Con Gaza y Beirut en el corazón
Este poético título corona el bellísimo artículo que Álvaro Vargas Llosa publicó en El País el 21 de abril para despedir a su padre, Mario Vargas Llosa. A lo largo del texto, Álvaro habla de la vida de su padre, dividiéndolo en tres figuras simbólicas: el Iluso, el Franco y el Hidalgo. Así, logra retratar la complejidad de este gran escritor hispano-peruano, ganador del premio Nobel de Literatura en 2010.
Los lectores de Vargas Llosa conocemos esa capacidad única de sus personajes para guiarnos en un “viaje al centro de la lectura”. Muy pocos logran lo que él consiguió. En La fiesta del Chivo, por ejemplo, vivimos lo que vive Urania: sufrimos, sentimos el sol dominicano, la represión trujillista, las vejaciones, la vergüenza, la sensación de ser nada, víctima de una dictadura cruel. Ese clima asfixiante, casi insoportable, está escrito con tal realismo que cala hasta lo más profundo del lector.
En El paraíso en la otra esquina o El héroe discreto, y sobre todo en El viaje del fin del mundo, otra de sus impactantes novelas, la protagonista renuncia a todo rasgo de feminidad para sobrevivir. Se corta el cabello, borra su identidad como mujer para evitar ser agredida. Y uno lo siente, lo vive, lo sufre con ella.
Podría continuar con una lista interminable. Los cuadernos de don Rigoberto, mi favorito, donde descubrimos a Egon Schiele, no solo es un viaje al arte, sino a la imaginación de un autor que sabía crear mundos irrepetibles. Vargas Llosa era único, un narrador no lineal, lleno de fantasía y sensibilidad.
Aunque sus posturas políticas eran, para muchos, incomprensibles e incluso repudiables por su giro hacia la derecha extrema, sus contradicciones eran profundamente humanas. Su ideología chocaba con la sensibilidad social y la capacidad de empatía que demostraba en su literatura.
Solo un hijo, con el amor y el dolor a flor de piel, podía escribir un adiós tan sublime, tan íntimo. Álvaro Vargas Llosa nos emocionó con su adios a “Varguitas querido”.
En estos tiempos de pérdidas colectivas e individuales nos volvemos más compasivos, más comprensivos. Lamentablemente, esos sentimientos suelen durar poco. Pronto volveremos a ser los de siempre: indiferentes, insensibles, sumidos en un egoísmo individualista en el que el único centro es nuestro propio ombligo.
Todavía tenemos tiempo de reflexionar. A menudo buscamos recetas para todo, pero la vida no tiene fórmulas. Es dura, injusta, y en ella deberíamos pensar más en la verdadera justicia, la social, la que protege a cada ser humano bajo un mismo cielo.
¿Cómo puede ser justo deportar a una mujer recién parida y clínicamente inestable, esté en situación legal o no? Doy las gracias al presidente de la Asociación de Médicos Dominicanos, Waldo Ariel Suero, el único con una postura crítica ante esta medida migratoria vergonzosa. Ese acto es, en sí mismo, el principio de la injusticia.
Adoramos a un Dios en cuyo nombre nos llenamos de odio hacia el prójimo. Otra contradicción humana que cuesta comprender. Que Dios tenga compasión de todos nosotros, con nuestras injusticias y contradicciones.
El Papa Francisco tenía previsto visitar la isla de El Hierro (Canarias), una de las principales puertas de entrada de inmigrantes subsaharianos a Europa, antes de que la muerte lo sorprendiera mientras dormía. Su viaje representaba un acto de amor y de fe. Él no veía amenazas en los inmigrantes, veía humanidad; como nos recordó tantas veces: “Son personas, son seres humanos”. Sin embargo, sus súplicas parecen haber caído en oídos sordos.
Que la tierra te sea leve, Francisco, faro de luz en la oscuridad.
Los niños de Gaza te van a echar mucho de menos. En los momentos más oscuros, decía él, “la esperanza nunca decepciona”.
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