Estados Unidos ha girado hacia el proteccionismo, redefiniendo su política comercial. Este cambio afecta sus importaciones y, en menor medida, sus exportaciones, con impacto directo sobre República Dominicana y otros países de la región. La primera sección de este artículo ofrece un asomo a la economía política del neoproteccionismo estadounidense, contrapartida de la política industrial y de comercio que imperó por décadas, cónsona con el liberalismo. Enseguida, tras breve caracterización del perfil de la protección nominal reflejado en el plan arancelario (segunda sección), que muestra con mayor claridad los rasgos de la estrategia, el análisis se adentra (tercera sección) en establecer condiciones y características del tejido productivo y la canasta exportadora nacional, poniéndolo en perspectiva con el caso de Costa Rica; y desde esta óptica, se establecen los desafíos que el nuevo escenario plantea para la política industrial.

  1. Vistazo a la economía política del neoproteccionismo estadounidense

La economía, al igual que su dimensión política —la economía política—, y las políticas económicas que de ella se derivan, no pueden considerarse ciencias exactas. A diferencia de la física, las matemáticas o la biología, cuyos fenómenos pueden medirse y predecirse con precisión, las ciencias sociales —la economía es una ciencia social— presentan un margen de incertidumbre, lo que impide predecir con exactitud sus resultados.

Cuando en ejercicio de su soberanía una administración de gobierno establece sus políticas públicas —las políticas económicas incluidas— lo hace con la expectativa de realizar unos objetivos estratégicos. Sin embargo, que esos objetivos se traduzcan en resultados depende de múltiples factores internos y externos, muchos de los cuales están más allá del control de la administración, son externalidades. Por ello, toda política económica se mueve en el terreno de las probabilidades, y sólo el paso del tiempo permite determinar si las decisiones adoptadas fueron exitosas o constituyeron un experimento fallido.

En este contexto, la administración de Donald Trump ha ejecutado un viraje notable en la política comercial de Estados Unidos. Bajo el lema Make America Great Again, decretó en abril pasado un arancel general del 10 % sobre la mayoría de las importaciones provenientes de países distintos a Canadá y México, cuyas relaciones comerciales se rigen bajo el marco del T-MEC. La estrategia busca fortalecer la industria nacional, proteger el empleo y reducir déficits comerciales bilaterales, inscribiéndose dentro de un enfoque proteccionista que desafía la dinámica de libre comercio, paradigma que inspiró las reglas de juego predominantes en las últimas cuatro o cinco décadas.

Siempre es edificante mirar las políticas públicas en perspectiva de la cadena de valor: insumos – medidas o acciones –> procesos –> productos -> resultados -> impactos. Los primeros eslabones dependen del alcance y visión de la gestión. Por ahí discurren y se perciben a corto plazo. Los resultados y los impactos, en cambio, responden a la interacción de múltiples factores del mundo real: es allí donde se revela si las apuestas de la estrategia dieron fruto o quedaron como un experimento fallido. Es a medio-largo plazo que se puede evaluar si los riesgos sustanciales —que siempre los hay— fueron convenientemente gestionados; y en qué medida se concretaron los posibles beneficios esperados.

En estos términos, es con el pasar del tiempo que se revelará si el propósito estratégico del giro estadounidense en su política comercial: reequilibrar sus balances comerciales mediante un esquema de protección a su economía, se tradujo en realidad.   La acción ejecutiva —del mundo de las internalidades— de proteger mediante gravámenes y sin distinción a todos sus socios, busca blindar el mercado interno de la competencia, frenar la dependencia de importaciones y reanimar la autosuficiencia industrial.

En línea con lo expuesto, sin embargo, en el mundo real no se da el ceteris paribus: todo se mueve. A mediano plazo, la efectividad de la nueva política comercial —cuyo instrumento por excelencia es la protección arancelaria— dependerá en mayor medida del mundo de las externalidades; esto es: de la reacción de los socios comerciales afectados y de la capacidad de la economía estadounidense para absorber los ajustes internos que genera un comercio más cerrado.

En lo inmediato, un logro de la administración Trump ha sido el aumento significativo —con la aplicación del arancel universal de 10% más el plan de los aranceles selectivos— del nivel de protección nominal a la economía estadounidense, evitando represalias de sus socios; seguramente convencidos cada uno de éstos, de que entrar en una dinámica de “dame que te pego” —de agravios y contra-agravios arancelarios— que podría derivar en un círculo vicioso más costoso para los afectados que para quien tiró  la primera piedra. Más temprano que tarde —en lenguaje del “dómino”— equivaldría a anotarse una “jugada de capicúa”, favorable a los Estados Unidos.

Vale señalar que el enfoque es nada nuevo. De hecho, evoca el modelo de industrialización por sustitución de importaciones promovido por la CEPAL en América Latina y el Caribe durante los años 1950 y 1960, que se basaba en proteger el mercado interno para estimular la producción nacional y reducir la dependencia de bienes importados. Ese modelo representó la primera etapa de desarrollo industrial en la región, que, más tarde, durante los años 1980 y 1990, fue reemplazada por la apertura comercial y las políticas de liberalización, bajo el marco del llamado Consenso de Washington.

El viraje actual, identificado como neoproteccionismo selectivo, refleja en esencia una vuelta a la lógica de priorizar la producción nacional frente al comercio exterior; es decir, a un esquema de políticas que abre paso al nacionalismo productivo y, en sentido amplio, a la redefinición de las relaciones económicas globales. Son tiempos de incertidumbre y de protección.

En suma: El giro proteccionista emprendido por Estados Unidos no solo es una respuesta táctica frente a la competencia global, sino una redefinición estructural de su estrategia económica. Más allá de los aranceles, lo que emerge es el retorno de la política industrial como instrumento central de soberanía, seguridad y reposicionamiento geoeconómico. En este sentido, el neoproteccionismo como lógica comercial marca un quiebre con el paradigma liberal y abre una nueva etapa en la disputa por el poder productivo a nivel global.

Juan Tomás Monegro

Académico y consultor.

Economista, graduado en México. Académico y consultor. Doctorado en Economía. Ex viceministro de Desarrollo de Industria, Comercio y Mipymes, y ex Viceministro de Planificación en el Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo (MEPyD).

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