josefo (37 ec-100 ec), Plutarco de Queronea (años 40 -120), Epicteto (55 – 135), entre otros. Incluso, todavía en el siglo III, un historiador destacado como Lucio Casio Dion (155-235), no escribe una línea en relación con la secta en su extensa Historia romana.
El silencio más tiplisonante es el de Filón de Alejandría, un autor harto prolífico; siempre atento a cuanto concernía a la religión judía, y que vivió en la misma época y en la misma región que dicen vivió Jesús. De él son las referencias a la secta judía de los esenios, de los cuales informa que vivían en comunidad, no tenían propiedad personal y estaban en contra de la esclavitud. Pero nada dice de Jesús y sus acólitos.
Apología de los judíos y Vita Contemplativa son dos de las obras de Filón en las que tuvo oportunidad de mencionar a Jesús y no lo hizo, a todas luces porque el personaje no existió en los términos con que la conveniencia lo construiría más adelante.
En cuanto a Flavio Josefo y sus Antigüedades Judías, aún quedan analistas, cristianos por supuesto, que insisten en validar la interpolación deshonesta con la que se pretendió dar sustento histórico a la existencia de Jesús. Está más que comprobado que se trata de una manipulación posterior, obra de algún copista cristiano.
En el denominado Testimonium Flaviano se atabusna un Jesús sabio, hacedor de milagros, que fue crucificado, no por los romanos como correspondería, sino por los judíos.
Pese al volumen de su obra, tampoco dice nada del supuesto hijo de Dios y María, el griego Plutarco. En Vidas Paralelas, donde abundan las anécdotas y descripciones interesantes, el destacado biógrafo presenta relatos comparativos exhaustivos sobre un considerable número de personas sobresalientes de Grecia y Roma. En Moralia, (sus obras morales y de costumbres), incluye opúsculos sobre los dioses Isis y Osiris y trabajos oraculares. Más aún: ya en su ciudad, Queronea, se hizo rodear de un calificado círculo de personas ilustres que analizaban y comentaban acontecimientos de la vida en general, ninguno de las cuales lega nada sobre el dios neotestamentario. Obvio: estaba lejos aún el siglo IV con el golpe de mitificación dado por el imperio constantiniano, en Nicea.
Otro tanto puede decirse del filósofo romano, Séneca. Nada ofrece en sus obras retóricas ni en sus famosas Cartas a Lucilio, muy a pesar de que el denominado padre de la iglesia, Quinto Séptimo Florente Tertuliano (160-240), ex sacerdote de la diosa Cibeles, lo considera “uno de los nuestros”, y no conforme, se atreva a validar una supuesta correspondencia entre Pablo de Tarso y Séneca. Nada extraño: más adelante el fantasioso obispo Eusebio de Cesarea (263-339) tuvo la osadía de difundir la especie relativa a un intercambio de cartas entre Jesús y el rey nabateo (árabe) de nombre Abgaro)….
En el mismo tenor que los autores arriba señalados puede incluirse al estoico Epicteto (55-135), en cuyas enseñanzas (Enquiridión y Disertaciones) nada refiere de los cristianos. Tampoco lo hace el poeta y filósofo Tito Lucrecio Caro (99 aec -55 ec), autor de De rerum natura; ni Publio Petronio Nigro (14/27 ec – 65/66). Este último, en la novela que se le atribuye, El Satiricón, incluye temas de todo tipo, pero nada sobre el mito cristiano.
Con posterioridad a estos autores, alrededor de un siglo después, hacen mención de Jesús y los cristianos, el filósofo griego Celso (siglo II), en su Discurso verdadero, según se sabe por la obra Contra Celso, del asceta cristiano, Orígenes (184-253). También Plinio el joven (Cayo Plinio Cecilio Segundo, años 61-112) se habría referido a los cristianos en una supuesta carta al emperador Marco Ulpio Trajano (98 -117), en la que le pediría orientación sobre el trato que debía dar a los cristianos, a propósito de su “superstición excesiva” y al posible irrespeto a los dioses del Estado.
Al historiador romano Publio Cornelio Tácito (56 ec-120) se le señala como uno de los escritores no cristianos de la época que habría mencionado a Cristo en sus Anales, y a su “superstición perniciosa”. En relación con la secta acotaría que a Roma llega “todo lo horrible y vergonzoso de todas partes del mundo”.
Conviene saber que los Anales, donde se hallan las referencias atribuidas a Tácito, solo existen en copias, no en originales, conservadas en la Biblioteca de la Basílica de San Lorenzo, en Florencia, entidad patrocinada por los Medici, una familia donde menudean los eclesiásticos, siempre dispuestos a justificar su credo.
Cayo Suetonio Tranquilo (70/71 -126), autor de Vidas de los doce césares, menciona a los judíos, que a causa de sus disturbios e intrigas, fueron expulsados de Roma por decisión del emperador Claudio (años 41-54). Estos alborotadores ya habían sido expulsados en más de una ocasión. Suetonio ofrece el nombre de un supuesto instigador, Chrestus, uno de los más de 120 individuos con este nombre común en la Roma de entonces, sin relación alguna con la superstición judía….
A propósito del emperador Nerón Claudio César Augusto Germánico, que gobernó del año 54 al 68, hay que desmentir el infundio de que a la hora de castigar a los culpables del gran incendio que destruyó parte de Roma (año 64), éste hizo de los cristianos su chivo expiatorio, como afirma Tácito. Nerón tampoco celebró el incendio como afirma Dión Casio; ni fue culpable como insinúa Suetonio, sino que con determinación imperial persiguió y castigó a los incendiarios de Roma, varios de los cuales se confesaron culpables y delataron a otros. Sin duda, las penas alcanzaron a inocentes.
De los evangelios canónicos, ni hablar, ya que a más de no ser textos de testigos presenciales, son un manojo de incongruencias, absurdos y silencios. Ni siquiera coinciden en la fecha del nacimiento del fundador de la superstición: Mateo dice que nació en tiempos del rey Herodes, que bien se sabe murió en el año 4 antes de la era común, y Lucas, que fue para el censo de Quirino (año 6 ec), y Pablo ni para allá mira.
Una aproximación al fundador mitológico del cristianismo sugiere allegarse al griego Marción de Sinope (85 -160), primero en recopilar y retocar las epístolas de Pablo, y acomodar a su gusto el evangelio de Lucas. Para el destacado docetista, Jesucristo no existió como hombre de carne y hueso, y de acuerdo con Pablo, lo concibe como una criatura celeste. Para Marción y su cosmología, Cristo es hijo de un dios creador, bueno y perfecto, no del sangriento y vengativo dios judío.… El Concilio de Nicea, donde se oficializó la construcción del mito cristiano, lo declaró herético.
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