El pasado 9 de septiembre, en estas mismas páginas, publiqué el artículo “El peso, a la deriva: causas de la devaluación”. En aquella ocasión advertíamos que uno de los factores más determinantes en la pérdida de valor del peso dominicano era el estrechamiento del diferencial de tasas de interés entre la política monetaria del Banco Central (BCRD) y la de la Reserva Federal de los Estados Unidos (FED).

Señalábamos entonces que mientras la FED mantenía su tasa en un rango de 4.25 % a 4.50 %, el BCRD había reducido progresivamente la suya hasta alrededor de 5.75 %, configurando un margen insuficiente para compensar el riesgo cambiario. Esa diferencia, históricamente más amplia, funcionaba como una barrera natural contra la dolarización y un incentivo a mantener activos financieros en pesos. Su desaparición, decíamos entonces, generaba un desplazamiento de portafolios hacia el dólar y aumentaba la presión sobre el tipo de cambio.

En semanas recientes, la Reserva Federal redujo nuevamente su tasa de referencia y las autoridades monetarias dominicanas, en lugar de aprovechar el momento para ensanchar el diferencial de tasas y fortalecer la estabilidad cambiaria, repitieron el error de bajar también la tasa de política monetaria local, bajo el argumento de “estimular el crecimiento económico”.

En mi opinión, esta fue una decisión equivocada del Banco Central. En el contexto actual, donde el crédito bancario no responde de forma directa a los movimientos de la tasa de referencia, y donde la transmisión monetaria es débil, la reducción de tasas no logra un impacto significativo sobre la inversión ni el consumo, pero sí erosiona el atractivo del peso dominicano y obliga al uso de reservas internacionales para mantener la estabilidad cambiaria.

El resultado ha sido una aparente estabilidad, sustentada en intervenciones cambiarias y reducción del nivel de reservas. Al cierre del segundo trimestre de 2025, las reservas internacionales brutas ascendían a US$ 14,793 millones; tres meses después, en septiembre, habían descendido a US$ 13,294 millones, una caída superior a US$ 1,400 millones. Aunque el país aún conserva una cobertura de más de cinco meses de importaciones, este descenso —el más acelerado en varios años— envía una señal inequívoca: la estabilidad del tipo de cambio se está comprando con reservas.

Menores reservas reducen la capacidad de respuesta ante choques externos, como una subida del petróleo, una desaceleración del turismo o tensiones financieras internacionales. Además, cuando el diferencial de tasas no recompensa el riesgo cambiario, tanto inversionistas institucionales como ahorrantes individuales prefieren mantener dólares, dentro o fuera del sistema financiero. El resultado es una dolarización pasiva que erosiona la efectividad de la política monetaria y limita el margen de maniobra del propio Banco Central.

En este momento, el crecimiento económico del país no debe depender de estímulos monetarios, sino de una política fiscal más activa, inteligente y eficiente. El problema de fondo no es la falta de liquidez, sino la baja calidad y efectividad del gasto público. Y probablemente, la peor señal es que en el Presupuesto 2026 salta a la vista una realidad preocupante: el país continúa atrapado en una baja vocación de mejorar la calidad del gasto público, pues el 87 % de los recursos se destina a gastos corrientes y apenas un 13 % a inversiones de capital. En otras palabras, se sigue priorizando el consumo inmediato por encima de la siembra que garantiza el desarrollo futuro.

Para impulsar verdaderamente la economía, el Gobierno debe aumentar la inversión pública efectiva en infraestructura de capital, concentrándose en terminar las obras inconclusas que hoy representan gasto improductivo: escuelas, hospitales, carreteras, la extensión del metro y proyectos viales que llevan años detenidos o inconclusos. Finalizar esas obras tendría un efecto inmediato sobre el empleo, el ingreso y la productividad, con un retorno mucho mayor que cualquier baja marginal de la tasa de política monetaria.

En lugar de seguir reduciendo tasas —con un costo alto en reservas y un beneficio limitado—, el país necesita una política fiscal expansiva, pero eficiente, que siembre infraestructura y capital humano en lugar de dispersar recursos en consumo corriente y clientelar.

La economía dominicana mantiene su dinamismo gracias al turismo, las remesas y la construcción, pero la estabilidad cambiaria no puede depender de intervenciones constantes. El Banco Central cometió un error al bajar nuevamente las tasas de política monetaria, debilitando el incentivo a mantener pesos y forzando el uso de reservas para contener la presión sobre el dólar.

El verdadero impulso al crecimiento debe provenir de una estrategia fiscal que priorice la inversión de capital y la terminación de obras productivas, creando empleo y multiplicando valor. Solo así podremos recuperar el ritmo de crecimiento económico de las últimas décadas y al mismo tiempo, sostener la estabilidad del tipo de cambio sobre bases reales y no sobre la erosión silenciosa de nuestras reservas internacionales.

Juan Ramón Mejía Betances

Economista

Analista Político y Financiero, cursó estudios de Economía en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU), laboró en la banca por 19 años, en el Chase Manhattan Bank, el Baninter y el Banco Mercantil, alcanzó el cargo de VP de Sucursales. Se especializa en la preparación y evaluación de proyectos, así como a las consultorías financieras y gestiones de ventas para empresas locales e internacionales.

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