Dicen que el cambio es lo único constante. Las relaciones sociales no escapan a esa realidad. En ese caso específico, ¿estamos cambiando para bien o para mal?
La pregunta, además de pertinente, se ha vuelto urgente. La razón es sencilla: por más que logremos avanzar y contar con adelantos tecnológicos que nos ayuden a satisfacer necesidades, reales e inventadas, las relaciones con las demás personas siguen siendo imprescindibles para que nos mantengamos humanos.
Los gestos, las expresiones y hasta los pensamientos e ideas suelen tener base en las interacciones humanas. De ahí la importancia de establecer con claridad con quiénes nos relacionamos y cómo nos relacionamos, así como por qué y para qué nos relacionamos con esas personas. Sólo así lograremos comprender las implicaciones de los cambios en esas relaciones y trazar una ruta para lograr conexiones provechosas.
¿Cómo han cambiado nuestras relaciones sociales? Lo que hasta hace muy poco tramitábamos mediante interacciones cara a cara, encuentros comunitarios y lazos familiares definidos por la proximidad geográfica, hoy se presenta como paisaje complejo y multifacético, moldeado por la tecnología, los cambios culturales y nuevas dinámicas de vida.
La principal fuerza impulsora detrás de esos cambios es, sin duda, la explosión digital. La omnipresencia de los denominados teléfonos inteligentes y las redes sociales virtuales ha redefinido la forma en que nos relacionamos. Plataformas como Facebook, Instagram, TikTok y WhatsApp han acortado distancias geográficas y han permitido mantener el contacto con un círculo social mucho más amplio.
Lo que antes implicaba hacer una llamada telefónica, escribir una carta o enviar un telegrama, hoy es resuelto con un simple “DM” (mensaje directo) o se tramita con una videollamada y hasta con un “live” (transmisión en vivo). De hecho, cada vez menos personas usan las llamadas telefónicas tradicionales y hasta se ha vuelto “especie en extinción” el “teléfono fijo”.
Sin embargo, esta aparente ventaja tiene una doble cara. La comunicación digital, a menudo asincrónica y carente de las señales no verbales que enriquecen la interacción presencial, puede llevar a malentendidos y a una superficialidad en las conexiones.
A eso se suma el ritmo acelerado que se nos impone. Las exigencias laborales, la movilidad constante y la búsqueda de oportunidades han dispersado a las familias y a los círculos de amigos. Ahora dedicamos menos tiempo a las interacciones sociales presenciales. Ahora, las prioridades económicas generalmente desplazan las acciones orientadas al mantenimiento de las relaciones.
Asimismo, el aumento de la individualización y el énfasis en la autonomía personal han llevado a que las personas prioricemos nuestras metas y deseos individuales sobre las necesidades del colectivo o de la familia extendida. Eso debilita los lazos comunitarios y familiares tradicionales.
La polarización social y política, amplificada por las burbujas de filtro y los algoritmos de las redes sociales, también ha contribuido a la fragmentación de las relaciones. Las diferencias de opinión, antes debatidas en un contexto de respeto mutuo, ahora pueden convertirse en barreras infranqueables y hasta en altercados lamentables. Eso provoca autocensura y distanciamiento entre quienes tienen puntos de vista divergentes.
Así es como, por un lado, tenemos que la tecnología ha facilitado la creación de comunidades en línea basadas en intereses compartidos, permitiendo que individuos con pasiones o identidades de nicho encuentren apoyo y pertenencia “virtual”. Pero por el otro nos encontramos con una creciente epidemia de soledad y aislamiento social “real”.
A pesar de estar "conectados" a cientos o miles de personas en línea, muchos experimentan una profunda falta de conexión significativa. La cantidad de interacciones digitales no siempre se traduce en calidad, y la comparación constante con vidas aparentemente perfectas en las redes sociales puede generar sentimientos de insuficiencia, ansiedad y depresión.
Como consecuencia tenemos gran disminución de las habilidades de comunicación interpersonal. Lo que comenzó como una manera de entretener a infantes y hasta con la “justificación” de que “ellos nacen sabiendo manejar esos aparatos” se ha convertido en un muro que impide o, por lo menos, trastorna el entendimiento entre las personas.
Es por eso que los cambios necesitan clara orientación. Sin ella, cambiamos para mal. Con ejercicios como peñas entre amigos, tiempo sin dispositivos, intercambios intergeneracionales, entre otros, los cambios resultarían para bien.
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