Cuando un escritor, en este caso poeta, se torna peligroso para sí mismo es digno de tomarse en cuenta. Es el caso de José Alejandro Peña, peligroso para sí mismo al poseer un mundo interior acompañado de un vendaval, una vena de creatividad inagotable que se oye a sí mismo del lado que le favorece y como le favorece todo, he aquí sus aciertos y desaciertos que esperan ansioso a un lector.
Desmenuzar sus poemas y empezar a “valorarlos”, cual diosa de Kavir de los cien ojos, es una labor de estudio profundo. El poeta José Alejandro Peña, nació en 1964, en Santo Domingo. Es autor de una abundante obra poética entusiasta, amena e incansable en torno a temas variados y marcados por la poesía moderna y los ismos más representativos del occidente. Eso incluye la poesía europea y latinoamericana, que les sirven de sustento a su imaginario, más una preocupación porque el poema colinde con el drama existencial, teatral y de soliloquio, cercano a la ironía, lo amoroso y puramente lúdico.
Toda su poesía, desde su primera hoja (a lo tratadito evangélico, llamado Poemastro (1984) e Iniciación final, luego Soñado desquite hasta su último libro que no ha publicado sin desmérito de este calificativo, demuestra tener una vena creativa a prueba de sequía, ininterrumpida, que nada ha podido agotarla.
He aquí su vasta obra: Iniciación final (1984); El soñado desquite (1986); Pasar de sombra (1989); Estoy frente a ti, niña terrible (1994). Si no yerro, esa es la poesía escrita en Santo Domingo y la escrita en Estados Unidos: Blasfemia de la flauta (1999); Mañana, el paraíso (2001); El fantasma de Broaduway Street y otros poemas (2002); La vigilia de todas las islas (2003); Suicidio en el país de las magnolias (2008); Trampantojo (2016); El caballo de Atila (2021); Dejad hablar al viento (2021); Esperpéntico antiarcangélico y sexualismo (2021); Pavor en el país natal (2021) y Amigos, amantes y demonios, segunda edición (2024).
Apabullante, ¿verdad?, pero no es la intención del poeta amigo, no. Es solo ser poeta, tener tiempo y un mundo interior con un vendaval incontenible, y qué bueno que así sea, pues escribe por aquellos a quienes les dan mucho trabajo hacerlo sin la calidad o con la calidad expresiva de José Alejandro.
A las afueras de su vida, José Alejandro Peña ha sido el único joven poeta, cuando fue joven, que en su momento quiso unir la vida del hombre con la del poeta. Es decir, ser poeta las veinte cuatro horas del día. Cosa que no tiene nada de malo, pero que al final termina colisionando con la realidad, terminando por salir la cabeza, la del hombre (que sufre) y la del poeta (que sueña), desprendida hacia un solo lugar, la realidad. No podía ser de otra manera. Es una sola cabeza, aunque aparente más de dos.
Lo conocí por vía de otro poeta, como se conoce a los poetas. No bien nos presentaron terminamos siendo amigos, escribiendo la poesía en los diálogos, en el emblemático sector de Cristo Rey, donde ambos vivíamos.
José Alejandro es anti teoría, aunque teorice o crea teorizar. Escribe y ya, con una intuición criminal. Por demás, poemas de una calidad expresiva inigualables, donde se esconde la palabra poética, casi siempre, de una forma huracanada. Su poesía es una tromba que moja todo lo que toca, exterior e interiormente.
Al señalar que era poeta de las calles de Santo Domingo, las veinte cuatro horas, me referí a que andaba cazando nubes, lluvias, truenos y relámpagos para la poesía en cualquier circunstancia del vivir. Podía aparecerse, entusiasmado hasta el éxtasis, a la puerta donde yo vivía (Calle 39), tocándola e invitándome a buscar la poesía en la vida, y yo, con el mismo talante e indiferencia, negarme, sin que él se ofendiera. La diferencia era de actitud hacia la vida, nada más, pero esa falta de solidaridad de ir de caza de musas nunca disminuyó nuestro cariño mutuo.
Fue el único poeta que bautizaba a cualquier desconocido o desconocida y lo encaminaba con un libro y después el alumno o alumna se creía superior. Indudablemente cosa de la poesía y de los poetas. Ahora viene a mi cabeza la siguiente interrogante: ¿dónde ha escrito, hasta ahora, José Alejandro sus mejores poemas, en el país o en los años viviendo fuera? Es decir, Estados Unidos de los legales e ilegales, nativos, negros y blancos y un largo etc. Donde usted despierta al mundo no necesariamente se produce o se crea lo mejor de una obra. Aquí nació el olor, el color, la textura de sus poemas. En Estados Unidos sus ambiciones de convertirse en un poeta de esos que creen que a todo se le puede cantar.
Cuando nos conocimos su padre administraba un garaje donde el poeta atendía un expendio de vender aceite y otros aditamentos para vehículos. Andaba con la poesía en cada palabra, gesto, juventud y melena negra reconocible a lo lejos, como una chichigua pretendiendo volar por encima del viento. Reitero cosa de poeta. Vivía junto a sus padres y sus hermanos frente al garaje. Como poeta fue exiliado de la casa materna, mudándolo los padres a una casita de madera, atiborrada con poemas pegados a las paredes. Poemas-ejercicios, que buscaban la vida a como diera lugar a través de la única puerta de la casita.
Conocí a su padre y cuando nos encontrábamos nos saludábamos, aunque nunca me llamaba por mi nombre sino por el de un joven poeta amigo de ambos. Nunca le dije que yo no era ese amigo, sino que recibía tranquilo el nombre. A los años, José Alejandro en el caminar un parecido con su padre, ya fallecido. A veces los hijos empiezan a parecerse al padre, en lo que menos puedan imaginarse.
¡Claro que José Alejandro Peña es poeta! Todo lo onírico que se quiera. Todo lo vital que se desee. Su poesía es un canto a un lado claroscuro del hombre, como una fiesta ininterrumpida de imágenes intuitivas de toda naturaleza. Son cantos al goce de la vida en todas sus facetas, hasta cuando quiere estar preocupado por algo, indudablemente que por la existencia.
Reconocer la validez del canto de los otros como una forma de reconocimiento al suyo es un mérito que no se le discute. Es lo más que caracteriza a José Alejandro Peña, honestidad hasta la médula de los huesos, tanta que ve poesía en cualquier sopa boba. Vive, reitero, descubriendo poetas, cual sea la razón, como si no bastaran los que hay. ¿Acaso hacen faltas poetas? Ya lo creo.
Por eso no hay que guardarle rencor. Lo salva esa calidez que siempre ha poseído y posee. Antes con esa rebeldía que se localizaba en su cabeza y ahora, aunque un poco más lenta, no deja de ser la de siempre, sosegada por los años.
Hace unos años largos que vive por los Estados Unidos, publicando y ayudando a publicar ediciones hermosamente editadas de poetas dominicanos y latinoamericanos. Haciendo de editor de sueños que es el oficio de poeta. Se le podría definir: “Yo soy el comienzo del día en la noche/ que se retrasa o muere”.
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