El odio se propaga por doquier. Está en curso un gran proceso migratorio que comenzó a fines del siglo XX y no aminora, producto de guerras, pobreza o aspiraciones truncadas de mejor vida. El flujo principal es hacia los países del capitalismo desarrollado, encabezan Estados Unidos, Canadá y Europa Occidental.
El odio hacia los inmigrantes se concreta en cuestionar su valor humano, el costo que representan en servicios públicos, y el impacto negativo en la cultura del país receptor. Ocupan la categoría de subhumanos, dañan la esencia positiva de las naciones donde emigraron, según los discursos racistas antinmigrantes. Ignoran su gran aporte laboral.
Crear categorías de subhumanos es viejo en la historia. La esclavitud se basó en ello, igual la colonización. En aquella época, los colonizadores llevaban la promesa de la civilización y, para eso, debían destruir lo autóctono en las tierras conquistadas. El vencedor imponía las ideas, las reglas, la religión, desfalcaba, subordinaba los nativos a fuerza de sangre y sudor.
En el gran proceso migratorio de la actualidad, los subhumanos “invaden”, y se vierte sobre ellos el discurso de la inferioridad, el resentimiento y el odio.
Traen sus razas que no pueden cambiar. Traen sus culturas, esencial en sus vidas. Y con eso se azuza a quienes se consideran “nativos” de un lugar, incluso a los que fueron inmigrantes en el pasado.
Se enfrentan los que llegaron antes con los recién llegados; los que entraron legalmente con los indocumentados. Así, los migrantes pierden la perspectiva de la solidaridad; se colocan unos contra otros, ayudando a solidificar el odio contra ellos. ¡Vaya paradoja!
El discurso de odio se expresa en las familias, en los barrios, en los medios de comunicación y las redes, desde las instituciones públicas y es articulado por los políticos que tienen un megáfono para promover lo bueno y lo malo.
Actualmente, los gobiernos se atrincheran contra los inmigrantes: los persiguen, los deportan, cortan el acceso a los servicios públicos, restringen sus posibilidades de empleo y movilidad, y promueven el sentimiento antiinmigrante que permite concretar estas políticas.
Hace 50 años, el capitalismo prometió prosperidad para todos. Con la globalización neoliberal, muchos salieron de la pobreza y creció la clase media en la mayoría de los países del mundo, pero las oportunidades de mejoría se estancaron o retrocedieron. Esta es una de las causas fundamentales del gran flujo migratorio del Siglo XXI. La otra son las guerras nacionales o regionales que han desplazado millones de personas.
Los países receptores de grandes flujos migratorios están en proceso de cerrar sus fronteras, deportar inmigrantes y negar servicios públicos a los indocumentados.
Por tanto, los países emisores de inmigrantes enfrentarán mayores tensiones sociales sin la válvula de escape migratoria para aliviar la pobreza y llenar expectativas de bienestar.
La República Dominicana es a la vez emisora de inmigrantes, sobre todo a Estados Unidos, y receptora de inmigrantes, sobre todo de Haití.
Por eso, la visión dominicana sobre la migración es contradictoria: se aplaude con optimismo a los que se fueron, se rechaza a los que llegaron.
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