“Y la dinámica de las trincheras morales en los medios va de la política a todo lo demás, fomentando las identidades tribales. Y ahí se revela con crudeza la degradación de los medios: de trinchera de la libertad de expresión, históricamente, a primera línea de fuego de la pérdida de pluralidad y libertad en forma de cancelación”. (Teodoro León Gross: La Muerte Del Periodismo).
Una obcecación cerril por viralizar, pues la conexión del amén del siglo XXI, el “me gusta”, guarda una estrecha relación con la rentabilidad sin importar la perplejidad del esperpento que se diga. En esta mediamorfosis nos encontramos como frente a un ecosistema, caracterizado por forúnculos por todas partes.
Así nos lo señala Michiko Kakutani en su libro La muerte de la verdad, abordando la desfiguración, la desdibujación de los límites de la realidad y de la ficción, de lo verdadero y de lo falso. Para los apologistas del pensamiento de los vientres no importa la verdad o la mentira. Es la construcción de su verdad para conseguir sus objetivos personales, particulares. Su motivación esencial son los intereses que defienden, sin ahondar si es ideológico, político o el mercenario de los bolsillos.
Para el ruidoso, la realidad no importa, el espectáculo, sin mirar consecuencias, es su razón de ser. No hace la tarea, no investiga, no pondera el más mínimo signo de objetividad y de profesionalidad. La realidad real no es su razón, no lo guía o pauta. Solo disfruta la calidad de las plataformas donde visibiliza y difunde sus juicios de valor, sin aportar hechos y las normas establecidas. A veces da información sin explicación. La mera apariencia. Sin obtener el hilo conductor de la información y el marco histórico y el tiempo. Nos encontramos en el abismo de la Infocracia, y con ello de la infoxicación; no se soliviantan como espejo de la verdad, de la credibilidad reputacional de los actores involucrados.
Cada sociedad pone en su lugar a los individuos que juegan un rol público y lo sitúa en su jerarquización, más allá de los “éxitos económicos” y del campo empresarial que hayan construido. La calidad de la credibilidad solo alcanza el peldaño cimero con la confianza, que penetra en las honduras de la coherencia entre el pensar, el decir y el hacer.
En la medida que se arruina el periodismo y la comunicación se degrada la democracia, pues el asiento de los ruidosos, que se instalan en el populismo más visceral, más abyecto, no es la verdad, es la manipulación, la desinformación para defender intereses no transparentes. La opacidad son sus raíces sustanciales. La información para ellos es, como nos dice Yuval Harari en su libro Nexus, como un arma. La información y la ruina de su ruido como bala de salva, constituyen su poder.
Yuval N. Harari lo amplifica en el siguiente párrafo: “En sus versiones más extremas, el populismo postula que en absoluto existe una verdad objetiva, y que cada cual tiene su propia verdad, de la que se sirve para derrotar a sus rivales. Según esta opinión, el poder es la única realidad. Toda interacción social es una lucha por el poder, porque lo único que interesa a los humanos es el poder. Decir que nos interesa algo distinto, como la verdad o la justicia, no es más que una estratagema para alcanzar el poder”.
Creemos que la verdad es parte consustancial de la naturaleza en su dimensión social. Su construcción como faceta puntual y única del género humano, coadyuvando al desarrollo de la ciencia, a la razonabilidad y a los principios, por más alejados en que nos encontremos en un momento dado. Crecen los paraperiodistas o, como dice Teodoro León Gross, los gabilondos. Son aquellos, diríamos nosotros, que tienen ojos, pero no ven, que tienen hijos, empero, se les olvida su existencia, en sus relatos de sus intereses. Sencillamente no alcanzan a comprender los límites y los impactos humanos. De ahí que la barbarie siempre existirá, pues hay paraperiodistas que violan leyes y normas que establece el leviatán.
Son hacedores consuetudinarios de la posverdad, es su modus vivendi y modus operandi. Actúan desde su trinchera contra la democracia. Asumen, en su praxis, el asiento principal del statu quo, del establishment más oblicuo y cerril, allí donde el horizonte del pluralismo y de los valores de la democracia se convierta en un cascarón vacío. Son los actores más dañinos, por su hipocresía social-moral y el cinismo y simulación de la pantalla de los rostros. Conocer, valorar para transformar no está en su agenda. Utilizan la “verdad” política por encima de la verdad factual. La taxonomía de sus verdades (reveladas, científicas, judiciales, factuales, morales y políticas) no guardan relación con la realidad.
El ruido, como la paja en medio del arroz, la espuma del chocolate, la carreta vacía, es la que hace mayor estridencia, estruendo, generan mucho ruido y pocas nueces; por lo tanto, es efímero, son como el corcho y en consecuencia, como la basura en el mar. Solo quemándola se agotan. Solo visibilizando a través de todas las instancias, se evaporan. La ucronía se perfila.
En la sociedad digital, la información es su insumo principal, su proemio esencial. Como nos diría Richard Stengel en su libro Guerras de la Información, “La información es el bien más importante del siglo XXI. No es de extrañar que las encuestas muestren el desconcierto de la gente ante la proliferación de noticias y datos online. En el tsunami diario de bits y pixeles, hay mucha información falsa además de verdadera”. Más adelante, Stengel esboza “Se trata de un problema serio. La desinformación debilita la democracia porque esta depende del libre flujo de información. Así es cómo la gente elige. La desinformación socava la integridad de nuestras decisiones”.
En la sociedad digital, la industria son las redes digitales y el transporte son el espacio virtual donde, en gran medida, no hay fronteras y cuasi infinitas el tamaño de las relaciones y los actores involucrados. Ello hace posible que las plataformas de redes digitales nos vigilen, no ya en el panóptico de Michel Foucault, sino en la Psicopolítica y la Infocracia de Byung-Chul Han.
En la sociedad dominicana, los paraperioditas o Gabilondos no llegan ni siquiera a nivel de construir la posverdad, que se produce en un contexto en que la verdad y la mentira se confunden en base a la emoción y las creencias de un público determinado, que es objetivado a partir de los algoritmos de las grandes plataformas de las redes digitales. Ellos hacen Desinformación, que como dice Stengel es “creación y distribución de información falsa y engañosa para confundir un público”. Pocas veces cometen Información errónea, empero, sí manipulación, que es el manejo, maniobra, maquinación distorsionada de una información, ya sea fuera de contexto o una parte de verdad y de mentira. Juegan, como diría Hanna Arendt “a la no verdad y los no hechos”.
Es como nos dice el laureado sociólogo español Manuel Castells en su más reciente libro La Sociedad Digital, “La comunicación es la construcción de significado a través del intercambio de información. Por ante una revolución tecnológica centrada en la información y comunicación necesariamente tendrá un fuerte efecto sobre toda la existencia humana e interactuación de manera cercana con la cultura e instituciones de todo tipo de sociedades”. La comunicación es hoy, al mismo tiempo, autocomunicación.
En medio de la infoxicación que nos da esta sociedad de la información, comporta una degradación de la democracia como sistema político, ya que la verdad ha de ser el baluarte, como soporte para integrar a la ciudadanía en un proyecto colectivo.
Hoy, nos encontramos en el diván de un populismo en el mundo que trae consigo la polarización, donde merced a la simplificación de la realidad, se crea, se personaliza y se “identifica” al enemigo. La influencia de las redes sociales por internet en la desinformación agiliza y agiganta el torbellino de tensiones sociales, de agrietamiento y falta de cohesión social, para generar proyectos colectivos verdaderos. Las redes sociales sin límites ni normas, rupturan y desarticulan todo el tejido social, todo el cuerpo social de una formación social determinada, ya que ahoga y yugula la confianza.
En una sociedad de quinto curso promedio, donde una gran parte no entiende lo que lee y cada día se lee menos, con una crisis de las ideas, del pensamiento y poco desarrollo crítico y donde la gente no hace la tarea de manera profundamente insondable, las redes sociales, su instrumentalización, hace más daño, logra más alcance, sobre todo, cuando se usan como arma de desinformación, de manipulación, de información errónea, de fake news, de junk news, de posverdad.
Nos indica que estamos en presencia de una crisis ontológica, donde el ruido es la bala de salva que arruina lo poco de acreditación reputacional. Seres humanos que no tienen sentido de la historia, viviendo el presente tratando de “atropellar” a hombres y mujeres decentes que desean contribuir con una mejor sociedad. Deberían de asumir la hermosa frase del recién posesionado papa León XIV, cuando refiriendo a los periodistas les decía: “Lo que hace falta no es una comunicación ruidosa y muscular, sino una comunicación capaz de escuchar, de recoger la voz de los débiles que no tienen voz. Desarmemos las palabras y ayudaremos a desarmar la Tierra. No puede haber comunicación ni periodismo, al margen del tiempo y de la historia”. Es la síntesis y la armonía de lo que nos refería Bertrand Russell: “Me parece fundamentalmente deshonesto y dañino para la integridad intelectual creer en algo solo porque te beneficia y no porque pienses que es verdad”.
Saludamos el Anteproyecto de Ley sobre la Libertad de Expresión y Medios Audiovisuales. Desde 1986 la sociedad dominicana siente la necesidad de transformar, hoy más que nunca, una ley vetusta que ya tiene 63 años. Este es el Anteproyecto más consensuado y con más actores involucrados y profesionales del más alto nivel de calificación. El anteproyecto es bueno, entendiendo que todo lo que hace el ser humano se puede mejorar.
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