Con motivo de la celebración de sus cuarenta años de fundada, la Asociación Dominicana de Rectores Universitarios (ADRU) organizó su congreso anual los días 19, 20 y 21 de agosto, en el que participó el profesor François Vallaeys como conferencista magistral. Su exposición, de gran lucidez y pertinencia, abordó los nuevos paradigmas de la Responsabilidad Social Universitaria (RSU) y la sostenibilidad en el contexto de los desafíos globales. La claridad conceptual, la profundidad del análisis y la fuerza de sus argumentos hicieron de esta conferencia un referente ineludible para pensar el presente y el futuro de la educación superior en el país. Por la relevancia de sus planteamientos en la coyuntura actual de nuestro sistema de educación superior, nos permitimos compartir algunas reflexiones que buscan repensar el porvenir de la educación superior dominicana a la luz de las ideas expuestas por Vallaeys.
Introducción
La educación superior en la República Dominicana transita un momento decisivo. A las presiones clásicas —ampliación de cobertura con calidad, pertinencia para el desarrollo productivo, desigualdades territoriales y sociales— se superpone una mutación de época que François Vallaeys denomina la “tercera revolución: la ecología”. No es un eslogan: funciona como clave interpretativa para comprender que la universidad ya no puede operar con las lógicas de la expansión industrial o la masificación de la matrícula, sino como institución ancla de sostenibilidad en sociedades atravesadas por crisis ambientales, tecnológicas y de cohesión social. Esa revolución ecológica, tras la agrícola y la industrial, reclama, afirma Vallaeys, nuevas formas de organizar el conocimiento, la formación y la gestión institucional.
El punto de partida es un diagnóstico inquietante: “nos dirigimos a grandes saltos hacia un mundo desconocido de crisis permanentes”, signo de la insostenibilidad actual. La universidad no puede observar ese proceso desde la tribuna; debe contribuir a frenarlo y a preparar a las nuevas generaciones para navegarlo con lucidez y responsabilidad. A ello se suma la voz —y la angustia— de la juventud: una encuesta global reportada por Vallaeys muestra que el 75% de jóvenes percibe el futuro como “espantoso”, el 56% cree que la humanidad está condenada y el 65% siente que los gobiernos los abandonan; un golpe directo a la salud mental estudiantil y a la legitimidad de las instituciones. En términos éticos y pedagógicos, esto obliga a la educación superior dominicana a reencuadrar su misión: no basta con formar “empleables”, hay que formar agentes de sostenibilidad capaces de cuidar bienes comunes y tejer comunidad.
Con esa brújula, el propósito de este ensayo es leer la situación de la educación superior dominicana “hoy” a la luz de los planteamientos de Vallaeys, para identificar desafíos estratégicos y orientar una agenda de transformación.
La ADRU: memoria histórica y marco institucional
La comprensión de los retos actuales de la educación superior dominicana frente a la “revolución ecológica”, como la define François Vallaeys, se enriquece al situarlos en el marco histórico de la Asociación Dominicana de Rectores Universitarios (ADRU). Fundada en 1980, la ADRU surgió en un contexto de rápida expansión universitaria tras la caída de la dictadura y la creación de numerosas instituciones privadas en las décadas de 1960. 1970 y 1980. Esta expansión democratizó el acceso, pero también evidenció serios problemas de calidad y coordinación, especialmente en áreas críticas como salud. La ADRU nació, entonces, como un organismo colegiado para articular a los rectores y dar respuesta colectiva a los desafíos estructurales que amenazaban la credibilidad del sistema.
Desde su origen, la ADRU asumió como misión central la mejora de la calidad. Fue decisiva en la creación del Consejo Nacional de Educación Superior (CONES, 1983) y de la Asociación Dominicana para el Autoestudio y la Acreditación (ADAAC, 1987), pionera en América Latina en fomentar la cultura de autoevaluación y acreditación voluntaria. En otras palabras, la ADRU contribuyó a instalar el aseguramiento de la calidad como estándar del sistema universitario, mostrando que la colaboración interinstitucional podía traducirse en políticas públicas y prácticas sostenibles en el tiempo.
Ese legado histórico conecta directamente con los planteamientos de Vallaeys: si en los años ochenta el gran reto fue ordenar la proliferación institucional y garantizar la calidad, hoy el desafío consiste en integrar la sostenibilidad como eje transversal en la gestión, la formación, la investigación y la participación social. Los problemas estructurales identificados por la ADRU a lo largo de su historia —aseguramiento de la calidad, gobernanza adecuada, equidad en el acceso, financiamiento insuficiente, pertinencia curricular y debilidad de la investigación— constituyen hoy la base sobre la cual se deben replantear las misiones universitarias a la luz de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
En este sentido, la ADRU no solo representa una memoria histórica del sistema universitario dominicano, sino también un puente entre el pasado y el futuro. Así como en su momento fue capaz de liderar la cultura de calidad, hoy tiene la oportunidad de guiar la transición hacia una cultura de sostenibilidad, convirtiéndose en un referente colectivo para enfrentar los retos de la revolución ecológica que desafían al país y al mundo. Es importante, al intentar abordar este nuevo desafio, que a pesar del papel jugado por la ADRU en el pasado en instalar la cultura de la calidad en la narrativa de la educación superior dominicana, sus esfuerzos quedaron truncos y este tema central de la calidad continúa siendo una materia pendiente del sistema.
Un marco para repensar la universidad: de “tres misiones” a “cuatro procesos” integrados
Vallaeys interroga la arquitectura clásica de la universidad —docencia, investigación y extensión— y propone pasar a un diseño integrado por cuatro procesos: gestión, formación, cognición (investigación) y participación social, “tejidos en una sola trenza” y orientados explícitamente al desarrollo sostenible. En esa clave, la Responsabilidad Social Universitaria (RSU) deja de ser un “anexo filantrópico” —proyectos generosos, fuera y aparte de lo cotidiano— y se convierte en principio organizador del quehacer universitario, según se desprende de su acertado enfoque.
Desde esta perspectiva la visión estratégica articula tres giros:
- Curricularizar la proyección social: integrar la llamada “tercera misión” dentro de docencia e investigación;
- Reconceptualizar la gestión: “administrar es educar, es investigar, es promover la sostenibilidad”;
- Alinear todo con los ODS mediante “gestión por desafíos”, de modo que cada parte contribuya al propósito del todo todo el tiempo.
Bajo esta lente, el enfoque desarrollado por Valleys conduce a considerar que la transformación implica cambios concretos en la manera de administrar el campus, intervenir en comunidad, concebir la investigación y practicar la formación. Incluso acciones cotidianas pueden volverse “macroproyectos RSU”: por ejemplo, el conferecista le lanzó el reto a la ADRU de convertir el coffee break institucional en un compromiso de café 100% orgánico y de comercio justo para toda la red universitaria, un gesto que alinea compras, currículo y ciudadanía.
Finalmente, sus planteamiento dieron un argumento sólido a la concepcióon de que el imaginario importa: inspirarse en soluciones basadas en la naturaleza —la “hidrología low-tech” del castor, que desacelera el agua y reduce extremos climáticos— sugiere un cambio cultural contra el pensamiento extractivista que acelera y rigidiza sistemas.
Dónde estamos: notas sobre la educación superior dominicana
Sin pretender un censo exhaustivo, pueden identificarse rasgos caracteristicos del sistema de educación superior dominicano que condicionan la adopción de este paradigma:
- Diversidad institucionalcon peso decisivo del sector privado y una universidad pública de referencia (UASD) que concentra matrícula y funciones sociales críticas;
- Heterogeneidad de calidadentre instituciones y programas;
- Capacidad de investigación desigualy, en general, baja inversión en I+D a escala sistémica;
- Déficits de articulaciónentre universidades, otros integrantes del ecosistema de educación superior, Estado, empresa y sociedad civil para problemas complejos (clima, agua, seguridad alimentaria, salud pública);
- Desigualdades territoriales(acceso, conectividad, equipamiento) y brechas socioeconómicas de permanencia y titulación;
- Culturas de evaluacióncentradas en resultados académicos convencionales, con menos énfasis en impactos sociales y ambientales;
- Procesos de gestióncon avances puntuales pero aún lejos de estándares de campus sostenibles (energía, residuos, movilidad, compras).
- Ausencia de una carrera académica que sirva de apoyo y que garantice el trabajo sostenido de las universidades en sus objetivos misionales, con el desarrollo de una visión del profesor universitario alejada de una concepción de su quehacer como un quehacer profesional que justifica una dedicación plena a esta tarea.
Este cuadro no lo dibujamos como una sentencia, todo lo contrario, lo hacemos como un punto de partida que nos interpela a superarlo. Precisamente por su pluralidad, el sistema dominicano tiene oportunidad de pilotar modelos diferenciados de RSU integrada y aprender entre pares. Como recordaba Vallaeys, para llegar a “ese lugar que no conoces” hay que tomar “el camino que no conoces”: se requiere audacia institucionaly aprendizaje adaptativo.
Doce desafíos estratégicos para alinear el sistema con la RSU integrada
1) Gobernanza y misión integrada: romper los silos
El gran desafío de la educación superior dominicana es construir una gobernanza capaz de superar la fragmentación entre facultades, departamentos y vicerrectorías, pasando de la planificación sectorial a una gestión integrada orientada a retos concretos como agua, energía, salud, movilidad o inclusión. Esto implica que cada parte de la institución aporte de manera continua al propósito común, apoyándose en mecanismos innovadores como presupuestos por misiones, gabinetes inter-vicerrectorales, indicadores compartidos y consejos mixtos con estudiantes y actores externos, para lograr una gobernanza más participativa, flexible y enfocada en el impacto colectivo.
2) Curricularizar la sostenibilidad en todas las carreras
El verdadero reto en la formación no es añadir asignaturas “verdes”, sino integrar la sostenibilidad en todas las carreras, dotando a los estudiantes de pensamiento sistémico, ética del cuidado, análisis de ciclo de vida y evaluación de impacto. Esto requiere metodologías vivenciales como aprendizaje-servicio, proyectos con comunidades y laboratorios vivos, de manera que la responsabilidad social y ambiental se conviertan en ejes de la docencia y la investigación. Para lograrlo, es clave vincular los aprendizajes a los ODS, organizar asignaturas por desafíos y fomentar la co-docencia con actores sociales, formando profesionales capaces de conectar sus saberes con las necesidades del país y del planeta.
3) Reorientar la investigación hacia problemas país
La agenda de investigación debe responder a los desafíos nacionales y a los ODS, priorizando temas como agua, costas, riesgos climáticos, agricultura y seguridad alimentaria, energía distribuida, ciudades intermedias y salud mental juvenil. Esto exige enfoques interdisciplinarios, convocatorias orientadas a problemas concretos y una mayor transferencia de conocimiento a la sociedad, de modo que la investigación universitaria trascienda la producción académica aislada y se convierta en motor de soluciones reales. Para ello son esenciales fondos concursables por retos, centros interuniversitarios, repositorios de datos abiertos y métricas de impacto social y ambiental que midan resultados no solo en publicaciones, sino en transformaciones concretas en la vida de las personas y los territorios.
4) Convertir la gestión del campus en aula de sostenibilidad
La gestión universitaria debe dejar de ser solo un área administrativa para convertirse en un espacio pedagógico vivo, donde decisiones como el uso de energías renovables, la eficiencia en el agua, las compras sostenibles, la gestión de residuos, la movilidad responsable o la alimentación saludable se transformen en oportunidades de aprendizaje e investigación. Bajo la premisa de que “administrar es educar, investigar y promover sostenibilidad”, la universidad puede convertir su gestión en un laboratorio vivo mediante acciones como medir y reducir la huella de carbono, aplicar contratos con criterios ESG y fomentar la participación estudiantil en los comités de campus, fortaleciendo así su papel como formadora cívica y científica.
5) Vinculación social co-creada, no asistencialista
El reto es superar acciones puntuales y asistenciales para avanzar hacia proyectos co-diseñados con comunidades, gobiernos locales y organizaciones sociales, basados en metas verificables y un aprendizaje mutuo. Esto implica construir agendas territoriales compartidas, establecer contratos-programa con compromisos claros y aplicar evaluaciones participativas, de modo que la vinculación social se convierta en un proceso de co-creación que haga más pertinente a la universidad y fortalezca la capacidad de las comunidades para enfrentar sus desafíos.
6) Cultura e incentivos académicos alineados
Sin incentivos no hay cambio: para que la sostenibilidad y la responsabilidad social universitaria sean prácticas reales y no solo discursos, es necesario reformar la carrera académica y los sistemas de evaluación, valorando la docencia transformadora, la investigación con impacto y el liderazgo en proyectos sostenibles. Esto implica establecer rúbricas de promoción que incluyan criterios sociales y ambientales, brindar apoyos específicos y crear premios institucionales que reconozcan a quienes impulsan esta nueva cultura, de modo que la comunidad universitaria asuma la sostenibilidad como un eje central de su desarrollo profesional.
7) Datos, indicadores y rendición de cuentas por ODS
Las universidades deben medir lo que realmente importa —su huella ambiental, el uso eficiente de recursos, la inclusión de estudiantes vulnerables, la incidencia de sus investigaciones y la satisfacción de las comunidades— mediante sistemas de seguimiento claros, observatorios conjuntos, auditorías de sostenibilidad y transparencia activa. Solo así podrán demostrar con evidencias su verdadero aporte a los Objetivos de Desarrollo Sostenible y a la transformación del país.
8) Bienestar estudiantil frente a la ansiedad climática
La eco-ansiedad juvenil, señalada por Valleys, es una alerta que la universidad no puede ignorar: afecta la salud mental del estudiantado y demanda respuestas institucionales que incluyan apoyo psicológico, tutorías y proyectos con impacto real que transformen la angustia en compromiso. Iniciativas como clínicas psicológicas con enfoque climático, portafolios estudiantiles de impacto y comunidades de práctica pueden convertir este desafío en una oportunidad para formar jóvenes resilientes, esperanzados y capaces de liderar el cambio sostenible.
9) Alianzas Estado-universidad-empresa-sociedad civil
Los grandes problemas sociales —como la gestión de cuencas, el ordenamiento costero, la transición energética, la movilidad urbana o las cadenas de valor sostenibles— son intersectoriales y requieren coaliciones amplias. En este marco, la universidad puede ser plataforma de coordinación entre Estado, empresa y sociedad civil, impulsando pactos locales alineados con los ODS, convenios con metas verificables y esquemas de financiamiento mixtos que garanticen su viabilidad, convirtiéndose así no solo en generadora de conocimiento, sino en gestora de consensos y catalizadora de transformaciones colectivas.
10) Compras y consumo responsables como pedagogía institucional
El consumo de café orgánico y de comercio justo, extendido a otros rubros, ilustra cómo la Responsabilidad Social Universitaria puede expresarse en decisiones cotidianas que cuidan la salud, apoyan a productores locales y transmiten valores de sostenibilidad. Para sostener este cambio cultural, es clave adoptar políticas de abastecimiento ético, incluir cláusulas sociales y ambientales en los contratos y formar al personal de compras, de modo que cada transacción universitaria se convierta en un acto de educación y compromiso.de compras y promover la formación del personal responsable de adquisiciones, de manera que cada transacción universitaria refuerce los valores de sostenibilidad y responsabilidad compartida. De este modo, la universidad educa no solo desde las aulas, sino también desde sus propias prácticas institucionales.
11) Soluciones basadas en la naturaleza y saberes locales
La metáfora del “castor” de François Valleys recuerda que, frente a los desafíos ambientales, las soluciones naturales —como humedales, manglares, suelos sanos o techos verdes— suelen ser más efectivas que la infraestructura gris. Esta visión impulsa a integrar la biomímesis y los saberes comunitarios en la docencia y la investigación, mediante cátedras de Soluciones Basadas en la Naturaleza, proyectos en cuencas hidrográficas, prácticas en áreas protegidas y diseños urbanos que imiten los ecosistemas, convirtiendo a la universidad en un laboratorio vivo de sostenibilidad que enseña a armonizar desarrollo humano y naturaleza.
12) Ética de la corresponsabilidad y cultura institucional
La metáfora de Valleys —“en una avalancha, ningún copo de nieve se siente responsable”— recuerda que la sostenibilidad universitaria es sobre todo un reto cultural: requiere que cada miembro de la comunidad asuma su parte del propósito común. Sin esa corresponsabilidad, la RSU corre el riesgo de quedar en discursos vacíos; por ello es esencial contar con códigos de conducta medibles, campañas de cultura institucional, formación en sostenibilidad para directivos y presupuestos ligados al desempeño social y ambiental, consolidando así una identidad coherente orientada al desarrollo sostenible.
Conclusión: sentido y dirección
La tesis de fondo de Vallaeys no es técnica, es civilizatoria: si la tercera revolución es ecológica, la universidad —en la República Dominicana y en cualquier lugar— o se reconfigura como institución de sostenibilidad o pierde su justificación pública. El camino propuesto —cuatro procesos tejidos en una trenza guiada por desafíos— ofrece una arquitectura para convertir la RSU en sistema, no en catálogo de buenas intenciones.
En concreto, la educación superior dominicana enfrenta doce desafíos que abarcan gobernanza, currículo, investigación, gestión del campus, vinculación social, incentivos, métricas, bienestar estudiantil, alianzas, compras responsables, soluciones basadas en la naturaleza y cultura de corresponsabilidad. Todos son abordables si se alinean propósito, estructura e incentivos y si se ensaya sin miedo, recordando aquella invitación: “Para ir a ese lugar que no conoces, debes tomar el camino que no conoces”.
El resultado deseable no es un “universo de proyectos” dispersos, sino universidades que aprenden: instituciones que convierten cada decisión cotidiana —desde un coffee break hasta un plan de cuenca— en acto pedagógico, que investigan con y para sus comunidades, que gestionan su casa como quisieran ver gestionado el país, y que, sobre todo, dejan de ser copos de nieve indiferentes ante la avalancha.
Las transformaciones no ocurren por decreto, sino por aprendizaje adaptativo: ciclos breves de prueba-evaluación-ajuste, participación genuina de estudiantes y docentes, apertura al saber experto y local, y rendición de cuentas transparente. En otras palabras, educación superior actuando como laboratorio democrático de sostenibilidad. Ese es el norte. Y es también —como sugiere el ejemplo del castor— la forma más inteligente de desacelerar la crisis, regenerar lo común y devolver sentido a la promesa universitaria.
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