La irrupción acelerada de la inteligencia artificial (IA) en la vida contemporánea plantea uno de los desafíos más profundos que hayan enfrentado nuestras instituciones educativas. No se trata simplemente de nuevas aplicaciones o de dispositivos más sofisticados, sino de un cambio de época que interpela la misión, el sentido y la organización misma de la educación superior. Así quedó evidenciado en el XXVIII Congreso Internacional EDUTEC 2025, celebrado en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, un espacio que se convirtió en un auténtico ecosistema de aprendizaje, donde especialistas de distintos países asumieron, con rigor crítico y mirada humanista, la responsabilidad de repensar la educación en tiempos de automatización creciente.

A lo largo de tres días intensos, el congreso dejó una idea central que resonó con fuerza entre todos los asistentes: la universidad del futuro no será definida por la tecnología que utilice, sino por la sabiduría con la que decida gobernarla. Esta afirmación no fue un mero recurso retórico. Fue una brújula conceptual que sintetiza la encrucijada en la que se encuentran las universidades. La clave no reside en la velocidad con la que adoptemos nuevas plataformas, sino en la profundidad ética, pedagógica y política que orienta esas decisiones. La tecnología es poderosa, sí, pero carece de moral. Es la universidad —con su tradición crítica, su vocación humanista y su responsabilidad pública— la que debe decidir cómo, cuándo y para qué integrarla.

Uno de los consensos más sólidos del encuentro fue que la IA no constituye una continuidad natural del proceso de digitalización iniciado en el siglo XX.  La IA es un nuevo entorno cognitivo, un marco cultural que transforma la forma en que pensamos, accedemos al conocimiento, producimos sentido, interactuamos con la información y nos relacionamos con otros. Esta transformación desdibuja las fronteras tradicionales entre las funciones del estudiante, el docente, el investigador o el administrador, porque los algoritmos ya redactan textos, diseñan presentaciones, detectan patrones, analizan datos y recomiendan rutas de aprendizaje. No obstante, cada una de estas funciones encierra tensiones éticas y políticas que ninguna institución puede ignorar.

Otra de las grandes lecciones del congreso fue la fuerza de la colaboración. La innovación basada en IA no puede ser una tarea aislada. Ninguna universidad —pública o privada, grande o pequeña— podrá enfrentar sola los desafíos de un fenómeno tan complejo y dinámico

Por eso, más que preguntarnos si la IA cambiará la universidad, debemos preguntarnos cómo la universidad decidirá gobernar ese cambio. No se trata de predecir el futuro tecnológico, sino de definir la brújula moral e intelectual de nuestras instituciones. La educación nunca ha sido un asunto exclusivamente técnico; ha sido siempre un proyecto de civilización.

Pero el congreso también dejó claro que la IA trae consigo profundas amenazas. En una región como la latinoamericana, marcada por desigualdades históricas, la incorporación de tecnologías avanzadas puede convertirse en una fuerza democratizadora o, por el contrario, en un mecanismo que amplifique brechas ya existentes. Estudiantes sin acceso a conectividad adecuada, universidades con infraestructura limitada o docentes sin oportunidades reales de actualización quedarían rezagados en un modelo educativo cada vez más dependiente de plataformas digitales, análisis de datos y sistemas automatizados. La IA puede acelerar procesos, pero también acelerar desigualdades.

A esto se suma el hecho de que los algoritmos aprenden de los datos que les proporcionamos, y esos datos reflejan nuestros sesgos, prejuicios y desigualdades sociales. Un sistema automatizado puede reproducir injusticias sin quererlo, discriminar sin intención, excluir sin tener conciencia de ello. Esta advertencia fue insistente en el congreso: la IA no es neutral. La ética debe anteceder al entusiasmo.

En este contexto, la frase compartida durante las jornadas cobra especial relevancia: adoptar tecnología sin transformar prácticas es una forma elegante de repetir los errores del pasado. La historia de la digitalización en educación está llena de episodios de modernización fallida: plataformas que no se usan, dispositivos sin propósito pedagógico, sistemas costosos que no transforman el aprendizaje. El riesgo de que la IA siga ese camino es real si no replanteamos radicalmente nuestras formas de enseñar, evaluar, gestionar y acompañar a los estudiantes. La tecnología sin pedagogía es solo infraestructura. La tecnología sin gobernanza es solo moda. La tecnología sin ética es un riesgo.

El congreso evidenció también que la verdadera innovación no ocurre en las máquinas, sino en los docentes. Ninguna universidad puede transformarse si su profesorado no está preparado para asumir la IA con profundidad y sentido. La IA no reemplaza al docente, pero sí reconfigura su papel. Lo libera de tareas repetitivas, lo desafía a enseñar de manera diferente y lo obliga a actualizar su conocimiento sobre alfabetización digital y ética tecnológica. Pero la esencia del acto educativo —acompañar, orientar, formar juicio, inspirar, despertar sensibilidad— sigue siendo irremplazable. De ahí que la calidad de la gobernanza institucional se mida también por la calidad del apoyo, la formación y el reconocimiento que se ofrece a los profesores. La IA solo será humanista en manos de docentes formados como profesionales reflexivos.

El impacto en los estudiantes también fue motivo de reflexión. La IA puede facilitar el aprendizaje, personalizar rutas, acelerar análisis y proporcionar retroalimentación inmediata. Pero puede también generar dependencia cognitiva, erosionar la autonomía intelectual y fomentar la ilusión de que pensar es prescindible. La universidad debe formar ciudadanos capaces de navegar críticamente un entorno saturado de información automatizada, de distinguir entre veracidad y verosimilitud, de resistir la tentación del atajo cognitivo que ofrecen las herramientas generativas. Una universidad que dependa exclusivamente de sistemas inteligentes corre el riesgo de deformar ciudadanos ágiles para consumir datos, pero incapaces de examinar críticamente su origen, su estructura y su propósito.

Otra de las grandes lecciones del congreso fue la fuerza de la colaboración. La innovación basada en IA no puede ser una tarea aislada. Ninguna universidad —pública o privada, grande o pequeña— podrá enfrentar sola los desafíos de un fenómeno tan complejo y dinámico. La cooperación entre instituciones, la creación de redes de investigación, el intercambio de experiencias, la reflexión conjunta sobre políticas y regulaciones y la colaboración con organismos internacionales no son un lujo. Son una necesidad estructural. La universidad dominicana demostró en EDUTEC 2025 una madurez institucional que debe preservarse: la capacidad de trabajar colectivamente frente a desafíos que trascienden fronteras y competencias individuales.

La IA es un nuevo entorno cognitivo, un marco cultural que transforma la forma en que pensamos, accedemos al conocimiento, producimos sentido, interactuamos con la información y nos relacionamos con otros

El encuentro dejó también un conjunto de preguntas que deberían orientar la agenda educativa de los próximos años: ¿Cómo garantizar que la IA fortalezca la equidad en lugar de ampliarla? ¿Cómo diseñar sistemas de evaluación que integren algoritmos sin comprometer la autenticidad del aprendizaje? ¿Cómo construir políticas institucionales que equilibren innovación, derechos y responsabilidad social? ¿Cómo formar a docentes y estudiantes para un ecosistema cognitivo donde la automatización redefine el acceso al conocimiento? ¿Cómo fortalecer la investigación educativa que permita comprender impactos reales —no supuestos— de la IA en el desarrollo cognitivo y en la cultura académica?

Estas preguntas son más que un ejercicio intelectual. Son una invitación a repensar la gobernanza de la educación superior. La IA no resolverá nuestros problemas estructurales: los hará más visibles. La calidad de la gobernanza —no la velocidad tecnológica— decidirá si nuestras instituciones se fortalecen o se desfiguran.

Al cierre del Congreso EDUTEC 2025 quedó clara una verdad que debemos asumir con seriedad: la universidad del futuro se juega hoy. Se juega en la lucidez con la que decidamos gobernar la tecnología, en la ética con la que preservemos la autonomía intelectual, en la valentía con la que transformemos prácticas y estructuras, y en la responsabilidad con la que entendamos que el futuro educativo no será obra de las máquinas, sino de la capacidad humana para orientarlas hacia el bien común.

La IA seguirá avanzando. Será más sofisticada, más accesible, más integrada y más influyente. Pero la pregunta esencial no es qué hará ella. La pregunta esencial es qué haremos nosotros con ella. Y esa es una decisión profundamente educativa.

Radhamés Mejía

Académico

Educador. Profesor Emérito de la PUCMM ExVicerrector de la PUCMM por más de 35 años y exrector de UNAPEC. Actualmente es Coodinador de la Comisión de Educación de la Academia de Ciencias de la República Dominicana (ACRD). En la actualidad es Director del Centro de Investigación y Desarrollo Humano (CIEDHUMANO)-PUCMM.

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