“…para que sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad”. (1 Timoteo 3:15, RVR1960)
En las últimas décadas, se ha observado un crecimiento significativo de organizaciones cristianas no eclesiales—como ONGs cristianas de desarrollo, agencias misioneras y ministerios independientes—que han ganado visibilidad e influencia en el ámbito social y espiritual. Este auge responde, en parte, a los desafíos contemporáneos: la creciente secularización de las sociedades, la crisis de identidad en muchas iglesias locales y la necesidad urgente de atender problemas globales como la pobreza, las migraciones y los conflictos. En este contexto, algunas voces han planteado la inquietud sobre si estas organizaciones pudieran llegar a sustituir, o al menos desempeñar, el papel principal que corresponde a la iglesia local. Esta reflexión es especialmente relevante hoy, cuando la misión y la autoridad espiritual están en el centro del debate teológico y pastoral.
Por definición, una organización paraeclesiástica es una entidad cristiana que, aunque no forma parte de la estructura eclesial propiamente dicha, colabora activamente con la iglesia local a través de ministerios como la evangelización, la formación bíblica, la ayuda social y la consejería espiritual. Estas organizaciones pueden presentarse como institutos bíblicos, agencias misioneras, centros de consejería cristiana o entidades dedicadas a la asistencia social. Aunque su labor es indudablemente valiosa, es crucial reconocer que no pueden asumir el papel central que corresponde únicamente a la iglesia en la misión del Reino.
Wayne Grudem (2005) señala con precisión: “Eso me parece algo positivo y será útil a la iglesia. Pero no deben hacer el trabajo espiritual que Cristo le ha dado a su iglesia” (p. 187). La Escritura confirma de manera inequívoca que la autoridad y la misión espiritual han sido encomendadas exclusivamente a la iglesia. Jesús declara en Mateo 16:18: “Edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (RVR1960). Asimismo, Pablo enseña en Efesios 1:22-23: “Y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo”. Y en 1 Timoteo 3:15 se añade: “… para que, si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad” (RVR1960).
Tres errores por evitar:
Primer error: “No somos tan organizados como esas entidades; entonces les corresponde dirigir”.
Aunque algunas organizaciones paraeclesiásticas cuenten con más recursos o estructuras administrativas más eficientes, la autoridad espiritual ha sido conferida únicamente a la iglesia, según el mandato divino. La eficacia administrativa jamás justifica reemplazar la misión que Cristo asignó exclusivamente a su Cuerpo.
Segundo error: “La iglesia local es una estructura obsoleta”.
Dios no ha revocado el pacto hecho con su pueblo; la iglesia sigue siendo la esposa por la que Cristo entregó su vida (Efesios 5:25). Como esposa del Cordero, la iglesia permanece espiritualmente relevante desde su fundación hasta la consumación final.
Tercer error: “Si la iglesia local falla, estas organizaciones pueden asumir el control”.
Aunque las organizaciones paraeclesiásticas son un soporte relevante y necesario, nunca han sido ni deben ser vistas como reemplazo de la autoridad espiritual, pastoral y doctrinal conferida exclusivamente a la iglesia. Por naturaleza, estas organizaciones son agencias de servicio, no autoridades espirituales. Su auténtico valor reside en enriquecer la misión y la dedicación de la iglesia local a través de programas de formación, proyectos de asistencia social o actividades misioneras, siempre bajo la supervisión y dirección espiritual de la iglesia.
La Escritura lo confirma: “Y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia” (Colosenses 1:18, RVR1960). Aunque la iglesia ha experimentado divisiones internas, fenómenos de secularización y una presión cultural creciente, la respuesta a estos desafíos no radica en delegar su responsabilidad misionera, sino en fortalecerla y sostenerla.
A lo largo del tiempo, la iglesia ha contado con la colaboración de diversas organizaciones que la apoyan en áreas donde la iglesia local requiere asistencia técnica o especializada. Sin duda, estas instituciones han sido un soporte valioso para la extensión del Reino. Sin embargo, su preeminencia nunca será espiritual. ADRA, por ejemplo, forma parte de las instituciones religiosas del movimiento adventista y presta un servicio crucial en acciones humanitarias y misionales, pero no suple ni sustituye las funciones doctrinales y espirituales de la iglesia.
La iglesia local será siempre un lugar de reconciliación cuando permita que el Espíritu del Príncipe de Paz, quien vino en el tiempo señalado y fue aclamado, guíe sus pasos. En situaciones críticas, la iglesia, junto con sus organizaciones de servicio cristiano, ha funcionado como un escudo para fortalecer la comunión eclesial. No obstante, la autoridad espiritual jamás podrá ser delegada a un hombre o grupo externo, como bien entendieron históricamente los anabautistas, quienes defendieron con firmeza la autonomía espiritual de la iglesia local frente a cualquier forma de control externo, ya fuera estatal o institucional. Este legado doctrinal nos recuerda que la iglesia, como Cuerpo de Cristo, está llamada a custodiar su misión y autoridad espiritual con fidelidad y sin delegarla indebidamente.
Conclusión y desafío pastoral
Las organizaciones paraeclesiásticas son aliados estratégicos y valiosos en la obra del Reino. Su labor es pacificadora, mediadora, solidaria y profundamente arraigada en el amor de Cristo. A través de sus iniciativas surgen programas de reconciliación, justicia social y apoyo que benefician directamente a la comunidad. No obstante, debe quedar absolutamente claro que la autoridad espiritual para cumplir la misión del Reino está confiada únicamente a la iglesia, el Cuerpo de Cristo.
Como bien expresó John Stott (1987): “No me malinterpreten: valoro mucho las organizaciones actuales. Pero la única institución a la que Jesús autorizó para cumplir su misión en la tierra es la iglesia” (p. 382). El mandato es inequívoco: fortalecer la iglesia, cooperar sabiamente y nunca perder de vista que la autoridad espiritual está confiada únicamente a la iglesia local.
Desafío pastoral:
Frente a los tiempos de cambio y a la multiplicación de ministerios externos, cada creyente y cada líder local están llamados a afirmar su compromiso con la iglesia local como el lugar designado por Dios para el discipulado, la comunión y la misión. Preguntémonos: ¿estamos fortaleciendo la iglesia de Cristo o, inadvertidamente, delegando su responsabilidad esencial a terceros? Hoy más que nunca, renovemos nuestro pacto de fidelidad a la iglesia local, trabajando con excelencia y discernimiento, y asegurándonos de que todas las colaboraciones externas sirvan para edificar, no para reemplazar, la misión que Cristo encomendó exclusivamente a su Iglesia.
Referencias
- Grudem, W. (2005). Teología sistemática: Una introducción a la doctrina bíblica. Editorial Vida.
- Stott, J. (1987). La iglesia: El cuerpo de Cristo. Editorial Mundo Hispano.
- Pax Christi International. (n.d.). https://www.paxchristi.net
- Eurodiaconia. (n.d.). https://www.eurodiaconia.org
- Santa Biblia (1960). Reina-Valera. Sociedad Bíblica.
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