Hay momentos en la vida en los que una se pierde, no importa lo despejado y claro del camino. De pronto no miramos el reloj y se nos pasan los días. Y eso de que la gente te extraña o valora tu ausencia son cuentos gastados de historias adornadas con nostalgia.
Una se desvanece, se vuelve invisible: nadie te ve, te escucha o te lee. Te das cuenta de que llegó alguien más y ocupó tu lugar, sin juicios, sin comparaciones. No por ser mejor o peor, sino porque la ausencia se diluye ante la presencia que irrumpe y se acomoda en los sentidos.
Tal vez sea la naturaleza humana, esa necesidad de movimiento y cambio constante, la que nos empuja a relegar al olvido lo perdido y, en ese acto inconsciente, hallamos sentido a la resiliencia cotidiana: seguir, adaptarnos, vivir.
El poema Estoy perdido, de Manuel Altolaguirre, incluido en su libro Las islas invitadas, expresa con hondura la sensación de extravío existencial y la búsqueda de identidad. A través de una exploración íntima de la oscuridad interior, el autor transmite la necesidad profunda de encontrar un propósito que dé sentido al ser y a la experiencia vital.
Profeta de mis fines no dudaba
del mundo que pintó mi fantasía
en los grandes desiertos invisibles.
Reconcentrado y penetrante, solo,
mudo, predestinado, esclarecido,
mi aislamiento profundo, mi hondo centro,
mi sueño errante y soledad hundida,
se dilataban por lo inexistente,
hasta que vacilé cuando la duda
oscureció por dentro mi ceguera.
Un tacto oscuro entre mi ser y el mundo,
entre las dos tinieblas, definía
una ignorada juventud ardiente.
Encuéntrame en la noche. Estoy perdido.
Altolaguirre, español perteneciente a la Generación del 27, nos muestra cómo la pérdida se entrelaza con la búsqueda del sentido de uno mismo, de una identidad que se siente amenazada o difusa. La oscuridad, tanto literal como metafórica, representa la confusión, la incertidumbre y la falta de claridad en la vida.
A pesar de la oscuridad, hay una referencia a "una ignorada juventud ardiente", lo que sugiere que la búsqueda de identidad también implica una búsqueda de pasión y vitalidad. La última línea, “Encuéntrame en la noche. Estoy perdido” enfatiza la idea de que la búsqueda de uno mismo puede requerir sumergirse en el momento de oscuridad, en la introspección, para encontrar una nueva perspectiva o un nuevo comienzo.
Y me encuentro aquí, escribiendo, imaginándome que lo hago sobre papel y trazo algunas líneas que me permitan crear un vínculo entre dos mundos difusos, el tuyo por no conocerlo y el mío por no comprenderlo. Reorientar el camino de la vida invita a conocerse a uno mismo, a iniciar una profunda exploración de las propias emociones, cualidades, defectos, motivaciones y límites.
Y en esta etapa de mi vida, recordando a mi bisabuela “Mama Tilita” cuando nos decía que el Diablo sabia por viejo y no por Diablo, comienzo a entender que vivir es un proceso continuo de reflexiones que nos permiten entender cómo funcionamos, qué nos mueve y cómo interactuamos con el mundo.
Estar perdido ya no se me hace extraño, cuando me siento desorientada pienso en una de las famosas frases de Sócrates: "La vida no examinada no merece ser vivida" y así cobra sentido en mi la importancia de la reflexión crítica y el análisis de las propias acciones y creencias, como un punto de partida para el propio conocimiento.
Al final, al encontrarme, siempre asoma en nuestra mente una pizca de desconcierto, de duda, de penumbra, de esa falta de precisión que a veces tiene la vida. Y con el pasar del tiempo, el tic-tac nos recuerda que estos fragmentos de incertidumbre son detonantes: nos invitan a poner en contexto lo vivido, a reencontrarnos con la pasión que da origen a la vitalidad, a esa fuerza que nos impulsa a vivir… y a seguir buscando respuestas a nuestra existencia.
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