Se acercan las navidades y una se encuentra volteando los cajones para sacar las luces que colgarán de un árbol. Yo miro las campanas, los duendes y las cajas de colores que se usan para preparar regalos y colocarlos al lado de un pequeño pesebre donde recreamos el nacimiento del niño divino. Es una linda época que acoge los misterios de la vida y los cierres de un ciclo. Es el tiempo para revisar los viejos adornos comprados en “El Rastro” y dejar aquellos que ya no se pueden colgar por el uso de años y los excesos de pegamentos.
Las tradicionales fiestas de navidad son un buen período para abrazar a los seres que amamos y que forman parte de esas redes de familiares y amigos en extenso. Es un tiempo para el silencio Es una geografía íntima que nos saca de los lugares ruidosos y estimulantes que nos distraen continuamente sin descanso, por tantas redes de comunicación que nos envuelven dentro y fueras de nuestras casas.
Lo cotidiano se hace ruidoso. Tenemos demasiadas cosas sucediendo allí afuera, por todas las conexiones que abruman en el internet y las innumerables vías para entretenernos como si fuéramos solo seres conectados a máquinas que no dejamos de ver, escuchar y tocar para alcanzar la nada. Los deseos se desbordan y los agujeros en la trama inconsciente tienen ventanas que se despliegan para vestirnos con esas ropas viejas que nos muestran el lugar por donde pasa el deseo.
La época de navidad evoca movimientos nuevos y viejos para sacar de nosotros eso que existe en lo íntimo, como sentido de nostalgia y alegría por el anhelo de los sueños.
La época de navidad evoca movimientos nuevos y viejos para sacar de nosotros eso que existe en lo íntimo, como sentido de nostalgia y alegría por el anhelo de los sueños. Es lo que acurrucamos en nuestro regazo para despedir el otoño, recibir la lluvia, tomar el abrigo e impulsar los espacios que dan paso a los inicios, al cambio que alientan el cuidado interior. La navidad me impulsa al retiro para conectarme con mi alma.
Es un momento de retraimiento que permite viajar hacia el interior, al lugar donde estamos y nos encontramos con el anhelo femenino que comulga con la naturaleza profunda del alma. Se puede realizar haciendo un retiro fuera de la casa, aunque prefiero crear el espacio en mi propio hogar. Es un retiro para mí misma. Es un momento de amor que arranca con los vientos, la lluvia y la última cosecha de la estación. Es el lugar donde no se miran las horas, porque estoy acompañada con mis libros de rezos, sin conexión y sin mediar palabras.
El silencio nos lleva a un espacio propio en el que volvemos a sentirnos conectados con el sentido del niño divino. El silencio nos provee de un lugar tranquilo para retomar las fuerzas que saludan los nuevos tiempos. Honramos nuestro ser cuando aceptamos el silencio y reflexionamos sobre nuestras propias vidas al conectar con la luz que proviene de un humilde pesebre en Belén. Yo acaricio el misterio del niño divino, porque sonrío y tengo paz frente a los ojos de Dios.
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