La poesía popular llegó primero al “Nuevo Mundo” que “la poesía culta”, académica, ya que la primera fue traída por los marineros de las tres carabelas que llegaron en el primer viaje del gran almirante Cristóbal Colón en 1492.

Aunque estaban presentes en la oralidad, documentalmente las primeras manifestaciones de poesía popular que se encuentran en la ciudad de Santo Domingo, Primada de América, pertenecen a la primera mitad del siglo XVI y son autoría de Lázaro Bejarano, difundidas en “Discursos medicinales”, por don Marcelino Menéndez y Pelayo.

Tirso de Molina, uno de los escritores y dramaturgos más trascendentes de la literatura española, en la ciudad colonial de Santo Domingo introdujo, junto con Lope de Vega y Fernando Rojas, elementos de la poesía popular en sus obras de teatro, el cual es considerado por el crítico de arte Rodríguez Marín como “el más folklorista de los dramaturgos españoles con excepción de Lope de Vega”.

Lo mismo ocurrió con Luis Joseph Peguero, considerado como el primer historiador banilejo, cuando exaltó en su historia versos populares.

Antonio Mónica, reconocido en su época como Meso Mónica, un negro zapatero del barrio de Santa Clara, era la figura más popular en la ciudad de Santo Domingo, considerado, además, como el más grande poeta popular nacido en la isla de Santo Domingo.

La recolección de estas décimas, publicadas en “La Décima Oral en el Folklore Lírico Dominicano” en la reciente Feria del Libro del A.G.N., aparece distribuida por sus contenidos temáticos

En el siglo XVIII aparece en este contexto Francisco Morillas, el cual exaltó el triunfo español contra los franceses, con la destacada participación de los macheteros del Seibo y de Higüey, en la exitosa batalla de la Sabana Real de la Limonada el 21 de enero de 1691, día que fue consagrado a Nuestra Sra. de la Altagracia.

Ante la inexistencia de medios de comunicación social masiva y las limitaciones tecnológicas, era privilegiada la comunicación oral y la creatividad popular. En el desarrollo histórico de la sociedad dominicana surgieron poetas y poetisas extraordinarias del pueblo, entre otras (otros), Juan Antonio Alix, Nicolás Ramos, José del Carmen Jiménez (Carrú), Narcisa Nidia Mejía, Jesús Paulino Pijigua y, en los tiempos modernos, Narciso González (Narcisazo), César Sánchez Beras y Huchi Lora.

De acuerdo con la investigadora doña Edna Garrido de Boggs, la poesía épica no está presente en el folklore dominicano, igual que la poesía dramática.  Por el contrario, en sus investigaciones sobre la poesía lírica resalta que es “aquella poesía que puede cantarse acompañada de música”.  Para ella, la forma métrica más utilizada por el pueblo dominicano a nivel popular es, en primer lugar, la copla, la cual, en muchos lugares, es interpretada acompañada por una guitarra.

La oralidad como expresión del folklore y la cultura popular es diversa y rica, aunque su métrica no corresponda siempre a las exigencias de la décima, como es el caso de “los cantos de toro” de la región Este, la copla en la región Sur, con excepción de Baní, provincia Peravia, donde son privilegiados los “chuines”, expresiones de la poesía popular que son interpretadas a capela.

Para Emelda Ramos, “la décima es una composición compuesta por diez versos, que en su disposición y su rima da lugar a diferentes tipos, siendo la décima espinela la combinación estrófica de diez versos octosílabos con rima consonante, según el esquema abbaacedaddc; tras el cuarto verso, debe haber una pausa, marcando la cuarteta.  Esta estructura estrófica es la que se ha arraigado y se ha hecho más popular en la tradición poética dominicana.  Es, para Emilio Rodríguez Demorizi, nuestro metro popular por excelencia, y para Bruno Rosario Candelier, ha sido la forma poética más socorrida por los poetas del pueblo”.

Emelda Ramos coordinó una recolección de la décima en Salcedo, provincia Hnas. Mirabal con el Equipo Docente Universitario de Salcedo, filiar de Equipo Docente de América Latina (EDAL), realizada en la provincia Duarte, María Trinidad Sánchez, San Francisco de Macorís y la prov. de Sánchez Ramírez, que constituye un trascendente aporte sobre la presencia y sobrevivencia de la décima como manifestación artística-cultural del folklore y de la cultura popular dominicana, aunque, como dice Emelda, “en nuestro país es un hecho que la décima tradicional, oral, repentista, recitada, está en vías de extinción y, peor aún, la producción de los ancestrales cantadores de la región del Cibao y del país se ha silenciado en el tiempo, sin que se recorrieran directamente de la oralidad y  para la oralidad, los registros sonoros, como tampoco las transcripciones manuscritas y mucho menos las impresas”.

La recolección de estas décimas, publicadas en “La Décima Oral en el Folklore Lírico Dominicano” en la reciente Feria del Libro del A.G.N., aparece distribuida por sus contenidos temáticos: piropos, cortejos, deseos, despedidas, la naturaleza, etc., en una dimensión de porfía, romanticismo, amor, desamor, sueños y esperanzas.  Ninguna estaba escrita, todas con creatividad y memoria como espectro personal y de un colectivo anónimo que las hace permanentes en el espacio de la oralidad.  Por ejemplo, con referencia a la naturaleza: “Ayer tarde estaba yo/en un jardín divertido/y oí los claros sonidos/de un pájaro que cantó/que no era uno, eran dos/que se estaban enamorando/y yo me quedé observando/con to mis cinco sentidos/y a nadie nunca le digo/lo que el almendro contó”.

Desde lo más íntimo surgen los deseos que se tornan sueños y ansiedades, llenos de esperanzas: “Yo quisiera ser el vaso/que tú tienes de beber/para yo poder ver/aun sea de rato en rato./Quisiera ser tu zapato/y el agua donde te bañas./Quisiera prenda del alma/que me prestaras tu pañuelo/para yo quitarme el hielo/de la noche a la mañana.”