Desde que asumió al poder en enero de 2025, los objetivos primordiales del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, han sido la de fortalecer la economía y lograr “la paz” en el mundo.
Para lograr ambos propósitos, Trump comenzó su política económica implementando una guerra comercial global imponiendo nuevos aranceles a los bienes importados, en busca de miles de millones de dólares por ese concepto que sirvieran para reducir la monstruosa deuda federal de los EE.UU..
Por añadidura, lograr con ello la prosperidad económica de la nación, incentivar el regreso de muchas industrias estadounidenses que se habían establecido fuera del país para con ello disminuir el gran desempleo reinante.
Su segunda estrategia fue promover un plan de paz global, que fue aplaudido por la comunidad internacional y respaldado por la mayoría de los estadounidenses que lo llevaron a la Casa Blanca.
El presidente Trump sabe, como lo supieron sus antecesores gobernantes republicanos y demócratas, que la paz en el mundo no genera divisas, que una de las mejores fuentes de ingresos que tiene el país provienen de la industria armamentista local.
Aunque sorprenda a muchos, su promesa de paz no era más que una estrategia para llegar al poder.
Hoy en día, sus dos estrategias, económica y guerrerista, están en marcha generando billones de dólares a la economía estadounidense.
Además de inmiscuir a los EE.UU en la guerra que lleva a cabo Israel contra gobiernos regionales en Medio Oriente, ya ha incursionado directamente participando en el conflicto bélico con Irán.
Y para fortalecer su “política de paz” en América Latina, ha militarizado con buques de guerra con sus mejores aviones de combate y submarinos nucleares las costas de Venezuela, con claras intenciones de ocupación militar para derrocar el gobierno de Nicolás Maduro.
¿Acaso fueron esas las promesas que sobre economía y política internacional hizo Trump a los estadounidenses mientras realizaba campaña electoral antes de asumir la Presidencia en enero de este año?
Tan pronto llegó a la Casa Blanca, Trump firmó varias órdenes ejecutivas en las que imponía nuevos aranceles a casi todos los países, rompiendo con ello la política comercial que mantuvo Estados Unidos con el resto del mundo.
Su estrategia, aunque muy criticada por los lideres de gobiernos internacionales, logró inyectar miles de millones de dólares a la economía de su país, que ya perfilaba en una inevitable bancarrota.
Los incrementos de los aranceles le han dado resultados positivos a Trump. Pero aún está muy lejos de lograr la recuperación económica por la billonaria deuda externa que padece el gran poder del norte.
Lo que él ha logrado conquistar con la mano derecha en favor de la economía de EE.UU, lo destruye con la mano izquierda, al tomar decisiones militares que van en contra de sus postulados de lograr la paz global.
Su estrategia de paz para terminar las guerras en Medio Oriente (Israel, Irán, Palestina), así como entre Rusia y Ucrania, le ha fallado.
Más que conseguir la paz, su administración se ha involucrado en los conflictos que dijo eliminaría en los primeros dos meses de mandato.
El intercambio de misiles balísticos y drones militares cargados de bombas de amplio espectro destructivo entre Israel e Irán, obligaron a Trump a participar activamente en la guerra en defensa de su mejor aliado en Oriente Medio.
Ordenó bombardear a Irán para destruir los laboratorios de fabricación de armas nucleares.
La respuesta de Ali Hoseini Jamenei, líder supremo del régimen chiita de Irán desde 1989, ha sido que destruirá la parte más sensible de la administración Trump: la economía y que luego atacaría a los EE.UU y sus bases militares en todo el mundo.
Para lograr lo primero, el régimen iraní busca cerrar el estrecho de Ormuz, lugar por donde transita el 70% de toda la carga de petróleo a nivel mundial.
Según cálculos de expertos, el cierre de esta vía petrolera causaría pérdidas estimadas en más de $1,000 millones de dólares por hora.
Si cumple esta amenaza, la creciente economía que impulsa Trump se desplomaría al enfrentar la subida de los precios del petróleo, el gas, los insumos agrícolas, productos alimenticios, los viajes aéreos, los costos del transporte terrestre, marítimos, la construcción, el cierre masivo de fábricas, comercio e industria.
El caos a lo interno de EE.UU sería igual o peor a los daños causados por una bomba atómica.
Es por ello por lo que, ante esas posibilidades, y en lo que se busca como eliminar la amenaza del régimen iraní, el presidente Trump utilice todo su poder político y militar para derrocar por cualquier vía al presidente venezolano Nicolás Maduro, porque Venezuela es la fuente de petróleo crudo más cercana de EE.UU.
Pero esto no es tan fácil como parece. Venezuela es un gran aliado comercial de China, por lo que el régimen de Xi Jinping se manifestó en contra de la injerencia y acciones de Estados Unidos en los asuntos internos de la nación suramericana.
Beijing criticó duramente a EE.UU. por el patrullaje de buques de guerra estadounidenses en el mar Caribe, cerca de las costas venezolanas, considerando esta acción militar como una amenaza para la paz regional que viola los propósitos y principios de la carta de Naciones Unidas.
Está claro entonces que, para recuperar la economía en EE.UU., Trump tiene un plan de acción de varios frentes de guerra: la comercial con imposición de nuevos aranceles contra todo el mundo, y la militar en Medio Oriente, con posible expansión en América Latina.
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