“Así nacen las ideologías, las doctrinas y las farsas sangrientas. Idólatras por instinto, convertimos en incondicionados los objetos de nuestros sueños y de nuestros intereses”. Emil Cioran
La humanidad tiende a repetir cada cierto tiempo las mismas torpezas. La Alemania de 1933 jamás pensó que lo qué, en sus inicios, parecía tan solo un movimiento emocional de jóvenes uniformados con "camisas pardas", fuera a derivar en una pesadilla, no solo para la misma Alemania sino para el resto del mundo. Hoy, como entonces, quienes irresponsablemente estimulan el odio y exacerban la sinrazón, nunca serán capaces de medir las consecuencias de sus acciones. Estos cuatros textos publicados por mí en diferentes momentos, solo pretenden dar un toque de alarma frente a la insensatez y la intolerancia que jamás lograron ser buenas consejeras.
I – EL MOMENTO DE SER PRUDENTES
La mesura
Ahora que todo se vuelve fanatismo, irracionalidad, pérdida de cordura, alegre llamado a tomar bandera los unos contra los otros afilando el cuchillo en el cuello del vecino, es el momento en el que ser prudentes, se convierte como objetivo, en lo más sensato. Y esto no significa en absoluto que uno deba ser imparcial ni mucho menos tibio. Esta es, por el contrario, la coyuntura perfecta para ofrecer lo mejor de nosotros mismos. Es hora de apelar a la lucidez, a ese brillo intelectual que nos aleja del ruido de las gradas invitándonos al mismo tiempo a una reflexión sosegada, responsable y falta de prejuicios; a asumir posiciones con pensamiento propio, a dejar de ser bocina de grupos de vocingleros que exacerban con sus gritos y banderas conjuros del miedo.
Dicha responsabilidad histórica, por otro lado, no ha de llegar contaminada por el exhibicionismo tan propio de esta época, ni precedido de un actuar en favor propio o por el afán de parecer simpático a grupos determinados de los que obtener réditos personales. Se necesita más bien de mucha valentía para afrontar los nuevos retos e independencia de criterio para estar solo en medio de la multitud enardecida en esta hora de respuestas emocionales absolutamente desbordadas y jaleadas de modo artificioso por grupos de interés.
Es tiempo de ofrecer luz en medio de la oscuridad, de sentirse dispuesto y preparado para disentir de toda corriente, sea de uno u otro lado y hacerlo por la razón más simple y más válida de todas: la propia ética y honestidad intelectual. Si entramos al ruedo de las pasiones, la sangre rodará por el Coliseo y nadie podrá contenerla. A veces se avizoran cantos de guerra y muchos los toman sin el debido respeto, hasta que la sangre salpica sus puertas y para entonces quizás ya sea tarde.
II – FANATISMOS
Voces que gritan
Vuelvo sobre el fanatismo. Me preocupa sobremanera el hecho de que muchas personas sean extremadamente sensibles ante determinados temas y los asuman con un radicalismo tal que la llaga en su piel se resista a toda crítica o a la discusión de sus propuestas de un modo racional. Insisto, tengo mis reservas hacia toda posición que pretenda, de manera emocional, imponer su criterio.
Puedo estar, en principio, de acuerdo con el debate abierto ante cualquier tipo de -ismo, abordar cualquier cuestión desde posiciones distintas es siempre lícito; con lo que no comulgo ni lo haré nunca, sin embargo, es con las posiciones extremas, irracionales y fanatizadas. Tuve, desde siempre, marcadas diferencias con ese tipo de personas que tratan de conciliar sus ideas a partir de postulados que esgrimen avalados por lo que yo llamo “adolescencia intelectual".
Para mí dicha actitud, no es más que el reflejo de una clara imposibilidad para contemplar la realidad en términos objetivos, tratando de acomodar y hacer coincidir sus propios deseos con el mundo circundante. Es evidente que, desde ese punto de partida, se transita por una cuerda muy fina en la que las pasiones juegan un único papel preponderante a la hora de ofrecer argumentos que justifiquen su modo de proceder. Yo, personalmente, trato de ser fiel a mi conciencia, aun siendo plenamente consciente de que los fanáticos no perdonan y que sus guillotinas están siempre amoladas. En cualquier caso, ellos siempre tratarán de matarte con la palabra o con la más olímpica indiferencia. Para las dos estoy preparado.
III – EL MILAGRO DEL SILENCIO
El odio
Muchas cosas son inexplicables en esta vida y una de ella es el odio, la pérdida de la conmiseración, el desprecio gratuito y sin sentido hacia el otro mantenido de modo férreo y sin razón alguna (…) Este, junto al fanatismo, se agazapan en cualquier rincón como leopardo sobre una rama. Hay ocasiones en las que colisionan algunas placas tectónicas explosionando entonces la lava oculta en las entrañas de los pueblos. Me pregunto a menudo la razón por la que personas que uno supone sensatas, educadas y amantes de la cultura pierden la brújula, la proporcionalidad y al parecer todo sentido común, emergiendo entonces de sus entrañas lo más inexplicable y horrendo. Este hecho será siempre un enigma no resuelto para mí. No logro, por ejemplo, compartir el nacionalismo como manifestación xenófoba expresada regularmente por sectores de la derecha. No solo no lo comparto, sino que no logro comprenderlo en sí mismo. El rechazo al otro ser humano por razones tan absurdas como el color de la piel en algunos casos o bien por su procedencia, cuestiones religiosas o diferencias culturales en otros, deshumaniza toda relación entre los hombres.
Puedo entender y lo hago sin la menor dificultad, que existen características únicas y claramente diferenciadoras basadas en una identidad distinta construida a lo largo del tiempo. Comprendo de igual modo que ésta puede renovarse dialécticamente en cada espacio particular, mientras se mantiene una unidad que permite llamar a cada lugar con determinado nombre: República Dominicana, Cuba, Chile, Haití… Puedo comprender que aquellos que ocupan un territorio se sientan parte de él y lo defiendan de quienes consideran ajenos al mismo, para mí esto es algo que no se puede soslayar.
El debate en torno a las identidades y los nacionalismos es, por ello, un tema intrincado e incómodo de caminar, ya que la pasión y las emociones están de por medio y son material altamente inflamable. Tal vez por esta razón muchas veces deberíamos asumir una actitud alerta frente a los discursos que exacerban el odio y el desprecio irracional profundizando brechas, a menudo alentadas para generar situaciones de conflicto en vez de provocar el entendimiento entre los seres humanos. La historia parece repetirse obstinada cada cierto tiempo en todas las latitudes y la responsabilidad intelectual debe jugar entonces un papel de alarma ante los despropósitos que nos acechan.
IV – HE VISTO PERSONAS CALLAR ANTE LAS INJUSTICIAS
El silencio cobarde
Lo que no puedo disimular, lo que me exaspera y me saca de quicio, es la cobardía que se disfraza de impostora valentía, la falta de integridad en los momentos cruciales donde hay que definirse y asumir riesgos. He visto a muchas personas callar ante injusticias y desmanes. Hacer, como hace el avestruz al esconder su cabeza, para luego dar clases de firmeza, aun cuando su historia personal esté llena de claudicaciones y faltas de entereza. Hay algunas personas que siempre se acomodan y se doblegan al más fuerte, mientras dan la espalda al débil. Gente que lleva una bolsa de oro bajo su túnica tras venderse al mejor postor.
Se me puede acusar de terco, de obcecado y la verdad es que tienen razón. No transijo con determinadas cosas. Me indigno ante la mentira. Vomito ante las dobleces y el juego interesado, ante los que no entienden del dolor ajeno y niegan razones al extranjero. Aprendí a vivir desde muy joven al borde del precipicio. Esta manera de ser me aísla de falsas razones y lleva a mi alma a ser antipática a determinados grupos donde se trafican por igual odios y lisonjas. Digo siempre lo que pienso. Ser de ese modo me concede una libertad sin límite para manifestar todo aquello en lo que creo. Quien pueda sostener sobre la palma de su mano este fuego candente que soy, bienvenido sea. Quien no, me puede colocar lejos de su piel, por si acaso le quemo.
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