La historia de la filosofía ha estado marcada por pensadores que no solo han transformado nuestro modo de entender el mundo, sino que han moldeado la forma en que nos entendemos a nosotros mismos. Sócrates, al desplazar el foco de la especulación cosmológica presocrática a los ámbitos humano, moral, ético y social, instauró una forma radicalmente nueva de interrogación: el diálogo filosófico como herramienta de autoconocimiento. Su famosa frase “Conócete a ti mismo” es un reflejo de su pensamiento centrado en la naturaleza del hombre. Platón continuó esta línea trazando la noción de un mundo inteligible, más allá de la percepción sensible, mientras Aristóteles sistematizó el pensamiento mediante una lógica que aún fundamenta el saber occidental.

En la modernidad, Descartes inaugura el giro subjetivo con su “pienso, luego existo”, y Kant redefine los límites del conocimiento al señalar la coproducción entre sujeto y objeto. Nietzsche, por su parte, dinamita las bases de la moral tradicional y anticipa la fragmentación posmoderna con su idea de la “muerte de Dios”, profundizada después por Heidegger y Sartre a través del existencialismo.

En el siglo XX, Ludwig Wittgenstein revolucionó la filosofía del lenguaje al mostrar que muchos problemas filosóficos son, en realidad, malentendidos lingüísticos. Ya en el siglo XXI, la escena filosófica cuenta con figuras contemporáneas como Byung-Chul Han, cuya escritura aforística y crítica ejerce una atracción singular. Han, surcoreano radicado en Alemania, ha hecho de la diagnosis del presente su campo de batalla. Sus obras examinan el malestar de la cultura actual, marcada por el exceso de positividad, la hipertransparencia, la sobreexposición y la pérdida de lo otro.

Entre los libros más penetrantes, profundos y seductores de Byung-Chul Han, destaca Hiperculturalidad, donde Han analiza los efectos de la globalización sobre las formas culturales contemporáneas. Su tesis central es que hemos transitado de una era multicultural a una condición hipercultural. En la multiculturalidad, las culturas coexistían dentro de límites más o menos definidos; eran estructuras relativamente estables, ligadas a tradiciones, territorios e identidades colectivas. Existía lo que Han llama un “inconsciente cultural”, un fondo simbólico que estructuraba la experiencia sin necesidad de ser tematizado. Ese anclaje ha sido desintegrado por la lógica global del mercado y las tecnologías de comunicación.

En la hiperculturalidad, en cambio, los elementos culturales circulan libremente, se descontextualizan, se fragmentan y se ofrecen al consumo individual. Ya no “habitarmos” una cultura, sino que disponemos de múltiples referencias culturales que podemos adoptar, mezclar o desechar. Esta multiplicidad, lejos de producir una mayor comprensión entre culturas, genera una forma de indiferencia estética. La cultura se convierte en espectáculo, en superficie, en un flujo de signos intercambiables donde lo distinto no desafía, sino que adorna. Lo otro, en vez de interpelar, se estetiza. La diferencia, en vez de ser vivida o comprendida, se trivializa.

Este fenómeno tiene implicaciones profundas. El sujeto contemporáneo, al no estar arraigado en una tradición cultural densa, construye su identidad como quien elige productos en un escaparate. Esta “identidad a la carta” está regida por una lógica consumista que convierte a la cultura en una experiencia descomprometida, efímera y fragmentada. Lo que antes era un espacio de sentido compartido se transforma en un terreno de juego simbólico. El peligro, advierte Han, no está en la mezcla o el mestizaje en sí -que puede ser enriquecedor- sino en su incorporación a una lógica de mercado que convierte la diversidad cultural en capital estético.

Han no propone un retorno nostálgico a culturas cerradas o a identidades fijas. Es consciente de que las culturas no pueden ser esencias inmutables. Sin embargo, llama la atención sobre el costo que supone convertir la diferencia en un producto más del mercado simbólico global. En lugar de promover una interculturalidad auténtica, basada en el reconocimiento mutuo, el diálogo y el compromiso, la hiperculturalidad produce una convivencia aparente donde todo circula pero nada transforma. El exceso de disponibilidad disuelve la alteridad: todo puede ser apropiado, transformado, traducido, desactivado.

En este contexto, la figura del otro -clave en toda experiencia ética- queda diluida. El otro ya no es un desafío existencial, sino un elemento decorativo, una experiencia estética sin consecuencias. En la era hipercultural, lo diferente no incomoda ni cuestiona; simplemente se consume. Esto genera lo que Han denomina una “diferencia vacía”: formas culturales que ya no tienen densidad histórica ni sentido comunitario, sino que flotan en un presente perpetuo, sin memoria ni futuro.

Así, la crítica de Han se inscribe dentro de una preocupación más amplia por el vaciamiento de lo simbólico en las sociedades contemporáneas. Frente a la velocidad, la saturación y el ruido permanente, propone una ética de la profundidad: volver a habitar el tiempo, el lenguaje, la relación con el otro desde una lógica menos productiva y más contemplativa. Su análisis no es una denuncia apocalíptica, sino una advertencia lúcida: si no repensamos el modo en que nos relacionamos con la alteridad, corremos el riesgo de reducir la experiencia cultural a una circulación infinita de simulacros.

En suma, Hiperculturalidad es una obra que nos obliga a reflexionar sobre la manera en que habitamos el mundo globalizado. Su crítica al vaciamiento de la diferencia cultural en el contexto del neoliberalismo no busca clausurar el diálogo intercultural, sino rescatar su espesor, su dificultad, su exigencia. En un tiempo donde todo parece accesible, Han nos recuerda que lo verdaderamente valioso exige lentitud, compromiso y profundidad.

Carlos Salcedo Camacho

Abogado

Abogado, litigante, asesor jurídico, estratégico e institucional de diversas personas, empresas e instituciones. Dirige desde 1987 su firma de abogado, Salcedo y Astacio, con oficinas en Moca y Santo Domingo. Tiene varios diplomados, postgrados y maestrías, en diversas ramas del derecho, como la constitucional, corporativa, penal y laboral. Autor y coautor de varias obras de derecho y en el área institucional. Columnista y colaborador de las revistas Estudios Jurídicos, Ciencias Jurídicas y Gaceta Judicial y periódicos nacionales y de obras internacionales como el Anuario de Derecho Constitucional, de la Fundación alemana Konrad Adenauer. Desde el año 2010 es articulista fijo del periódico El Día. Ha sido redactor y coredactor de diversas, leyes y reglamentos. Ha sido profesor en la PUCMM y en diversas universidades, tanto en grado como en maestrías. Conferencista en el país y en el extranjero, en diferentes ramas de las ciencias jurídicas y sociales. Fue Director Ejecutivo de la Fundación Institucionalidad y Justicia (Finjus) (2001-2003). Director Estratégico del Senado de la República y Jefe del Gabinete del Presidente del Senado de la República (2004-2006). Fue asesor ejecutivo y el jefe del Gabinete del Ministerio de Cultura (2012-2016).

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