Hay que decirlo sin rodeos: el guion cinematográfico no es una obra de arte. No lo ha sido, no lo es, y probablemente nunca lo será. Y no pasa nada. No hace falta que lo sea. El problema empieza cuando empezamos a disfrazar herramientas de arte, como si todo lo que participa en el proceso creativo de una película fuera automáticamente elevado, intocable, sagrado. Spoiler: no lo es.
Vivimos en tiempos donde cualquier cosa que huela a creatividad se autoproclama “arte”. Una campaña publicitaria, una charla TED, un pitch de Silicon Valley… hasta una buena ensalada puede ser “arte culinario”. En medio de ese delirio, se arrastra también el guion. El “alma del cine”, lo llaman. El “esqueleto de la obra”. Y ahí empieza el malentendido.
Una cosa es tener una buena historia. Otra, un buen guion.
Lo primero que hay que aclarar es que una buena historia puede ser arte. Las buenas historias son una forma antigua, esencial y profunda de arte narrativo. La historia de Edipo, de Antígona, de Hamlet. O incluso más cercanas: Breaking Bad, The Godfather, Parasite. Pero tener una buena historia no es lo mismo que tener un buen guion.
El guion no es la historia. Es la forma técnica en que se traduce esa historia para que un productor pueda presupuestarla, un director pueda filmarla y un equipo de cien personas pueda entenderla. Es una receta. Un plano. Un mapa. Puede haber arte en la historia, claro, pero el guion como documento no es el arte. Es la herramienta.
Y, ojo: también se puede tener una buena historia y al mismo tiempo un mal guion. Pasa todo el tiempo. Porque un guion no es malo solo cuando la historia es floja. Un guion puede ser desastroso aunque la historia sea potente. ¿Por qué? Porque hay una forma técnica y específica de escribir guiones. Porque en el mundo real, un guion tiene que cumplir ciertas funciones prácticas: estructura en tres actos, formato estándar (Courier 12, por supuesto), claridad de las acotaciones, duración calculable, desglosable para logística y producción. Un guion no solo se lee: se usa.
Así que por favor, dejemos de romantizarlo. El hecho de que un guion esté “mal estructurado” no lo convierte en una obra rebelde ni en un manifiesto artístico. Lo convierte en un problema para el productor.
Si se puede editar por comité, no es arte
El arte, nos guste o no, tiene una característica innegociable: es singular. Incluso cuando se hace en serie, como las serigrafías de Warhol, su valor radica en ser autónomo y no funcional. El arte no sirve para nada más que para existir. No se hace para que otro lo transforme, lo edite, lo use. Un poema es un fin en sí mismo. Un guion, no.
Un guion, desde su concepción, es un documento de trabajo. Lo escribes sabiendo que lo van a manosear: el productor va a pedir cambios, el director va a cortar escenas, el actor va a improvisar diálogos, el montajista va a reordenar secuencias. Y todo eso es parte del juego, claro. Pero si tu “obra de arte” puede ser modificada por un equipo de marketing o por el clima del día del rodaje, entonces no es una obra de arte. Es una pieza dentro de una cadena de montaje.
Hitchcock y la receta
Hitchcock lo decía sin pudor: “Para mí, el guion es simplemente una receta.” Así de claro. Y si alguien puede hablar del arte del cine con autoridad, es él. En sus conversaciones con Truffaut, queda clarísimo que lo que lo obsesionaba no era el guion, sino la imagen, el ritmo, el control del encuadre. En otras palabras: el cine como arte empieza cuando el guion deja de ser papel y se convierte en imagen y sonido.
Godard lo llevaba más lejos: “Escribir un guion es una forma de no hacer cine.” Y aunque la frase suene como boutade, tiene fondo. Para Godard, y para buena parte del cine moderno, la película no es una ejecución de guion, sino una forma de pensamiento visual. Si el arte del cine existe, existe en la película terminada. No en el documento técnico que sirvió para prepararla.
¿Y qué pasa con los grandes guionistas?
Charlie Kaufman escribe cosas brillantes. Guillermo Arriaga, también. Aaron Sorkin es un maestro del diálogo. Pero no estamos leyendo sus guiones encuadernados en bibliotecas, estamos viendo sus películas. Lo que nos emociona, lo que recordamos, lo que nos marca, no es el guion: es el resultado audiovisual. Es la actuación, el montaje, la música, la atmósfera.
Incluso Citizen Kane, cuya leyenda incluye una disputa legendaria entre Orson Welles y Herman Mankiewicz por la autoría del guion, no sería la obra maestra que es solo por el texto. El guion de Kane en papel es interesante, pero lo que lo vuelve inolvidable es la forma en que está filmado: los ángulos imposibles, los encuadres profundos, el trabajo de Gregg Toland, la audacia narrativa. El arte está en la pantalla, no en las páginas.
El guion es técnico. Funcional. Industrial.
El guion es, sobre todo, un instrumento industrial. Se escribe para poder ser desglosado: cuántos actores, cuántas locaciones, cuántas jornadas, cuántas noches, cuánto cuesta. Si no sirve para eso, no sirve para nada. Por eso existen manuales enteros sobre cómo escribir guiones “bien”: porque hay una forma estándar de hacerlo útil, no de hacerlo “bello”.
Puede que haya belleza en la precisión. En la economía del diálogo. En una estructura que funciona como un reloj. Claro que sí. Pero esa belleza no es arte: es artesanía. Como un reloj suizo, como una katana bien forjada. Admirable, sí. ¿Pero arte? No necesariamente.
El arte está en la película. Punto.
Todo esto no es un desprecio hacia el guion. Al contrario. El guion bien hecho es una herramienta poderosa. Es el punto de partida. Es lo que sostiene todo lo demás. Pero eso no lo convierte en arte, así como un plano de arquitectura no es una catedral, ni una receta es un plato gourmet.
El arte del cine está en el cine. En la imagen, en el sonido, en el montaje. En la experiencia final, no en los materiales intermedios. El guion no es una obra de arte. Es una hoja de ruta. Y esa hoja puede estar llena de potencial, pero el arte aparece cuando ese potencial se convierte en forma audiovisual.
Así que, por favor, dejemos de inflarlo. Celebremos su valor técnico, su potencia narrativa, su rol esencial en el cine. Pero llamémoslo por lo que es. Porque si todo es arte, entonces el arte ya no significa nada.
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