El planteamiento sobre la autoridad y la inerrancia de la Biblia se originó entre los luteranos, quienes abordaron estos temas en el contexto del debate con el Concilio de Trento. De la confrontación entre la Iglesia católica y los reformadores nació la doctrina de la Palabra de Dios, en la que se incluyó la discusión sobre si la Biblia debía considerarse o no una autoridad.

El término «autoridad» comenzó a debatirse precisamente porque los católicos aceptaban la transmisión oral como una fuente fidedigna. Estos sostenían que la Biblia también tenía un origen oral y que muchos de los primeros padres de la Iglesia, como Policarpo, san Justino de Hipona y Orígenes, se apoyaron en testimonios orales para redactar sus obras. Policarpo, por ejemplo, no tenía a su alcance el Nuevo Testamento, sino que escribió basándose en la tradición oral. Entonces, ¿cuál era su autoridad en ese momento? La autoridad provenía del testimonio oral que se transmitía de persona en persona, aunque inevitablemente estaba impregnado de sesgos que debían depurarse en los concilios.

Un ejemplo ilustrativo se halla en la defensa de la vida devocional en torno a Policarpo (150 d. C.), donde también se discutía quién tenía autoridad para predicar a Cristo y cómo hacerlo. De manera similar, san Agustín de Hipona (354-430 d. C.) fue protagonista de los grandes debates teológicos y filosóficos de su época, en los que trató temas como la relación entre la fe y la razón, el problema del mal, la Trinidad y la tensión entre el libre albedrío y la gracia divina. En La ciudad de Dios, defendió el cristianismo frente al paganismo y refutó herejías como el maniqueísmo, el donatismo y el pelagianismo. Su visión escatológica era amilenarista y su visión hamartiológica afirmaba que el ser humano era corrupto por naturaleza y que solo podía redimirse mediante la acción del Espíritu de Cristo. Dado que en aquella época no existían textos escritos que fundamentaran estas ideas, las discusiones se desarrollaban en los sínodos y concilios, donde la autoridad se construía colectivamente a través del debate teológico.

Incluso cuestiones como el origen y la naturaleza del alma suscitaron intensos debates desde el siglo I. Por ejemplo, Justino Mártir (100-168 d. C.) sostenía que el alma era mortal y perecedera porque carecía de los atributos divinos que la diferenciaran de Dios. Esta idea chocaba con la concepción griega de un alma eterna, lo que generó un intenso intercambio intelectual que influiría en la tradición romana y cristiana posterior. (Dussel, 2018)

El tema de la autoridad de las Sagradas Escrituras surge propiamente con la Reforma protestante del siglo XVI. A partir de este movimiento, la idea se extendió a los anglicanos en el siglo XVI, luego a los bautistas en 1630, a los anabaptistas —que formaban parte de la Reforma Radical del siglo XVI en Alemania— y, más tarde, a las iglesias emergentes del siglo XVII, ya influenciadas por la Ilustración. Con la llegada de la teología reformada se consolidó la concepción moderna de la autoridad bíblica. Antes de este proceso, la autoridad recaía principalmente en el papa y en la Iglesia católica, lo cual era coherente ya que el canon bíblico aún no se había conformado de manera definitiva. El primer obispo de Roma que ejerció una autoridad suprema fue Aniceto (155-166 d. C.), y el primero en utilizar el título de «papa» (padre) en Occidente fue Siricio (384-399 d. C.). El papado se consolidó como institución estable y reconocida a partir del siglo IV, bajo la influencia del emperador Constantino. (HURLBUT, 2006)

Por tanto, la discusión sobre la autoridad y la inerrancia de las Sagradas Escrituras es fundamentalmente propia del cristianismo protestante. En la teología católica, estos temas no suscitan el mismo debate, ya que su fundamento doctrinal se basa tanto en la Escritura como en la tradición. En su obra Ekklesia. Introducción a la eclesiología (2001), el teólogo Alfred Kuen explica que muchas doctrinas esenciales, como el bautismo, no surgieron de una interpretación directa de los textos escritos, sino de la transmisión oral y de las tradiciones establecidas por la Iglesia primitiva. (Kuen, 2001)

Así pues, la cuestión de la autoridad es un debate interno del mundo evangélico. Somos nosotros quienes depositamos toda la fiabilidad de nuestras doctrinas en la Escritura, por lo que este tema se vuelve tan central y discutible. Así lo expresan la Confesión de Westminster y la Confesión de Fe Bautista, documentos en los que se formula con claridad la idea de que la Biblia es la única autoridad. Sin embargo, esta preocupación no se encuentra en los escritos antiguos. No aparece en las obras de San Agustín de Hipona, la Suma teológica de Santo Tomás de Aquino, Policarpo, Justino Mártir, Orígenes, San Anselmo, Pedro Abelardo o Duns Escoto. Todos ellos se centraban más bien en demostrar racionalmente la existencia de Dios y la encarnación de Cristo.

Por tanto, los temas de la autoridad, la inerrancia y la suficiencia bíblica son productos de la Reforma. Antes de la Reforma, el centro del pensamiento teológico giraba en torno a la razón y la fe, no a la autoridad del texto.

El tema de la autoridad de las Sagradas Escrituras, como se ha dicho, surge propiamente con la Reforma. Antes de esta, la Iglesia se apoyaba en la tradición y la transmisión oral, no en la autoridad del texto escrito. Sin embargo, eso no implica que la Biblia pierda relevancia o importancia al eliminar los conceptos de autoridad, inerrancia o suficiencia. No se trata de degradarla, sino de entenderla en su verdadera dimensión cultural, histórica y literaria.

Pensemos en esto: si El Quijote es el libro más influyente después de la Biblia, ¿podríamos decir que carece de trascendencia histórica solo porque no se le atribuye autoridad divina? La autoridad no siempre proviene del dogma, sino también de la influencia. El teórico literario Roman Jakobson introdujo el concepto de texto dominante, entendido como aquel que ejerce una fuerza de referencia sobre su contexto cultural. Los textos dominantes se convierten en ejes de su tiempo: establecen cánones, modelan sensibilidades y orientan el pensamiento. Posteriormente, Jan Mukařovský profundizó en esta idea al afirmar que la dominante no es un elemento fijo, sino dinámico, susceptible de transformarse con el paso del tiempo o a través de procesos como la traducción. Así, al intentar recrear un poema extranjero, la poesía local puede alterarse y generar nuevas formas expresivas, lo que supone una renovación de su propio horizonte estético.

Jakobson sostenía que existen libros dominantes porque encierran una riqueza interna y un proyecto literario y simbólico capaces de sobrevivir incluso a la muerte de su autor. Esta idea está relacionada con la reflexión del crítico francés Roland Barthes, quien en su famoso ensayo de 1967 formuló el concepto de la «muerte del autor». Según Barthes, el sentido de una obra no depende de la intención del autor, sino de la interpretación del lector. Es el lector quien, al enfrentarse al texto, le confiere una nueva existencia. Así, cuando el autor desaparece, su voz no se extingue, sino que permanece el sistema de significados que dejó inscrito en la obra. Por tanto, la muerte del autor no implica el fin del texto, sino su trascendencia, ya que este cobra vida propia más allá del tiempo, del contexto y de la biografía de quien lo concibió.

Por eso, hablar de la Biblia solo como obra teológica es simplificarla en exceso. Cuando se separa de su naturaleza literaria, se empobrece. La Biblia, como texto, no solo tiene autoridad espiritual, sino que también tiene dominación cultural, en el sentido de Jakobson: domina una época, marca el lenguaje, moldea imaginarios y establece referencias simbólicas que trascienden el tiempo.

Este dominio literario está relacionado con las reflexiones de Roland Barthes y Jacques Derrida, quienes propusieron la disolución de la figura del autor y la autonomía del texto. En este sentido, podría afirmarse que la Biblia, más allá de sus autores humanos, ha adquirido una vida propia y se ha convertido en un texto que se renueva a lo largo de los siglos. Mientras que Barthes y Derrida subrayan la independencia del texto respecto a su origen, teóricos como Stanley Fish y Jonathan Culler amplían la discusión al papel del lector y de las comunidades interpretativas en la producción del sentido. Por otro lado, las escuelas estructuralistas de Praga y Tartu, con autores como Roman Jakobson y Yuri Lotman, sostienen que el texto es un sistema dinámico que se modifica con el tiempo y los contextos culturales. En conjunto, todas estas perspectivas coinciden en que la obra literaria posee una existencia diacrónica, capaz de transformarse y renovarse con cada lectura.

Si la Biblia se entendiera solo de forma «acrónica», como propuso Ferdinand de Saussure, es decir, fija y fuera del tiempo, habría muerto con su contexto original. Sin embargo, sucede lo contrario: la Biblia sobrevive precisamente porque trasciende. Es un texto que, más que imponer autoridad, posee trascendencia. Al igual que otros textos dominantes de la humanidad, la Biblia mantiene su vitalidad porque seguimos encontrando en ella significados, metáforas y verdades que entran en diálogo con nuestro presente.

Por eso, la Biblia es una obra viva que se reescribe con cada interpretación y que sigue ejerciendo su dominio no por imposición, sino por su capacidad de resonar con la experiencia humana a lo largo del tiempo.

Conclusión: La vigencia de la Biblia entre la fe y la literatura

Reflexionar sobre la autoridad de las Sagradas Escrituras nos permite comprender que su valor no solo depende del estatuto teológico que les otorgó la Reforma protestante, sino también de su capacidad para trascender los límites del tiempo, la doctrina y la institución religiosa. Antes de la Reforma, la Iglesia reconocía la transmisión oral y la tradición como fuentes válidas de conocimiento divino. Sin embargo, con el surgimiento de la modernidad teológica, la Biblia se reinterpretó como autoridad textual. No obstante, reducirla a un simple objeto de fe ignoraría su dimensión cultural, filosófica y simbólica, que ha nutrido tanto la historia del pensamiento occidental como su espiritualidad.

Entender la Biblia como un texto vivo y dominante, en el sentido literario que proponen Jakobson, Barthes y Derrida, implica reconocer su fuerza transformadora más allá del dogma. Su vigencia no solo proviene de la autoridad religiosa, sino también de su capacidad para dialogar con cada época, moldear imaginarios, inspirar arte y generar reflexión ética. La Biblia, más que un libro de autoridad, es un texto trascendental, una obra que sigue interpelando al ser humano y renovando su significado con cada lectura, reafirmando así su papel como uno de los pilares intelectuales y espirituales de la civilización.

References

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HURLBUT, J. L. (2006). HISTORIA DE LA IGLESIA CRISTIANA JESSE LYMAN HURLBUT. diarios de avivamientos. Retrieved October 14, 2025, from https://diariosdeavivamientos.wordpress.com/wp-content/uploads/2015/03/historia-de-la-iglesia-cristiana-jesse-lyman-hurlbut.pdf

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Teoría literaria y lingüística

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Fish, S. (1980). Is There a Text in This Class? The Authority of Interpretive Communities. Cambridge, MA: Harvard University Press.

Culler, J. (2002). Structuralist Poetics: Structuralism, Linguistics and the Study of Literature. Londres: Routledge. (Obra original publicada en 1975).

Jakobson, R. (1981). Lingüística y poética. En Ensayos de lingüística general (pp. 347–395). Barcelona: Seix Barral. (Obra original publicada en 1960).

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Pedro Cruz

Pedro Alexander Cruz, nacido en 1987 en Santiago de los Caballeros. Es un destacado filósofo y escritor. Su trayectoria literaria incluye títulos como La utopía filosófica como faro de la justicia, El hombre y su profunda agonía por el saber y La maravillosa significancia inicial del libro de Lucas. Manual práctico de introducción a la lógica formal. (Epítome): Manual. La filosofía y la construcción del ser: Manuela de filosofía para niños. Política y Ciudadanía. : Intención de transformación. Estas obras reflejan su interés por temas filosóficos, teológicos y sociales, destacándose por su profundidad analítica. Además de su faceta como autor, Cruz es un apasionado de la enseñanza. Actualmente imparte las asignaturas de Filosofía y Pensamiento Social, así como Ciudadanía y Democracia Participativa, en el Colegio La Salle de Santiago. Su enfoque pedagógico busca formar ciudadanos críticos y conscientes de su rol en la sociedad. Su formación académica incluye estudios en Teología en el Seminario Bíblico de la Gracia y actualmente estudia Filosofía y Letras en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), con cursos realizados en la misma Universidad como: Proética. Tutor Virtual. Taller de verano de Filosofía. Neuroética entre otros. Esta sólida base académica le ha permitido combinar su interés por la filosofía con una comprensión profunda de la espiritualidad y la cultura. Actualmente, Cruz sigue residiendo en Santiago de los Caballeros, donde continúa su labor como docente y escritor, contribuyendo al desarrollo del pensamiento crítico en su comunidad.

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