Existimos y actuamos en tiempos digitales. Es difícil negar esta cultura; más difícil es pretender aislarse de ella, a pesar de la brecha de inequidad que la separa de muchas personas en la sociedad. Esta cultura se manifiesta no sólo en la cantidad y diversidad de herramientas, propuestas epistemológicas y orientaciones filosóficas propias de esta cultura. Se evidencia, también en el cambio en la forma de pensar y en las transformaciones experimentadas en las relaciones interpersonales y sociales. Se visualiza, además, en las nuevas modalidades comunicativas y los sentidos que se les otorgan; y, también, en la adquisición de nuevos códigos, lenguajes y lógicas para avanzar en la construcción de conocimiento. Pero, además, esta cultura se presenta pujante en la producción científica de centros educativos, en instituciones de educación superior y en empresas.
La cultura digital, no sólo produce y moviliza ideas, equipos y prácticas. Incide con efectividad en las actitudes, en las relaciones y en el comportamiento de las personas. Esta incidencia no sólo tiene alcance personal, sino que, también, profundiza su impacto en el tejido social. Esta internalización de la cultura digital en la sociedad no es lenta; es veloz y determinante. Las generaciones propias de esta cultura muestran sentimientos, emociones y actitudes muy peculiares. No son peores que los de cultura análoga. Simplemente, responden a la creatividad e idiosincrasia de la era, que, según sus concepciones, le ha enseñado qué es el mundo, cómo entenderlo y cómo vivirlo. Es la era que le enseña, también, cómo interpretarlo y sentirlo. La cultura digital marca, direcciona y determina gran parte de lo que la población propia de su época piensa, siente y hace.
Por las razones compartidas en los párrafos anteriores, y otras más que no aparecen expuestas, se considera la cultura digital como una aliada estratégica de los procesos educativos. Desde esta perspectiva, es necesario que las políticas educativas, los procesos y las tareas propias de esta cultura no se mantengan rezagadas en la definición y en la organización de los procesos educativos del curso escolar 2025-2026. Este compromiso no sólo obliga al Ministerio de Educación de la República Dominicana (MINERD). Le presenta un toque de atención al Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología (MESCYT), en su calidad de impulsor de una producción científica más prolija y cualificada en el país.
La sociedad dominicana confía en que los procesos educativos del curso escolar 2025-2026 serán construidos y desarrollados con el apoyo de programas digitales que potencien la creatividad, que propicien la innovación y la movilización del conocimiento; que impulsen prácticas socioeducativas que le abran paso a nuevos aprendizajes y afirmen los existentes. Se espera que el aprendizaje basado en problemas, la investigación educativa y la producción científica basada en la colaboración se conviertan en procesos dinamizadores de la educación de pregrado y de educación superior. El gobierno debería reducir el gasto superfluo y proponerse una inversión más fuerte en las herramientas digitales que pueden hacer avanzar la educación de los ciudadanos y el desarrollo del país.
La formación docente en la etapa pre-apertura del año escolar debería ser sistemática y de alta calidad en el campo de la cultura digital. Es una urgencia ineludible la articulación entre prácticas tradicionales esenciales y prácticas generadas por la cultura digital. Es cuestión de inteligencia y de formación sostenida en el ámbito de las tecnologías de la información y comunicación. Antes de empezar a recriminar la obsolescencia del trabajo de los profesores, hay que proporcionales procesos formativos sólidos, actualizados y generadores de un saber hacer propio de la época en que viven. El MINERD y el MESCYT han de desarrollar más el pensamiento crítico y el estratégico, para que actúen con la oportunidad y la efectividad requerida por los tiempos digitales y las necesidades socioeducativas.
La innovación no es un fantasma. Se hace realidad a partir de procesos razonados crítica y creativamente; de ideas y prácticas libres; una libertad productiva, hermanada de formación consistente y herramientas digitales orientadas pedagógicamente. Ahora lo que se impone es que las aulas no sólo se llenen de aparatos tecnológicos. Lo prioritario es una formación digital en acción; una acción digital real y con sentido. Los Pilares del Ministro de Educación y el Plan Horizonte 2034 deberían articularse e impulsarse desde las directrices de una cultura digital intencionada y comprometida con una educación justa, de calidad y con sentido transformador.
Compartir esta nota