“Entonces la poesía es huida y busca, requerimiento y espanto; un ir y volver, un llamar para rehuir; una angustia sin límites y un amor extendido.  Ni concentrarse puede en los orígenes, porque ya ama el mundo y sus criaturas y no descansará hasta que todo con él se haya reintegrado a los orígenes.  Amor de hijo, de amante. Y amor también de hermano. No solo quiere volver a los soñados  orígenes, sino que quiere, necesita, volver con todos y sólo podrá volver si vuelve acompañado, entre los peregrinos cuyos rostros ha visto de cerca, cuyo aliento ha sentido al lado suyo, fatigado de la marcha, y cuyos labios resecos de la sed ha querido, sin lograrlo, humedecer. Porque no quiere su singularidad, sino la comunidad. La total reintegración; en definitiva: la pura victoria del amor.” (p.107)

Más adelante la filósofa activa un tiempo delirante, a propósito del “sí mismo” y el “en sí mismo” como conceptos fenomenológicos e intra-reflexivos:

“El poeta ha sabido desde siempre lo que el filósofo ha ignorado, esto es, que no es posible poseerse a sí mismo, en sí mismo.” (p. 109)

Así pues, la poesía engendra la entrega y un “abrirse del ser”. Según María Zambrano. El afuera y el adentro del poema construyen la sustancia del ser:

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 “La poesía es un abrirse del ser hacia dentro y hacia afuera al mismo tiempo.  Es un oír en el silencio y un ver en la obscuridad. “La Música callada, la soledad sonora”.  Es la salida de sí, un poseerse por haberse olvidado, un olvido por haber ganado la renuncia total. Un poseerse por no tener ya nada que dar; un salir de sí enamorado; una entrega a lo que no se sabe aún, ni se ve.  Un encontrarse entero por haberse enteramente dado.”

(…)

“El poeta no puede renunciar a nada porque el verdadero objeto de su amor es el mundo: el sueño y su raíz, y los compañeros en la marcha del tiempo. La poesía se separa de la filosofía porque el poeta no quiere conquistar nada por sí.  Únicamente lo ofrece como gloriosa manifestación de quien tan generosamente se lo regala.” (pp. 110-111)

 Desde luego, “vocalizar filosóficamente la apertura desde una germinación que habla y se “habla” a sí misma y al otro, implica una concentración de lo poético en el discurso del crear-decir.  Sin embargo, en cuanto a la “cosa” y la palabra es importante destacar que:

“La poesía ha estado siempre abierta a las cosas, arrojada entre ellas, arrojada hasta la perdición, hasta el olvido de sí, del poeta.  Y el milagro de la poesía surge en plenitud cuando en sus instantes de gracia ha encontrado las cosas, las cosas en su peculiaridad y en su virginidad, sobre este fondo último; las cosas renacidas desde su raíz. Ya el hombre, la existencia humana, su angustia, su problematicidad, quedan entonces anuladas.  La poesía anula el problema de la existencia humana, allí donde se manifiesta. Ya el hombre es solo voz que canta y manifiesta el ser de las cosas y de todo (s.n.).  El hombre que no se lanzó a ser sí mismo, el hombre perdido, el poeta, lo tiene todo en su diversidad y en su unidad, en su finitud y en su infinitud.  La posesión le colma; rebosa de tesoros quien no se ahincó en firmar su vaciedad, quien, por amor, no supo cerrarse a nada.  El amor le hizo salir de sí, sin poder ya jamás recogerse; perdió su existencia y ganó la total aparición, la gloria de la presencia amada.” (pp. 113-114)

¿A qué ha venido la palabra en este cauce de fundación?  La palabra de la filosofía y la poesía de la palabra desencadenan un movimiento en la visión creadora:

“La palabra ha venido a dar forma, a ser la luz de estas dos infinitudes que rodean y cercan la vida humana.  La palabra de la filosofía por afán de precisión, persiguiendo la seguridad, ha trazado un camino que no puede atravesar la inagotable riqueza. La palabra irracional de la poesía, por fidelidad a lo hallado, no traza camino.  Va, al parecer, perdida.  Las dos palabras tienen su raíz y su razón.   La verdad que camina esforzadamente y paso a paso, y avanzando por sí misma, y la otra que no pretende ni siquiera ser verdad, sino solamente fijar lo recibido, dibujar el sueño, regresar por la palabra, al paraíso primero y compartirlo. La palabra que significa la apertura total de una vida a quien su cuerpo, su carne y su alma, hasta su pensamiento, solo le sirven de instrumentos, modos de extenderse entre las cosas. Una vida que, teniendo libertad, solo la usa para regresar allí donde puede encontrarse con todos.

(…)

La palabra que define y la palabra que penetra lentamente en la noche de lo inexpresable: “Escribía silencios, noches; anotaba lo inexpresable. Fijaba vértigos”. La palabra que quiere fijar lo inexpresable, porque no se resigna a que cada ser sea solamente lo que aparece. Por encima del ser y del no ser, persigue la infinitud de cada cosa, su derecho a ser más allá de sus actuales límites.

(…)

“La palabra que quiere fijar lo inexpresable, porque no se resigna a que cada ser sea solamente lo que aparece. Por encima del ser y del no ser, persigue la infinitud de cada cosa, su derecho a ser más allá de sus actuales límites.  La palabra de la poesía es irracional, porque deshace esta violencia, esta justicia violenta de lo que es.” (p. 115).

La palabra de la razón ha recorrido mayor camino, se ha fatigado, pero tiene su cosecha de seguridades. La de la poesía parece estar a pesar de todas las estaciones recorridas, en el mismo lugar del que partiera.   Sus conquistas se miden por otra medida; no avanza. “Su caridad está hechizada y me tiene prisionera". Hechizada y prisionera; así ha de seguir, sin duda, y su unión con la otra palabra, la de la razón, no parece estar muy cercana todavía. Porque todavía no es posible pensar desde el lugar sin límite en que la poesía se extiende, desde el inmenso territorio que recorre errante.” (p. 115).

El dictun que profundiza el mito y la forma del logos (originario y motivador) justifica toda la historia del pensamiento occidental.

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Odalís G. Pérez

Escritor

Miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua

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