Mirando las fronteras que se establecen bajo los sistemas del modelo de Estado Nación se formularon reglas, ordenanzas constitucionales y se nombró a las personas con nuevas categorías como la de ciudadanos o extranjeros. Este último es el otro que se introduce en esos nuevos espacios, llegó como trabajador asalariado o simplemente se le consideró un migrante que ocupó los oficios menos valorados dentro de la estructura piramidal del naciente capitalismo.
Ese otro, fue localizado fuera del sistema, por razones obvias, no existían los sistemas de derechos que posteriormente conquistó la clase obrera que era nacida en los territorios donde laboraban. Los migrantes se desplazaron en su mayoría de otras naciones y procedían de diversos grupos étnicos que buscaban mejores oportunidades económicas. Otros corrieron por las persecuciones políticas, guerras y todas esas dinámicas coloniales que se establecieron y desarrollaron para deslindar los controles coloniales. Algunos grupos se establecieron en otros países por razones religiosas como los judíos.
El punto central fue encontrar un lugar seguro, que resultó para muchos de ellos en tragedias personales como la muerte y la imposibilidad de encontrar un hogar estable. Sus cuerpos fueron racializados. La pobreza fue un regalo permanente, pese a sus esfuerzos. El rechazo contra los migrantes fue el pan de cada día para estos trabajadores pobres. La criminalización le costó la vida a muchos, mientras las maquinarias del capitalismo encendían la hogueras permanente del sistema. Los que protestaron fueron perseguidos, expulsados o asesinados. El racismo, los culpabilizaba de las enfermedades y de provocar revueltas e incitación contra el sistema político y económico establecido por el Estado.
Los consideraron como los enajenados que cantaban a todo pulmón sobre los atropellos de las clases empresariales. Ellos formaban parte del teatro cotidiano de los rechazados por su anatomía y colorido. Fueron considerados apestosos. El delito principal, ser un migrante pobre y tener una identidad diferente al ciudadano reconocido por el Estado.
En el siglo XIX, no tenían ningún tipo de dispositivo que defendiera sus derechos. Pero su malestar y dolores continuaron en el siglo XX. No cambiaron las reglas, también han sido eliminados, expulsados y se han creado guetos especiales. Hoy las cárceles están repletas de esos sujetos que se movilizan, a través de los territorios de otros.
Muchas olas han tocado la arena de múltiples playas y los migrantes son todavía, la alegoría a la que se recurre cuando se intenta responder a la falta de ordenamiento; cuya responsabilidad e incapacidad, no la carga en sus hombros las clases dominantes, las cuales definen y sostienen las asimetrías sociales, económicas y políticas de cualquier Estado, bajo el orden capitalista.
Los trabajadores migrantes son los que sudan y reproducen la base de la economía. Ellos, los apátridas, los extracomunitarios, no están ajenos, a lo que se ejercita en la historia.
Esos extraños sujetos "ilegales" son personas no visibles. Ellos son un murmullo, no tienen palabras. Todo lo que se pronuncia contra ellos es lo único visible. Es una cosa extraña que está presente, que se sitúa fuera de todo lugar universal. Aunque son trabajadores y caminan por nuestras calles, el silencio domina sus vidas. Las transparencias del lenguaje están limitadas, a lo mínimo.
Yo diría que su lenguaje es opaco y su cuerpo es la familiaridad que anuncia la negritud y formas que se aparcan para ser señaladas por los campos de concentración de un lenguaje discriminatorio que serán tomados por la literatura como una obra ocultista que reflexiona sobre la moral, el orgullo y el dolor. Es un lenguaje de triangulaciones históricas donde el mulato es el recreado para no igualarse al extranjero o negro que fue esclavizado.
Esta suculenta obra del colonialismo, no es ajena a su dolor. Establece un lenguaje que lo señala con amenazas y los desarraiga de la historias nacionales, porque son parte de esas mitologías que se concretan en el aparcamiento moral y civil de los que no son parte de la tierra prometida y de poblaciones que los rechazan, porque son espejos.
Ellos tienen muchos nombres y etnias. Forman parte de ese guiño que llamamos extra comunitarios, los sudacas, extranjeros, indocumentados, ilegales, alambristas, polleros, entre otros. Esos hijos e hijas de Dios, son tratados con un lenguaje ofensivo que funciona como crítica por su presencia y actos, pero que tiene consigo una historicidad del desarraigo.
El lenguaje los nombra como los protagonistas del mal. No aparecen como la “verdad”, por el contrario, son esos sujetos que agujerean el espacio y que existen para ser conjurados, porque el sistema capitalista en cualquiera de su estadio fascista y seudo-democrático requiere de esos pastizales y escenarios para colocar a los profanadores de la historia.
Las palabras de los blancos de leche, le hacen señas a la literatura vernácula, la cual excluirá a los apátridas dominicanos. No lo quieren ni en los estantes de librerías, ni serán rescatados por los lenguajes incluyentes.
Yo imagino que los versados lingüistas darán un puntapié, a los hombres y mujeres que no son visibles por éste lenguaje de repulsión. Lo inefable e indecible se explica con la memoria histórica, pero el lenguaje no es fiel, traiciona y arremete contra las clases trabajadoras, contra el logos gramatical creativo que surge del desengaño amoroso de los otros, aquellos que evocan nuevos signos.
Esos poderosos escritores no podrán emitir con claridad el entendimiento de la afasia social de las élites y de su no renuncia, a seguir mintiendo sobre sus superficialidades y juegos de palabras.
La esencia de obstáculos entre el lienzo, el pincel y el concepto es la historia calcada de sus estructuras narrativas de no ser y ser sostenidas en un poder que sangra, a los otros y los arrodillas con sus constelaciones de signos patrísticos, dramáticos, encubridores y alusivos a palabras, frases y oraciones que llaman escritura.
Yo sé muy bien, que la negritud se seguirá pintando con las fábulas del mulataje. Con modestia me parece obvio que los metalenguajes son repetibles con identidades parciales, latentes y fracturadas. Las figuras de significantes inmóviles es un disfraz que siempre estará condenado a caerse en el escenario de los fracasos.
Los trabajadores migrantes son los que sudan y reproducen la base de la economía. Ellos, los apátridas, los extracomunitarios, no están ajenos, a lo que se ejercita en la historia. Los medios de comunicación hacen visibles esos espejos que muestran, los diferentes lenguajes explosivos en las paradojas de gobernar y de ser gobernados. No podrán excluirlo de la memoria de los territorios, pues el deslumbramiento del deseo se multiplicará y eso es suficiente para desestimar y desmembrar el acoso del lenguaje de los políticos neofascistas y su fracaso de dominio y control del lenguaje.
Compartir esta nota