Inicié el año 2020 presentando un escrito en éste nuestro Acento.com.do con el título El Año de la Rata, recordándole a los lectores que así nombraban los chinos, según su viejo calendario, el presente tiempo que transcurre, el 2020.

Aproveché la ocasión para recordar y comentar la importancia de este roedor, que bien merece un premio Nobel si algún día lo dan a un animal no humano, de manera significativa (tanto en el uso común de la frase como en su acepción estadística) para el bienestar de todo ese conjunto de animales que llamamos Homo sapiens.

¡Me equivoqué casi totalmente y se equivocó el calendario chino!

No ha resultado el año de la rata, este es el año del virus.

Claro que mi error, quizás, no fue muy grande, pues total, el virus salió de China y aquí en nuestro país se han descubierto y han aparecido muchas, pero muchas ratas. Faltan aún muchas por salir y, en parte, el virus ayudó a sacarlas y es de los virus que quiero escribir hoy.

Muy pocas personas han visto con sus propios ojos un virus real. Son muy pequeños y hace falta un microscopio electrónico y mucha experiencia en su uso para visualizar uno, algo no al alcance de todos los países ni de todas las universidades de grandes países tampoco.

Lo primero es que un virus no es un bicho, no es un organismo, no está vivo. Muy pocos científicos, que los hay, sí lo consideran vivo, clasificándolo como un parásito intracelular, que perdió todos sus organelos y solo quedó como un esquema reproductivo. Pero el gran consenso es que un virus es algo no vivo, como una piedra. No se puede morir ni lo podemos matar porque nunca estuvo vivo y al no tener vida un virus no evoluciona ni sufre mutaciones por sí mismo. ¡Los virus cambian! Aunque quizás, como el concepto biológico de evolución y de mutación es tan conocido y usado en otros contextos, hasta en las principales revistas científicas se habla de su evolución y mutación, usando lenguaje común en una información que debería ser estrictamente ciencia, pero esas cosas pasan. ¡Hoy hasta los cosmólogos dicen que el universo evolucionó!

Hacer vacunas no es simple, lleva varios años desarrollarla y probarla para después industrializarla y repartirla por el mundo.

Me explico. Un virus es una molécula de ADN o de ARN rodeada de otras moléculas orgánicas que asemejan una membrana celular, pero que no lo es ni se comporta como tal, y por ello a esta envoltura se le llama cápsula. Una parte o una molécula de esta envoltura le permite anclarse en la membrana de una célula particular e introducir en ella su código genético y al tener todos los organismos el mismo programa que presenta la molécula interna del virus el interior de la célula no lo reconoce como extraño y comienza a leer y a producir moléculas que resultan en otros virus. ¡Son nuestras células las que forman más y más virus!  Así, un cambio en el virus es un fallo del mecanismo de nuestras propias células y deben de ocurrir miles de estos errores en cada organismo que reciba un virus.

La cantidad de copias que se producen dañará y explotará la célula, como una funda del super que llenamos demasiado de víveres. Y los virus liberados irán a las células vecinas y a otras más alejadas y hasta fuera del organismo hacia el ambiente. Y se repetirá el ciclo.

¿Y por qué un virus tiene ARN, ácido ribonucleico, un componente de nuestro código hereditario? Bueno, hoy se considera que al formarse al azar moléculas de ARN capaces de autoreplicarse, se inició la vida en nuestro planeta. Quizás entonces fueron los virus el primer grupo de moléculas donde todo lo vivo se inició…puede suponerse con cierto grado de optimismo que fue así como todo comenzó,

La enfermedad del virus SARS-COV-2, la COVID-19, ha resultado catastrófica para la humanidad, tanto por las células donde se instala en nuestro interior como por la facilidad de transmisión de estas partículas cuando hablamos, estornudamos o tosemos y en nuestras manos que, sin notarlo, las pasamos continuamente por nuestros rostros, por donde penetrará el virus por nariz, boca y ojos a nuestros cuerpos. Un rasgo fatal su forma de transmisión, en nosotros los humanos, primates sociales, que vivimos en grandes grupos y aglomeraciones, rozándonos unos a otros y tocando y gesticulando continuamente nuestras cabezas.

El sistema inmunológico, que es nuestro principal mecanismo de defensa, ataca al virus y nos ayuda a eliminarlo de nuestro interior, pero a veces, no con el éxito deseado si somos envejecientes (y con un sistema de defensas envejeciente, por supuesto) o si ya tenemos otros males crónicos en los órganos y sistemas donde el virus prefiere masivamente instalarse.

Desde que en los años 50 y 60 del siglo pasado cuando se produjeron vacunas para una serie de enfermedades en niños, no se volvió a poner mucho caso a los virus, hasta que en los 80 apareció el SIDA, para lo cual aún no hay vacuna, aunque si medicamentos, por múltiples razones que no vienen al caso.

Una vacuna, por lo general, es una parte de la cápsula de un virus que introducimos en nuestro cuerpo y así los mecanismos de defensa lo recordarán (sí, son células con “memoria”) y reconocerán cuando aparezca el virus completo en nuestro cuerpo y lo destruirán, por lo general rompiendo y digiriendo sus moléculas.

Hacer vacunas no es simple, lleva varios años desarrollarla y probarla para después industrializarla y repartirla por el mundo.

Ha sido único y casi increíble la velocidad con que muchos científicos del mundo han identificado el virus del Covid-19, han conocido su programa de ARN y su cápsula y se han dedicado a fabricar vacunas. Unos cientos de vacunas están en desarrollo. Constituye una clara muestra del avance y del estatus de la ciencia actual. Nos falta  tiempo aún para la vacuna. Pero el 2020 definitivamente será el año del virus y creemos y esperamos que ya no volveremos a descuidarnos con los virus, esas partículas tan fundamentales que pudieran destruir gran parte de lo que hoy reconocemos como humanidad.

Claro, sueño que no volveremos a descuidarnos, pero somos humanos…todo pasará y todo se olvidará, como siempre.