PREÁMBULO
Amigo Lector:
La identidad de los pueblos no es un simple conjunto de símbolos ni una colección de costumbres congeladas en el tiempo. Es una construcción dinámica, una narrativa compartida, que da sentido a la pertenencia, al pasado común y a las aspiraciones colectivas. Conceptualmente, la identidad nacional se define como el sentimiento de pertenencia a una comunidad histórica, cultural, lingüística y social, vinculada a un territorio específico. Esta identidad no es estática ni homogénea: se transforma, se disputa y se reinventa.
NOTA 1.: No es lo que se impone desde arriba, sino lo que se vive desde abajo, en la cotidianidad, en la memoria, en la resistencia y en la celebración.
- LA IDENTIDAD NACIONAL Y SU ROL EN EL DESARROLLO DE LOS PAÍSES
La identidad nacional ha sido motor y escudo en la historia de muchos pueblos. En América Latina, el caso de Bolivia es emblemático: su reconocimiento como Estado Plurinacional ha permitido integrar múltiples identidades indígenas en el proyecto nacional.
En el Medio Oriente, el renacimiento cultural kurdo ha fortalecido la cohesión de un pueblo sin Estado, mientras que en Europa, la identidad catalana ha impulsado movimientos de autonomía con fuerte arraigo cultural.
En Asia, Japón ha convertido su identidad milenaria en una marca global, fusionando tradición y tecnología.
En todos estos casos, la identidad ha sido palanca de desarrollo, pero también campo de tensión entre lo local y lo global.
- EVOLUCIÓN HOY DÍA DEL CONCEPTO DE IDENTIDAD NACIONAL
Hoy, la identidad nacional se redefine frente a la globalización, la migración y las redes digitales. Ya no basta con los himnos y las banderas: la identidad se expresa en el cine, la gastronomía, el deporte, la moda, el activismo.
El caso del movimiento “Make America Great Again” (MAGA), en Estados Unidos, es ilustrativo: una narrativa que apela a una identidad nacional idealizada, con fuerte carga emocional y política.
En Corea del Sur, el fenómeno del K-pop ha proyectado una identidad juvenil y moderna al mundo. En Francia, la defensa del laicismo y la lengua francesa sigue siendo eje de su identidad republicana.
En todos estos casos, la identidad se convierte en discurso, en estrategia, en símbolo de pertenencia y exclusión.
- NUESTRA IMPRONTA DE IDENTIDAD NACIONAL
La identidad dominicana es un tejido vibrante de historia, mestizaje y resiliencia. Se nutre de raíces taínas, africanas, europeas y caribeñas, y se expresa en el merengue, el mangú, el sancocho, el ron, el tabaco, el larimar. Además, las expresiones vernáculas como “vaina” “grano” “chapi”, “tíguere”, etc.
Pero más allá de los símbolos, nuestra identidad vive en el humor criollo, en la fe popular, en la solidaridad barrial, en el orgullo por nuestra tierra. Es una identidad alegre, hospitalaria, pero también crítica y luchadora. No es solo lo que heredamos, sino lo que elegimos preservar y transformar. En tiempos de globalización, nuestra impronta debe ser consciente, creativa y comprometida con el desarrollo humano y cultural de todos los dominicanos.
En estos tiempos de globalización, nuestra impronta ha tomado un poco de conciencia, nacida de una reflexión crítica sobre quiénes somos, qué valores nos definen y cómo queremos proyectarnos al mundo.
No ha bastado con repetir símbolos heredados: debemos seguir discerniendo sobre cuáles de ellos expresan nuestra esencia y cuáles nos limitan. Ser conscientes implica reconocer nuestras luces y sombras, nuestras raíces y nuestras aspiraciones, sin caer en el folclorismo ni en la negación de lo propio.
Debe ser también creativa, capaz de reinventar lo dominicano en nuevos lenguajes, formatos y escenarios. La creatividad no es un lujo, sino una necesidad: nos permite dialogar con el mundo sin perder la voz propia. Desde la música urbana hasta la gastronomía de autor, desde el cine independiente hasta la literatura bilingüe, la identidad dominicana puede y debe expresarse con originalidad, sin pedir permiso ni copiar modelos ajenos.
Además, debe ser comprometida con el desarrollo humano y cultural de todos los dominicanos, no solo como discurso, sino como práctica. Esto significa que nuestra identidad debe servir para incluir, no excluir; para elevar, no marginar.
Debe traducirse en políticas educativas, en acceso a la cultura, en respeto por los valores patrios de nuestros fundadores republicanos. Una identidad nacional que no mejora la vida de su gente es solo retórica. Una que inspira, educa y transforma, es legado.
De igual manera, en este siglo de narrativas globales y algoritmos ideológicos, la actitud ciudadana frente a las agendas políticas de los partidos se convierte en espejo y termómetro de nuestra identidad. No basta con celebrar lo dominicano en abstracto: debemos exigir que nuestras agendas públicas reflejen lo mejor de nuestra cultura, nuestra dignidad y nuestras aspiraciones.
NOTA 2.: La identidad nacional no puede ser rehén de intereses partidarios ni de promesas vacías. Debe ser brújula ética, criterio de evaluación y fuente de exigencia ciudadana.
Cuando los partidos diseñan sus propuestas, el pueblo debe preguntarse: ¿esto honra nuestra historia?, ¿esto mejora nuestra convivencia?, ¿esto refleja quiénes somos y quiénes queremos ser?
Por último: Una ciudadanía consciente no delega su identidad: la defiende, la cuestiona, la proyecta. Porque al final, la identidad nacional no se decreta: se vive, se elige, se construye cada día, ¡PUNTO!
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