El problema de obtener explicaciones nuevas sobre un efecto ya antiguo es que resulta difícil demostrar que tal explicación es correcta
Richard Thaler

Si recreáramos la paradoja de  Irwin Schrödinger, y colocáramos en una  habitación herméticamente cerrada  a un “opositor”, de tal manera que no podamos ver del exterior su accionar; y suponemos que el individuo tiene unos papeles que, si los firma, acuerda con el gobierno. Si no los firma, se acciona una palanca donde equilibran venenosos expedientes. La pregunta es, ¿cómo está el opositor? Pues está como el gato de Schrondiger: medio liderazgo  muerto y medio vivo.

Aquí y allá aparecen conatos de acciones reivindicativas ciudadanas que necesitan de alguien que recoja la antorcha y guie los esfuerzos, hasta ahora espontáneos, a la obtención de unos resultados traducibles en políticas públicas. Pero estos sucesos solo pasan  a ser noticias de la semana sin que alguna estructura social organizada, o una figura con los dones de la capacidad ejecutiva, inteligencia y  carisma, los impulse y genere la confrontación democrática necesaria con el poder que pueda forjar equilibrio entre ciudadanía  y estado.

A cada instante el sistema pone a prueba a sus líderes, pero estos parecen dormidos por el somnífero liberado de un matraz que se quiebra en la referida habitación herméticamente cerrada, sin que podamos ver  los signos vitales de la oposición política.  Pronto se diluyen los objetivos del grupo descoyuntado que se convierte en una suma de individuos, lo cual puede  conducir  al debilitamiento del sí mismo, a la reducción del autoconocimiento y valores intersubjetivos. Caminando, de tal modo, al desbordamiento   generador de paranoia social y  detrimento de las metas nacionales.

En la legitimación de las relaciones de poder, y dentro del marco de la democracia, debe emerger un sujeto resultado de determinadas coordenadas históricas, capaz de mover la vida del grupo social hacia la consecución de metas colectivas. Un hombre con discurso y prestigio social e intelectual, catalizador de las relaciones que dan coherencia al grupo. Sin ese liderazgo, quien detenta el poder  se convierte en el oxímoron  del ogro filantrópico, y el socius deriva en oveja engordada para el cuchillo. La voz opositora es la dialéctica que deslinda democracia de dictadura.

La ausencia de liderazgo, encerrado en la caja de Schrödinger, medio muerto y medio vivo, parece una enfermedad de estos tiempos, patología casi terminal de una democracia falaz

El circulo vicioso es difícil de analizar. ¿Qué ocurrió primero, el grupo corrompido eliminó la posibilidad del liderazgo, o el líder envilecido arruinó la posibilidad de cohesión e intereses colectivos hacia una meta de bienestar común? No sabemos en qué momento se detuvo el accionar de las organizaciones opositoras que suponíamos como la sana acción de equilibrio en el supuesto sistema democrático: el disenso como generador  homeostasis  de las sociedades.

Empero, nadie ha decretado la muerte del liderazgo. No sabemos nada de su estado de salud. El poder finge tener con quien establecer su relación dialéctica, su contrapeso regulador y vigilante del exceso de poder, pero el diálogo ha devenido  monólogo y el líder opositor no alcanza a  hacer señal o gesto de su rol. En una psicología íntima, ¿qué  puede sentir un hombre al evadir su responsabilidad y callar ante el clamor que a cada momento  cita su nombre?

Peor que la ausencia de liderazgo es la apatía de los llamados “organizadores de masa”. Ya nadie quiere poner en sus hombros la responsabilidad de dirigir, construir estrategias para la obtención   de metas que redunden en beneficio colectivo. Pero tampoco puede avizorarse grupos humanos animados por la idea de pertenecer, reducidos a la conducta del voto y anulados en términos críticos, puesto que no cuentan con aparatos políticos, ideologías para organizar su imaginario, ni guía para la acción.

La figura de aquel que lidera era inherente a los asuntos  ciudadanos y a  la formación y surgimiento de la democracia.  Pero el callar en exceso en una cultura política es poco deseable  pues convierte la voz del poder en verdad absoluta. El líder debe entender su rol de vocero de la voz del pueblo. Incluso, en momentos en que el marginal no cuenta con las herramientas para organizar su voz propia, allí debe aparecer la conducta redentora de su decir.

La ausencia de liderazgo, encerrado en la caja de Schrödinger, medio muerto y medio vivo, parece una enfermedad de estos tiempos, patología casi terminal de una democracia falaz, brecha por donde asoma el peligro del leguleyo ascendiendo a curules, el populismo como síntoma del vacío. Todo esto  deja,  por esenciales ausencias, a la masa sin cantera, y  en tales espacios pugnan por ocupar podios malhechor pocas fichas y su manada de ciegos.  Explicaciones nuevas para un problema ya muy viejo.

No sé a quién le calzarán  estos versos de Miguel Hernández: Si abrí los labios para ver el rostro puro y terrible de mi patria, si abrí los labios hasta desgarrármelos, me queda la palabra.

czapata59@gmail.com

César Augusto Zapata

Psicólogo, poeta y educador

Piscólogo, escritor, poeta. Premio Internacional de Poesía Casa de Teatro 1994. Director de la Cátedra de la Edgar Morin, de la Universidad Autónoma de Santo Domingo.

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