“Tengo una vida y una oportunidad para lograr que valga la pena… Mi fe exige que yo haga todo lo que pueda, donde sea que pueda, cuando sea que pueda por todo el tiempo que pueda…” Jimmy Carter
El domingo pasado falleció el ex presidente de Estados Unidos Jimmy Carter y creo que reflexionar sobre su vida y su impresionante legado es una excelente forma de empezar el nuevo año que inicia hoy. Su partida me hizo recordar cuando tuve la oportunidad de visitar el Centro Carter en la ciudad de Atlanta hace muchos años. Andaba de visita familiar en la ciudad con mi exesposo, su mamá y su papá y me fui al Centro junto con los dos últimos mientras mi ex participaba en una conferencia. Los tres nos pasamos el día con una sonrisa de oreja a oreja caminando por los bellos jardines del Centro Carter y aprendiendo sobre la trayectoria de este hombre extraordinario.
En ese momento no sabía mucho sobre el expresidente Carter. Recordaba vagamente la larga crisis de los y las rehenes estadounidenses en Irán cuando yo era niña y lo conocía por el monitoreo de elecciones y el trabajo humanitario que lo hizo famoso en América Latina y otras partes del mundo. Pero ese día aprendí que los aportes de Carter eran mucho más amplios empezando con su mandato como presidente. Por ejemplo, leí sobre su rol fundamental en lograr los Acuerdos de Camp David que llevarían a la paz entre Egipto e Israel y que siguen siendo estudiados por las y los expertos en negociación y en el Medio Oriente de todo el mundo, incluyendo mis profesores en la Escuela Kennedy de Gobierno de Harvard como había leído en sus clases años antes. De hecho, aunque los acuerdos tienen debilidades importantes (como la inclusión de decisiones sobre Palestina sin la participación del pueblo palestino a pedido de Israel), continúan siendo un referente en el Medio Oriente y varios presidentes de EEUU después de Carter han intentado lograr acuerdos similares sin conseguirlo, con la excepción del también demócrata Bill Clinton.
Durante mi visita al Centro Carter aprendí también que el presidente Carter había tenido una carrera meritoria en la Marina de EEUU y su preparación en física y su experiencia en submarinos y desastres nucleares parecen haber influido en su decisión de firmar el histórico Tratado Salt II para la reducción de las armas nucleares con la Unión Soviética. De manera similar, Carter aprovechó el tono más pragmático y moderado de Deng Xiaoping, líder de China durante su gestión, para normalizar las relaciones con dicho país durante una visita de Xiaoping a la Casa Blanca en enero del 1979.
Claro que, en lo que a América Latina respecta, recordamos al Carter presidente por la manera en que mejoró las relaciones con la región con la devolución del Canal de Panamá a dicho país, entendiéndose con el presidente panameño Omar Torrijos. Además, como han reconocido muchas personas expertas en la materia, el hecho de que basara su agenda de política exterior en los derechos humanos y redujera el apoyo militar de EEUU a la región contribuyó al debilitamiento de las dictaduras latinoamericanas de la época. Incluso, una de las cosas que he aprendido en estos días es que durante su campaña presidencial Carter criticó la participación de la administración anterior en el derrocamiento de Salvador Allende en Chile y aconsejó al gobierno sandinista negociar con los contras como acaba de destacar Sergio Ramírez, vicepresidente de dicho gobierno.
Una de las cosas que más me impresionaron de la visita al Centro Carter fue la estatua de un hombre ciego siendo conducido por un niño que está en los jardines del centro. La estatua simboliza la labor que Carter, conjuntamente con su esposa Rosalynn y su equipo, realizó para la eliminación de la “ceguera de los ríos”, una enfermedad infecciosa y prevenible que ha dejado ciegas a miles de personas y que todavía afecta a 18 millones de seres humanos especialmente en comunidades empobrecidas en África y en América Latina. La multimillonaria Melinda French Gates compartió en las redes que el Centro Carter también ha sido vital para la eliminación de la enfermedad del gusano de Guinea, otro padecimiento prevenible y terrible que Carter esperaba ver desaparecer antes de su muerte. (Dice la French Gates que estuvo a punto de lograrlo porque ya solo quedan menos de 10 casos). Tal y como podemos ver en los cientos de testimonios compartidos por las personas y organizaciones con las que colaboraron Jimmy Carter y su esposa Rosalynn, su labor humanitaria a nivel global y en su propio país es muy reconocida.
Sin embargo, llama la atención que la visión progresista y de largo plazo de Carter como líder es mucho menos valorada en su propio país. Como destaca la BBC, mucha gente le veía “como un mandatario débil y fracasado porque solo ejerció durante un período” al ser el primero en no poder reelegirse desde los años ‘30 en parte por la inflación y en parte por su negativa a bombardear Irán para rescatar al grupo de rehenes. Esta negativa fue utilizada por su oponente, el entonces candidato republicano Ronald Reagan, como una supuesta muestra de debilidad e Irán deliberadamente les liberó el mismo día que Carter abandonó la Casa Blanca. Ha sido más recientemente y por lo que veo todavía más en la cobertura fuera de EEUU, que se le reconoce por su compromiso con la paz y respeto a la autonomía de otras naciones.
Pero Carter hizo muchos cambios innovadores más que generalmente no asociamos a su nombre y que es importante rescatar para enfrentar los desafíos del momento actual. Por ejemplo, Carter creó el Ministerio de Educación de EEUU “llevando el acceso equitativo a la educación al gabinete presidencial, donde debe estar” como dijo el Ministro de Educación Miguel Cardona, obviamente en respuesta al deseo de Trump de eliminar la institución. También nombró más mujeres y personas latinas y negras en su gestión que todos los presidentes anteriores juntos, reflejando más de cerca la composición real y los talentos de la población estadounidense. Y lo hizo aprendiendo de su propia trayectoria como una persona blanca del sur de los EEUU que, a diferencia de la mayoría en su situación, estaba acostumbrada a convivir con la diferencia y estaba comprometida con la igualdad. Como dijo en una entrevista: “Todos mis vecinos, mis compañeros de juego y mis compañeros de trabajo en el campo eran negros y así fue hasta los 16 años”.
Además, Carter fue un ambientalista tan destacado que el periódico Washington Post le llamó “el Presidente que intentó salvar el planeta”. Estableció más de 226 mil kilómetros cuadrados de áreas protegidas en Alaska y convenció al Congreso para que protegiera más de 400 mil más, firmó la ley que crea el Ministerio de Energía, puso paneles solares en la Casa Blanca y mandó a hacer múltiples estudios para prevenir problemas como la deforestación y lo que hoy conocemos como el cambio climático. Con razón ganaría el Premio Nobel de la Paz en el 2002, más de 20 años después de haber sido presidente, tanto por sus logros durante su mandato como por su extensa labor de décadas después.
De hecho, en las actuaciones y entrevistas de Carter vemos ejemplos de lo que mi profesor de Harvard Ronald Heifetz llama el “liderazgo adaptativo”. O sea, el tipo de liderazgo en el que el o la líder toma decisiones difíciles pensando no solo en su popularidad del momento, sino en el largo plazo y ayuda al grupo o país que lidera a aprender a generar nuevas soluciones y adaptarse al cambio. Este tipo de liderazgo es mucho más difícil de ejercer que el liderazgo populista (tanto de izquierda como de derecha) que se concentra en las soluciones fáciles y populares, incluyendo utilizar grupos enteros como chivos expiatorios. Y como le pasó a Carter con Reagan y ahora se repite con el regreso de Trump, puede ser desplazado por figuras más carismáticas. Pero eso no resuelve los desafíos del largo plazo como la crisis ambiental que vivimos o el aumento de la desigualdad, sino que pospone los desafíos que se agravan y se tornan aún más complicados.
Reflexionando y escribiendo esta columna me di cuenta de que otra razón por la que admiro a Carter es que como cristiano vivía su religión de la manera consistente y humilde que también he visto entre mis amistades católicas más cercanas y que, según él mismo decía, constituía la base de su deseo de servir y de su forma de ver la vida. Yo no pertenezco a ninguna religión y como feminista creo con vehemencia que las religiones no deben controlar ni influir en los estados, especialmente porque a menudo sus jerarquías están más preocupadas con la supervivencia de las instituciones que dirigen que con seguir los valores de amor al prójimo y compasión que les dieron origen.
Precisamente porque tengo estas convicciones es que admiro y respeto tanto a las personas que, como Jimmy Carter, su esposa Rosalynn Carter y las amistades que les menciono (ustedes saben quiénes son) porque, en vez de distorsionar las enseñanzas de sus religiones para justificar el odio a quienes lucen, viven, piensan o aman de manera diferente, intentan construir un mundo mejor para todas, absolutamente todas las personas. Descanse en paz presidente Carter. Espero que podamos seguir su ejemplo.
La columna de hoy se la dedico a mi papá Arsenio Hernández Fortuna y a mi mamá Yluminada Medina Herasme quienes cumplen 53 años de casados hoy 1ero de enero y son, igual que Jimmy y Rosalynn Carter, un ejemplo de amor compartido y de compromiso con la igualdad y la equidad.