Olvidar ha sido históricamente sospechoso. En nuestra cultura, recordar se celebra como virtud y olvidar se condena como falla, es un síntoma de debilidad cognitiva, déficit moral o traición a la memoria colectiva. Sin embargo, los hallazgos de la neurociencia, la epigenética y la filosofía nos invitan a invertir el prejuicio porque olvidar no es decadencia, es condición de posibilidad para la vida, la inteligencia y la libertad. En lugar de pensar el olvido como pérdida, conviene reconocerlo como reconfiguración biológica, cuidado psíquico, selección narrativa y hasta resistencia política.

La neurociencia contemporánea ha mostrado que olvidar es un proceso activo y funcional. La poda sináptica, la despotenciación a largo plazo o la degradación selectiva de proteínas asociadas a la consolidación de recuerdos permiten filtrar lo irrelevante, reducir la interferencia entre trazas y mantener la capacidad de aprender lo nuevo (Frankland, Josselyn & Bradwejn, 2013). El olvido es, en este sentido, como economía de la memoria, señala que el cerebro no almacena todo indiscriminadamente, sino que regula. La patología no está en olvidar, sino en no poder olvidar. Los casos de memoria autobiográfica altamente superior (HSAM) muestran que el exceso de recuerdo puede ser una condena porque atrapados en detalles mínimos e irrelevantes, quienes padecen esa condición pierden la capacidad de abstracción y viven prisioneros de una memoria que nunca suelta (LePort et al., 2012).

La epigenética ha ampliado esta visión, afirmando que recordar y olvidar dependen de marcas moleculares que activan o silencian genes críticos para la plasticidad, como CREB y BDNF (Zovkic, Guzman-Karlsson & Sweatt, 2013). El olvido puede ser, así, un silencio reversible, un recuerdo que no desaparece, sino que queda en latencia, modulable por experiencias, fármacos o intervenciones. Estudios en modelos animales han mostrado que la inhibición de HDAC2 puede restaurar memorias aparentemente borradas (Guan et al., 2009). La biología nos enseña entonces que el olvido no siempre es definitivo, llegando a ser un recurso adaptativo, un resguardo temporal, incluso una puerta a la reparación.

La literatura anticipó estas intuiciones. Así, en Funes el memorioso, Borges nos advirtió que la memoria perfecta es una maldición. Funes, incapaz de olvidar, no puede pensar, porque carece de categorías que abstraigan lo múltiple en lo general (Borges, 1942). Borges entendió lo que luego confirmaría la neurociencia; esto es, sin olvido, no hay lenguaje ni juicio. La inteligencia se sostiene sobre la capacidad de dejar ir.

La filosofía ha profundizado el argumento en registros distintos. Para Husserl, olvidar es que algo deje de sostenerse como sentido en el flujo temporal de la conciencia (Husserl, 1928). Heidegger habló de una “desmemoria ontológica” en el sentido de que el hombre ha olvidado el ser mismo, perdido en la trivialidad de lo útil (Heidegger, 1927). Ricoeur mostró que toda memoria es narrativa. Para él, recordar es seleccionar y configurar; olvidar, entonces, no destruye, sino que decide qué ya no cuenta (Ricoeur, 2000). Nietzsche había advertido que sin la capacidad de olvidar, el hombre estaría condenado a la parálisis, porque la vida exige un “olvido activo” que permita actuar sin quedar petrificado por el peso del pasado (Nietzsche, 1874/1996). Derrida pensó el olvido no como vacío sino como rastro diferido (Derrida, 1967/1997), y Benjamin nos recordó que la memoria histórica está siempre atravesada por luchas, y que el olvido puede ser cómplice de la injusticia si borra a los vencidos (Benjamin, 1940/2009).

Desde la psicología clínica, esta tensión se vuelve tangible. La terapia de exposición, por ejemplo, se apoya en la capacidad del cerebro de desactivar asociaciones traumáticas, es decir, en aprender a olvidar. Ensayos clínicos han demostrado que, bajo ciertas condiciones, los recuerdos reactivados pueden entrar en un estado lábil y ser actualizados, fenómeno conocido como reconsolidación (Nader, Schafe & LeDoux, 2000; Monfils et al., 2009). En el ámbito clínico, la combinación de fármacos como el propranolol con protocolos de reactivación ha mostrado resultados alentadores para atenuar síntomas de TEPT, aunque con variabilidad en los efectos y necesidad de más replicación (Brunet et al., 2008). La paradoja es ineludible, apuntando que olvidar nos cuida, pero también puede destruirnos, como ocurre en el Alzheimer o en las amnesias disociativas.

En el nivel colectivo, el olvido se politiza. Maurice Halbwachs mostró que la memoria no es solo individual, sino social, y que las comunidades recuerdan y olvidan de manera selectiva (Halbwachs, 1992). Jan Assmann habló de memoria cultural, siempre administrada por instituciones, ritos y archivos (Assmann, 2011). Los monumentos, los museos, las efemérides y también las censuras son tecnologías de memoria y olvido. No se trata, entonces, de si olvidamos, sino de qué olvidamos y quién decide qué se olvida.

En la era digital, esta tensión se agudiza, vivimos en un tiempo donde todo queda registrado en huellas digitales, fotografías, bases de datos, redes sociales. Google y los algoritmos de vigilancia parecen diseñados para abolir el olvido. Pero un mundo sin olvido es un mundo sin perdón, sin posibilidad de recomenzar. De ahí la importancia de reivindicar el derecho al olvido, no como negación de la historia, sino como defensa de la libertad frente a la tiranía de la huella permanente (Mayer-Schönberger, 2009). El derecho europeo lo reconoció explícitamente en el artículo 17 del Reglamento General de Protección de Datos (UE, 2016) y en la sentencia Google Spain vs. Costeja González (TJUE, 2014). El olvido humano es creativo y flexible; la memoria digital es totalitaria y rígida. Resistir al archivo absoluto es preservar el espacio de la reinvención.

Reivindicar el olvido no significa glorificar la amnesia, sino reconocer que la vida requiere soltar. Olvidar es condición para que lo nuevo aparezca, para que el sufrimiento no se eternice, para que el pasado no asfixie el presente. Pero también exige responsabilidad, no todo puede olvidarse. Los crímenes de lesa humanidad, por ejemplo, no deben borrarse, porque su memoria es garantía de justicia. Entre el deber de recordar colectivamente y el derecho a olvidar individualmente se abre un campo de tensión ética donde se juega el futuro de nuestras sociedades.

Olvidar, en definitiva, no es un defecto, sino un arte. Es la arquitectura invisible de la memoria, el silencio que da forma a la melodía, la condición que nos permite actuar, pensar y narrarnos. En tiempos de saturación de memoria digital, el olvido vuelve a ser subversivo, nos recuerda que no todo debe quedar registrado, que la vida necesita espacios de sombra, intervalos de silencio, márgenes para recomenzar. Quien no olvida, no vive; quien sabe olvidar, se da la posibilidad de habitar el tiempo con libertad.

Referencias

  • Assmann, J. (2011). Cultural memory and early civilization: Writing, remembrance, and political imagination. Cambridge University Press.
  • Benjamin, W. (2009). Tesis sobre la filosofía de la historia. En Discursos interrumpidos I (trad. J. A. Sánchez). Taurus. (Original 1940).
  • Borges, J. L. (1942). Funes el memorioso. En Ficciones. Sur.
  • Brunet, A., Orr, S. P., Tremblay, J., Robertson, K., Nader, K., & Pitman, R. K. (2008). Effect of propranolol on posttraumatic stress disorder reconsolidation of traumatic memory: A pilot randomized controlled trial. Journal of Psychiatric Research, 42(6), 503–506.
  • Derrida, J. (1997). De la gramatología (trad. A. Prieto). Siglo XXI. (Original 1967).
  • Frankland, P. W., Josselyn, S. A., & Bradwejn, J. (2013). Forgetting: functional and adaptive. Nature Reviews Neuroscience, 14(7), 417–425.
  • Guan, J. S., Haggarty, S. J., Giacometti, E., et al. (2009). HDAC2 negatively regulates memory formation and synaptic plasticity. Nature, 459(7243), 55–60.
  • Halbwachs, M. (1992). On collective memory. University of Chicago Press.
  • Heidegger, M. (1927). Ser y tiempo. Niemeyer.
  • Husserl, E. (1928). Vorlesungen zur Phänomenologie des inneren Zeitbewusstseins. Niemeyer.
  • LePort, A. K. R., Mattfeld, A. T., Dickinson-Anson, H., et al. (2012). Behavioral and neuroanatomical investigation of Highly Superior Autobiographical Memory (HSAM). Neurobiology of Learning and Memory, 98(1), 78–92.
  • Mayer-Schönberger, V. (2009). Delete: The virtue of forgetting in the digital age. Princeton University Press.
  • Monfils, M. H., Cowansage, K. K., Klann, E., & LeDoux, J. E. (2009). Extinction-reconsolidation boundaries: key to persistent attenuation of fear memories. Science, 324(5929), 951–955.
  • Nader, K., Schafe, G. E., & LeDoux, J. E. (2000). Fear memories require protein synthesis in the amygdala for reconsolidation after retrieval. Nature, 406(6797), 722–726.
  • Nietzsche, F. (1996). De la utilidad y los inconvenientes de la historia para la vida. Alianza. (Original 1874).
  • Ricoeur, P. (2000). La mémoire, l’histoire, l’oubli. Seuil.
  • Unión Europea (2016). Reglamento (UE) 2016/679 del Parlamento Europeo y del Consejo, Reglamento General de Protección de Datos (GDPR).

Zovkic, I. B., Guzman-Karlsson, M. C., & Sweatt, J. D. (2013). Epigenetic regulation of memory formation and maintenance. Learning & Memory, 20(2), 61–74.

Pedro Ramírez Slaibe

Médico

Dr. Pedro Ramírez Slaibe Médico Especialista en Medicina Familiar y en Gerencia de Servicios de Salud, docente, consultor en salud y seguridad social y en evaluación de tecnologías sanitarias.

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