
De lo que no se sabía entonces, o se sabía muy poco, es que el gobierno de la bestia también había intervenido a favor de Castillo Armas, que había puesto su granito de arena, que se había adelantado incluso a la iniciativa del imperio. Jacobo Árbenz había acogido con beneplácito a los exiliados antitrujillistas y representaba sin duda una amenaza para el régimen de la bestia. De hecho, en Guatemala los exilados de todos los países conspiraban alegremente y recibían ayuda y apoyo del gobierno. El gobierno de Árbenz representaba una amenaza para los tiranuelos de la región y para el peor de todos en particular. Árbenz, a quien acusaban de comunista, también amenazó de manera muy específica los intereses de la United Fruit y de los Estados Unidos con una reforma agraria inspirada en La Ley de Tierras de la administración de Abraham Lincoln, que se promulgó en medio de la Guerra Civil en 1862. Al final, sería Lincoln uno de los causantes de su derrocamiento.
Trujillo, según lo que dice Crassweller, había contribuido a la causa «liberacionista» de Castillo Armas con unos sesenta mil o ciento cincuenta mil dólares, con una jugosa cifra cuyo monto no ha sido posible establecer exactamente. Pero se trataba sin duda de una ayuda generosa que de seguro fue a parar mayormente a sus bolsillos. Otros afirman que Trujillo también le hizo llegar una incierta cantidad de armas y que empleó en él trámite al perverso Felix W. Bernardino.
La ayuda de la bestia no sería de ninguna manera determinante y ni siquiera importante para el triunfo de Castillo Armas, pero permitió que, en cuanto llegó al poder, la bestia se sintiera con derecho a intervenir en el escenario guatemalteco y hacer sentir su influencia. Además, Castillo Armas se apropió o tomó prestado uno de los lemas de la bestia (Dios, Patria y Libertad) y eso hizo que la bestia se sintiera con más derecho.
Muy pronto empezaron a llegar a Guatemala los tenebrosos agentes del gobierno de Trujillo y a mezclarse con los agentes guatemaltecos de la policía y los servicios de seguridad.
De acuerdo con testigos que estuvieron en el lugar de los hechos (y con informaciones del amable lector Tiburcio Soler), desde que las tropas de Castillo Armas tomaron la capital de Guatemala, Felix W. Bernardino y los agentes del gobierno de la bestia se dieron a la tarea de perseguir a los exiliados dominicanos que no habían podido abandonar el país. Algunos se habían refugiado oportunamente en embajadas y sufrieron el asedio de Bernardino. Bernardino llegaría a presentarse con una turba de facinerosos frente a las misiones diplomáticas con la inútil pretensión de que se los entregaran y repetía sus nombres sin cesar, los vociferaba más bien, valiéndose de un megáfono. Entre los mencionados se incluía a varios miembros del PSP: Félix Servio Ducoudray, su hermano Juan, Julio Raúl Durán, Pericles Franco Ornes…
Hay quien afirma que Skinner Klee, un renegado comunista a quien algunos apodaban «El Judas de Guatemala», se aprovechó de la «bondad y nobleza» de Castillo Armas para llevarlo a su perdición. No sería entonces un renegado, sino un agente de Moscú. Alguien que estuvo involucrado en la supuesta trama comunista para aislarlo de sus verdaderos amigos. La trama a la que se atribuye su muerte a manos de Romeo Vásquez Sánchez.
Lo cierto es que Jorge Skinner detestaba a Trujillo o por lo menos consideraba que no era una persona en la que se pudiera confiar. Además quería mejorar, en la medida de lo posible, la imagen del gobierno «liberacionista» de Castillo Armas y Trujillo no contribuía con ese propósito. Trujillo cargaba con un inmenso desprestigio y no era aconsejable como aliado, no era conveniente políticamente.
Trujillo deseaba ser invitado a Guatemala y pretendía que se le concediera por su buenos servicios la Orden del Quetzal, la máxima distinción honorífica que concede el gobierno de Guatemala. Igualmente pretendía que el veterano luchador antitrujillista Miguel Ángel Ramírez, que estaba en prisión en esos días, le fuera entregado a las autoridades dominicanas.
Jorge Skinner aconsejó y convenció a Castillo Armas de que desatendiera gentilmente todas las peticiones de la bestia. Y de este modo, Trujillo no fue invitado a Guatemala, se le negó la entrega de Miguel Ángel Ramírez y, lo que es peor, no se le concedió la anhelada Orden del Quetzal.
Skinner no lo sabía (o quizás lo hizo a propósito, si acaso es cierto que era un Judas), pero lo cierto es que el monumental desaire que se le hizo a la bestia tendría consecuencias que ni Jorge Skinner ni Carlos Castillo Armas podían imaginar.
El desaire enfrió las relaciones entre Guatemala y la República Dominicana, pero no impidió que siguieran colaborando. Nada parecía haber cambiado entre la bestia y el golpista presidente de Guatemala. Castillo Armas persistió en la lucha que junto a Trujillo y Somoza se libraba contra Jose Figueres para sacarlo del poder en Costa Rica. Incluso pensó en enviar contra Figueres un avión de la fuerza aérea, pero desistió de su propósito cuando el Departamento de Estado se opuso.
La noche que lo mataron, la noche del 27 de julio de 1957, tenía tres años en el poder. El supuesto matador, el mencionado Romeo Vásquez Sánchez, un probable agente de Moscú, llevaba, como ya se dijo, un diario en que confesaba abiertamente sus intenciones. Todo apuntaba en principio o quería más bien apuntar a un complot comunista.
Sin embargo, el diario resultó ser falso, la historia que contaba era falsa y se desmoronó rápidamente. El asesinato de Castillo Armas se convirtió por un tiempo en una especie de enigma.
Tres meses después ocurrió un suceso tan memorable como inesperado. Un oscuro sujeto, nombrado Narciso Escobar Carrillo, llegó herido de muerte a un hospital de Guatemala. Contó que lo habían ido a buscar a su casa dos personas que se habían identificado como policías, le pidieron que los acompañara y lo llevaron en auto hasta un lugar solitario, lo hicieron bajar del auto, le dispararon y lo dejaron por muerto. Pero Narciso Escobar Carrillo vivió y dijo lo suficiente para que se abriera una investigación. Muy pronto se pudo establecer una relación entre los hombres que lo mataron y Johnny Abbes García y el muy generalísimo Trujillo.
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