Entre verdes y el latido de una ciudad que crece desordenadamente, el Parque Mirador Sur, antiguo Paseo de los Indios, emerge como un espacio que combina naturaleza, recreación y memoria ancestral. Inaugurado en 1970, se extiende a lo largo de unos seis kilómetros y constituye uno de los mayores pulmones verdes de la capital dominicana.
No obstante, bajo el flujo constante de vehículos, ciclistas y personas que transitan por la avenida de la salud se esconden otros relatos: Las cuevas: las huellas de los primeros habitantes de la isla.
Esta es una de las aristas menos visibles —pero de gran valor patrimonial y turístico—: la presencia de formaciones rocosas (farallones) que albergan cuevas y guaridas de tiempos prehispánicos que a su vez, en palabras del arquitecto Cristian Martínez: Estos farallones servían como defensa natural de los taínos ante los embates de los caribes que llegaban por las costas.
El parque está asentado sobre una elevación de roca coralina, restos de antiguos arrecifes, donde se han identificado cavernas con vestigios de arte rupestre de las cuales he podido documentar varias de ellas en las que se habían identificado muestras de arte rupestre, que, lamentablemente están en completo abandono.
En ellas se encuentran vestigios de arte rupestre, "una de las expresiones más antiguas del Caribe". Siendo el Mirador Sur uno entre los más de 500 sitios distribuidos por el país, en que arqueólogos han documentado pictografías (dibujos pintados) y petroglifos (grabados en roca) atribuidos a culturas pretaínas y taínas, con una antigüedad que podría superar varios miles de años.
Nacido y criado frente al parque, la ciudad crecía entre los farallones; las viviendas terminaban a la altura del ensanche Atala, justo al final de la José Contreras. Estas casas fueron derribadas para dar paso a la extensión de la avenida que hoy llamamos Cayetano Germosén.
En los años 70, un grupo de amiguitos caminábamos el parque con mi madre Mercedes Amiama para regar semillas de plantas frutales; solíamos coincidir con el Dr. Joaquín Balaguer dando sus pasos por la avenida principal del parque, hoy ruta de la salud. Durante los recorridos con mi mamá, los muchachos nos aventurábamos por otros senderos, topándonos con cuevas que luego con amigos de infancia más grandes visité en varias ocasiones.
Cuevas que estaban en los farallones como dentro del parque, recuerdo: La cueva de la Laguna, en la que había que mojarse para entrar, la cueva de la Escalera y la cueva del Dragón. La primera destruida durante la construcción del túnel de la Núñez, la segunda tapada a propósito y la tercera, al igual que todas las del farallón Sur, antes y después de urbanizarse la zona sur con la prolongación Jose Contreras (Cayetano Germosén), se convirtieron en guaridas de viciosos, enajenados y delincuentes. Se mantienen otras que fueron mantenidas con criterio, como el Mesón de la Cava, ideada y desarrollada por mi tío Octavio Amiama Castro (Tavito) y amigos que ayudaron tanto como parte del proyecto como con la anuencia del gobierno para esto; otras no tuvieron la misma suerte, como la famosa Guacara Taína, convertida en discoteca, pero que aún mantiene sus estructuras como cueva.
Según datos encontrados en la web, algunas de estas cuevas en los farallones han sido nombradas, como la Cueva Jiguaní, la Cueva de La Policía, la Cueva Caicoa I, II y III, así como la Cueva de Bahoruco, todas ubicadas entre las estaciones del paseo de la avenida Cayetano Germosén, que atraviesa la zona. Las pinturas y grabados en estas cavernas han sido fechados en algunos casos alrededor del siglo IV a.C., lo cual resalta su valor como testimonio milenario de pensamiento simbólico indígena en el Caribe.
Estas cavernas fueron intervenidas y acomodadas para visitantes, pero con el tiempo es notable el deterioro y abandono.
Aunque arriba del farallón las actividades deportivas y de recreación son intensas, las cuevas que contienen arte rupestre del Parque Mirador Sur permanecen en silencio, invisibles al público y vandalizadas. No tienen señalización, carecen de mantenimiento, son basureros y presentan un gran deterioro de su morfología original.
Durante un periodo del 2000, el Ayuntamiento del Distrito Nacional optó por cepillar por completo el parque, eliminando fauna autóctona como culebras, arañas y ciempiés que ayudaban a mantener el equilibrio natural del entorno, por lo que se suma una plaga de ratones, mangostas y cucarachas. Hoy es difícil encontrar culebras como era normal entonces.
Toda esta presión a que está sometido el parque, al norte, sobre y al sur, nos pone a pensar no solo en la conservación del entorno natural urbano, sino también en la preservación de un patrimonio arqueológico que está literalmente escondido entre el asfalto y la vegetación.
La integración de este legado visual en un circuito cultural dentro del parque podría aportar un valor añadido al espacio, vinculando la naturaleza, la ciudad y la memoria taína.
Al caer la tarde, desde uno de los miradores del parque conviene recordar que esas rocas no solo sostienen paisajes, sino parte de nuestra historia. Las huellas rupestres narran un pasado que antecede a la colonización, una voz antigua que reclama ser escuchada.
Pero ese diálogo ancestral hoy se interrumpe. Por el cruce impetuoso de vehículos, abandono, humedad, el desequilibrio de los ecosistemas, turismo no regulado y la expansión urbana sin criterio.
Preservar el Parque Mirador Sur en toda su dimensión —ecológica, recreativa y arqueológica— es preservar una capa más de la identidad dominicana. Y en cada paso sobre sus senderos, conviene detenerse también ante lo que está debajo y detrás del verde urbano: la roca que guarda la memoria.
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