“Las personas se convierten en los relatos que escuchan y los relatos que cuentan” Elie Wiesel

Acaba de morir Koldo Campos Sagaseta, el brillante escritor y teatrista vasco nacionalizado dominicano a quien muchas personas conocimos como el autor irreverente de la columna “Cronopiando”. No tuve el privilegio de ser su amiga ni creo haber intercambiado con él más de 20 palabras cuando vivió en Santo Domingo, felicitándole después de la presentación de sus obras. Por eso me disculpo desde ya con su familia porque intento rendirle homenaje en esta crónica, ciertamente, pero no puedo hacerle justicia ni escribir desde la perspectiva de alguien cercano.

Me tomo el atrevimiento de referirme a Koldo porque reflexionando en el avión en el que estaba de regreso a Los Ángeles el lunes, me di cuenta de que su obra es un ejemplo de las respuestas que mucha gente en las ciencias sociales estamos buscando cuando hablamos del autoritarismo que está resurgiendo en Latinoamérica y en el mundo. ¿Por qué? Porque las y los artistas y escritores como Koldo tienen una habilidad que necesitamos desarrollar mucho más las personas que desde la academia y desde los movimientos sociales tratamos de construir sociedades más justas: el de contar historias.

Koldo fue un exquisito e impresionante contador de historias. Lo sabemos quienes leíamos “Cronopiando”, su famosa columna del periódico El Nacional inspirada en Julio Cortázar. Pero lo entendíamos aún más quienes íbamos a ver sus obras. Como dramaturgo y como director, Koldo usaba el humor y la sátira para reinterpretar y desmontar clásicos de la literatura (“La Dama de las Camelias, parte atrás”) o momentos cruciales de la historia (“Hágase la Mujer. La verdadera historia del descubrimiento de América”).

Su humor era tan fácil y su sátira tan fresca que la reacción del público era siempre tan interesante y cómica como la obra. A mí que como socióloga y como curiosa me encanta observar a la gente, me reía tanto de las ocurrencias de Koldo como del humor y la improvisación de sus brillantes actores y actrices (como Micky Montilla y Karina Guerrero, para solo mencionar mis dos favoritos) y de las reacciones de la gente. Esos momentos de gozo colectivo como, por ejemplo, la presentación histórica que hicieron de “Hágase la Mujer” en Plaza España son ejemplos de lo que el sociólogo Emilio Durkheim, llamaba “efervescencia colectiva”. O sea, los momentos en los que sentimos una conexión especial con la gente a nuestro alrededor al hacer algo al mismo tiempo. Por eso se quedarán para siempre en mi memoria como estoy segura de que siguen en la memoria de los cientos de personas que también estuvieron ahí.

Las obras de Koldo lograban en minutos lo que las lecturas y conferencias sobre lo que ahora llamamos el pensamiento anti-colonial y decolonial pueden tardar horas en conseguir. Usando la exageración, el ridículo y su irreverencia sin límites mostraba a las figuras y situaciones que todavía ponemos en un pedestal en nuestra sociedad (por ejemplo, los Reyes Católicos, Colón o el mismo proyecto de conquista española del continente) en su sitio. Por ejemplo, en “Hágase la Mujer” presentaba a los personajes históricos que tanto endiosamos como lo que fueron: seres humanos llenos de fallas y de motivos humanos incluyendo la avaricia y la sensación de superioridad ante las civilizaciones indígenas.

Como tuve también el privilegio de hacer teatro por varios años en la universidad, ver en escena la magia que creaban Koldo y su equipo me parecía absolutamente fascinante. Es la magia del teatro comprometido y bien hecho que también admiro en colectivos como Teatro Guloya y Teatro Maleducadas. De hecho, pensar en las obras de Koldo siempre me recuerda esas risas desenfrenadas de gente de todas las edades, de todos los sectores, la mayoría sin la educación universitaria que con frecuencia se necesita para entender lo que decimos mucha gente en la academia (cuando en realidad las y los académicos deberíamos aprender a hablar de forma que nos entienda todo el mundo).

Esas imágenes de caras felices y esos sonidos de risas exuberantes son las pistas que Koldo nos dejó para navegar los tiempos difíciles que vivimos. Tiempos en los que muchos grupos conservadores tanto en RD como en diferentes partes del mundo hacen creer a la gente que respetar los derechos de quienes son diferentes es una debilidad o un error. Tiempos en los que mentir sin límites como acaba de hacer Trump en el debate presidencial con Biden no tiene consecuencias.

Son tiempos en los que los ministros y hasta presidentes de gobiernos que inician siendo “del cambio” como el que se acaba de reelegir en nuestro país quieren desmontar políticas para la igualdad y la equidad. Tiempos en los que incluso quienes están a cargo del Estado no entienden que son esas políticas las que nos ayudan a construir las sociedades justas (sin sexismo, ni homofobia, ni racismo, ni clasismo, ni xenofobia, ni ningún tipo de discriminación) que dicen defender. Incluso juegan a inflamar esos odios y apoyar a los grupos que los promueven en busca de votos sin saber que están jugando con fuego.

Como conversábamos mis colegas y yo en varias sesiones de la conferencia de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA) en Bogotá hace unos días, en los últimos años se ha vuelto normal usar el odio y las mentiras para intimidar y para callar al contrario. La táctica no es nueva. La han usado desde siempre los regímenes y grupos autoritarios tanto de izquierda como de derecha. Pero en los últimos años los grupos y partidos de la extrema derecha han aumentado su uso de manera exponencial utilizando las redes sociales. Por ejemplo, en Alemania las autoridades identificaron que el 77% de los discursos de odio en las redes provenían de la extrema derecha, solo el 9% de la extrema izquierda y el resto no se podía calificar políticamente.

Por eso, aunque me entristece su partida, me anima recordar el ejemplo de Koldo porque dedicó toda su vida a las causas progresistas y nos mostró cómo contar historias para crear ese nuevo mundo más inclusivo y justo que queremos. Por ejemplo, por eso trabajó como brigadista alfabetizando en la Revolución Sandinista en Nicaragua. Incluso me enteré conversando con mi familia sobre él en el fin de semana que trabajó con mi papá, Arsenio Hernández Fortuna, en Hablan Los Comunistas, el periódico del desaparecido Partido Comunista Dominicano.

Mi papá, que fue jefe de redacción y luego director de Hablan Los Comunistas, me contó que Koldo también tenía una columna en ese periódico. Y ahí publicó un poema feminista en el que satirizaba el anuncio de “Olimpia la que lava, friega y limpia” famoso en los años ’80 para denunciar las condiciones terribles en que labora la mayoría de las trabajadoras domésticas como cuenta el mismo Koldo. Agradezco al Diario Antillano por rescatar la historia y el poema y no se me ocurre mejor manera de cerrar este homenaje al genio y vida de Koldo que compartírselos también.

Soy Olimpia

Por Nepomuceno Concepción (uno de los seudónimos usados por Koldo)

 Mucho gusto, soy Olimpia, la que lava, friega y limpia y quita el polvo y barre y encera y guisa y hace la compra y plancha y trapea y arregla las camas y bota la basura y enjabona y baldea y restriega y emparrilla y estofa y alisa y bruñe y arregla y sacude y recoge y merca y regatea y cría y alimenta y educa y amamanta y ceba y pare y pinta y decora y borda y engalana y tiñe y retoca y acomoda y agrada y atiende y halaga y compone y confecciona y se harta y se fastidia y se hastía y se fatiga y se enoja y se agota y se disgusta y es forzada y es atropellada y es embaucada y es ofendida y es agraviada y es difamada y es marginada y es discriminada y es violada y se aguanta y soporta y tolera y resiste y padece y disimula y se resigna y se rebela y transige y se conforma y es engañada y es sermoneada y es bendecida y es condenada y es amonestada y se calla y grita y se aburre… Mucho gusto, soy Olimpia, la que lava, friega y limpia.

 (Nota: Si ha sido usted capaz de llegar hasta el final espero que me lo perdone. Olimpia, sin embargo, me censuró la brevedad.)