La batalla por el dominio de la cultura de los pueblos es antigua y está íntimamente relacionada con la formación del Estado nación. La disputa por la cultura de las naciones de la región se puede retrotraer a la época colonial cuando esta se empezó a engendrar y luego con su surgimiento como entidades independientes a principios del siglo XIX.
En el siglo XIX se fraguaron grandes batallas por el alma latinoamericana: unos creían que estas naciones debían imitar a Francia, utilizándola como modelo civilizatorio, mientras que otros pensaban en Estados Unidos. Algunos, como Domingo Faustino Sarmiento en Argentina, llegaron a proponer la difusión del inglés para que progresivamente desplazara el español. Sarmiento hizo esta propuesta después de visitar a Nueva York, donde observó el surgimiento de una pujante cultura y sociedad.
A contra parte, desde Cuba, José Martí, después de vivir en Nueva York por muchos años, hablaba de Nuestra América y de la necesidad de desarrollar nuestra propia cultura y diferenciarla de la América anglosajona. Luego, en 1906, el dominicano Pedro Henríquez Ureña publica Seis ensayos en busca de nuestra expresión trazando una línea que, en cierta forma, daba continuidad a la idea de José Martí.
En este breve ensayo se propone hacer algunas reflexiones sociológicas sobre la batalla entre la derecha y la izquierda por el dominio del alma latinoamericana, empezando en los años sesenta del siglo pasado hasta nuestros días.
La batalla de la derecha Latinoamericana en conjunción con la penetración cultural de Estados Unidos
Las elites dominantes latinoamericanas no han logrado fraguar sus propias ideas sobre la formación del Estado nación debido a su carácter dependiente de los modelos culturales, económicos y políticos de Estados Unidos y Europa. Asimismo, siempre han visto a los pueblos latinoamericanos como una amenaza a sus intereses económicos y políticos. Consecuentemente, los Estados forjados por estas elites casi siempre han tenido un carácter autoritario y, muchas veces, dictatorial, lo cual ha dado forma a la conformación de entidades institucionales que no impulsan la diversidad y riqueza cultural de la región, sino modelos inspirados en el extranjero.
El modelo que las elites han impuesto no escapa al colonialismo y la homogeneidad cultural, a lo que se oponen los pueblos cuyas culturas son sumamente heterogéneas. Esto explica, parcialmente, por qué los pueblos latinoamericanos siempre han resistido la imposición de los modelos europeos y estadounidense que predican la homogenización cultural en nombre de la democracia y la llamada civilización occidental.
La dependencia económica y política de las elites latinoamericanas las llevó a aceptar la difusión del evangelismo protestante en los años sesenta del siglo pasado. Esta difusión se empezó realizar desde la segunda parte del siglo XIX, pero sus alcances fueron limitados. En los años sesenta del siglo XX, en cambio, se realizó un esfuerzo particular en el contexto de la aplicación de la Alianza para el Progreso propuesta por Estados Unidos para oponerse al comunismo y la influencia de la Revolución Cubana en la región.
Así, por ejemplo, se creó el Instituto Lingüístico de Verano promovido por la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (conocida por sus siglas en inglés, USAID) para encubrir, entre otras cosas, la promoción de los evangélicos protestantes en el sudeste de México y otras latitudes latinoamericanas. En estos años fue que Nelson Rockefeller hizo su famosa gira por América Latina para dar cuenta de los cambios que se operaban; también el Papa hizo su primer viaje a Colombia para inaugurar la Segunda Conferencia de Obispos Latinoamericanos. Unos años más tarde, 1971 el teólogo peruano, Gustavo Gutiérrez, publicó su Teología de la Liberación, donde reflexiona críticamente sobre el papel de los cristianos en la sociedad.
Los lideres estadounidenses observaron en el surgimiento de la denominada Iglesia Popular o, de los pobres, una amenaza a sus intereses y las elites latinoamericanos estuvieron de acuerdo con esa observación. En fin, era necesario hacer todo lo posible para contra restar el auge de los “cristianos comprometidos” y, para ello, había que promover a los evangélicos protestantes, quienes difundían una visión conservadora del cristianismo, la cual estaba mucho más a tono con los intereses del gran capital. En la actualidad, los evangélicos protestantes son una fuerza política en países como Brasil y Guatemala. Sin duda, esto muestra el éxito de la derecha Latinoamericana operando conjuntamente con Estados Unidos.
El auge neoliberal como proyecto de dominación cultural
El neoliberalismo de inspiración angloestadounidense se presentó en los años ochenta como una política económica que buscaba abrir la América Latina al libre mercado mundial y que debía ponerse fin a las políticas de desarrollo industrial nacional y disminuir el papel del Estado en la sociedad. En aquel entonces no se decía que el neoliberalismo también era un plan para transformar la cultura, alejándola de las ideas de solidaridad y el colectivismo.
Este nuevo plan impulsaba una nueva cultura basada en el individualismo y se utilizaba a las recientemente creadas fundaciones culturales y a las universidades privadas para promover la nueva cultura. Al igual que en Estados Unidos, a las universidades públicas se le veía como portadora de ideología extremadamente liberales o comunistas. En cambio las entidades privadas recibían grandes recursos desde Estados Unidos para impulsar sus proyectos de difusión cultural. Estados Unidos invitaba a periodistas, políticos jóvenes, científicos sociales, etc. a tomar cursos de diplomados en las fundaciones privadas y universidades estadounidense para que conocieran el sistema y luego regresaran a sus respectivos países para difundir el modo de vida estadounidense. Una vez de regreso en sus países de origen conseguían buenos empleos tanto a nivel público como privado, lo cual eventualmente le hacía parte de la elite política o intelectual de la nación.
En suma, el proyecto cultural neoliberal contribuyó a que se arraigara una nueva mentalidad difundida ampliamente por la prensa radial, escrita, televisiva y ahora digital. Esta nueva mentalidad constituye el reto más grande para aquellos activistas interesados en promover una cultura latinoamericana basada en la solidaridad y el bien común.
La batalla cultural de la izquierda por el alma latinoamericana
La Revolución Cubana,1959, constituyó la respuesta más firme a la penetración cultural, política y económica estadounidense y europea en América Latina. En los años sesenta y setenta Cuba fue una inspiración cultural de resistencia y esto dio lugar al surgimiento de la Nueva Canción como instrumento para promover una cultura critica del imperialismo estadounidense.
Los esfuerzos iniciados por Cuba fueron continuados por la Revolución Sandinista,1979, otro eslabón de esperanza en respuesta a la penetración cultural de Estados Unidos en la región. Contrariamente a la Revolución Cubana, la nicaragüense se acopló con el cristianismo inspirado en la Teología de la Liberación y Iglesia Popular e, incluso, hubo sacerdotes que participaron en la Revolución, dos de ellos ocuparon ministerios en el área de Educación y Cultura.
Sin embargo, en la década de los noventa los bríos inspirados en Cuba y Nicaragua se debilitaron y la propuesta cultural de la izquierda empezó a diluirse. La Nueva Canción como expresión cultural perdió su fuerza y la mercantilización de la música y la cultura en general pasó a ocupar su lugar. ¿Podría, entonces, concluirse que todo estaba perdido y que poco se podía hacer para renovar la lucha por el alma latinoamericana? Veamos, brevemente, la experiencia de los gobiernos progresista de principios del siglo XXI en relación con el tema cultural.
Los gobiernos progresistas y la batalla cultural de la izquierda
Los gobiernos progresistas fueron el resultado del fracaso económico de las políticas neoliberales que habían prometido que al abrirse al mercado internacional la prosperidad reinaría en América Latina. Impulsados por movimientos populares que repudiaban las políticas neoliberales, surgieron los gobiernos progresistas.
En una primera etapa (1999-2016) empezó con Hugo Chávez en Venezuela), Lula en Brasil, Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia, Néstor Kirchner en Argentina y termina con Dilma Rousseff en Brasil en 2016. Esta primera etapa se caracterizó por ser relativamente radical en su cuestionamiento del neoliberalismo y su consecuente enfrentamiento con Estados Unidos.
La segunda etapa empezó en 2018 con la elección de Andrés Manuel López Obrador en México y continúa con su sucesora, Claudia Sheinbaum desde 2024. En esta segunda etapa también tenemos el caso de Xiomara Castro en Honduras, Gabriel Boric en Chile, Gustavo Petro en Colombia y, nuevamente, a Lula en Brasil.
Esta segunda etapa ha sido caracterizada por los observadores como moderada en su cuestionamiento del neoliberalismo, pero una cosa que comparten con los gobiernos de la primera etapa es que no han desarrollado políticas culturales fuertes que entren en batalla con la derecha en el campo de la cultura, pero algo se hizo.
El Buen Vivir y el Humanismo mexicano
Lo único que se ha aproximado a una batalla cultura de gobiernos progresistas ha sido la propuesta del Buen Vivir o Vida Plena de los gobiernos de Rafael Correa y Evo Morales en Bolivia. La propuesta se basa en la tradición de los indígenas que procura armonía, consenso y buen gobierno, donde se da prioridad a los valores comunales de respeto mutuo, distribución de la riqueza y la eliminación del racismo y todo tipo de exclusión.
Si bien durante los gobiernos de Correa y Morales se hizo una amplia distribución de recursos en la población empobrecida, el impulso de una cultura basada en la Vida Plena no recibió la atención necesaria. Por otro lado, durante la gestión de Hugo Chávez se promulgó una ley que obligaba a que por cada canción extranjera que se pusiera en la radio se tocara una venezolana. Esto ayudó a promover la música popular nacional, pero ahí se quedó porque no se basó en una política más amplia de promoción de la cultura nacional.
Aún esta por verse el alcance del denominado Humanismo mexicano propuesto por Andrés Manuel López Obrador (2018- 2024). Según López Obrador, este concepto está inspirado en una frase atribuida al literato romano, Terecio, de que “nada humano me es ajeno,” pero también proviene de las culturas ancestrales mexicanas y tiene que ver con la ayuda mutua y la responsabilidad ante las necesidades comunales.
En este sentido se parece a la idea del Buen Vivir, pero, en lo esencial, se refiere a un sistema de distribución de recursos por el Estado entre la población empobrecida por la aplicación del neoliberalismo. La gestión de Claudia Sheinbaum ha continuado esta política y ahora le ha añadido una especie de festival para promover la canción mexicana y de esa manera alejar a la juventud de los narcocorridos que han penetrado en la cultura nacional.
La idea de la Vida Plena y el Humanismo mexicano constituyen elementos interesantes para promover una batalla cultural por el alma latinoamericana. En ambos casos se hace referencia a la cultura ancestral de los pueblos y como esta ha constituido a lo largo de la historia de la región un bastión de resistencia. Sin embargo, tenemos que reconocer que la batalla cultural de la izquierda ha sido débil en propuestas tanto en la etapa de los años sesenta y setenta como en las etapas de los gobiernos progresistas. En cambio, la derecha con el apoyo estadounidense, ha logrado penetrar profundamente en el alma latinoamericana a través de los evangélicos-protestantes y la política cultural del neoliberalismo.
En la actualidad se observa que la batalla cultural por el alma latinoamericana también se expresa en los medios digitales y quizá sea allí donde la izquierda deba relanzar su batalla por el alma latinoamericana. No cabe duda que las izquierdas social y electoral tendrán que competir con los “influencers” y “youtubers” que, apoyados por las empresas digitales, difunden cualquiera cantidad de mensajes de carácter conservador y de noticias falsas que buscan socavar a personalidades progresistas o de izquierda.
Por ahora, se nota que el trabajo de la izquierda en este frente ha iniciado con programas de radio y televisión alternativas de analsis, entre otros, como La Base dirigido desde España por Pablo Iglesias y, en México, con los trabajos de Julio Astillero, Sabina Berman, los Periodistas, etc. y Atilio Borón con su Café Virtual en Argentina, pero falta mucho para poder competir con las empresas digitales que cuentan con muchísimos recursos.
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