Pensar la política siempre ha sido una tarea bastante compleja, pues adquiere una pluralidad de formas institucionales, relaciones de poder, conflictos y solidaridad entre los individuos, a partir de una diversidad de teorías políticas, filosóficas, científicas, legales y morales que procuran regular las relaciones e interacciones sociales.
En los famosos diálogos de Platón, Trasímaco decía que la política es del que tiene la voluntad y el poder en sus manos y, por tanto del más fuerte: “En cada Estado, la justicia no es más que la utilidad del que tiene la autoridad en sus manos y por consiguiente del más fuerte”. Prosigue diciendo: “Él más fuerte hace las leyes cada uno de ellos en ventaja suyas, el pueblo leyes populares, el monarca leyes monárquicas.” Con estas declaraciones Trasímaco, estableció los fundamentos para la teoría del realismo político, que se mantiene hasta el día de hoy de manera diferenciada.
Durante el siglo XVII, con la obra política “El Leviatán”, adquiere fuerza el realismo político de Thomas Hobbes, que consiste en una forma de entender la política fundamentada a partir de una supuesta naturaleza humana, sin utopías ni idealizaciones morales ni religiosas. El autor comparte la idea que los seres humanos -por naturaleza- vivimos en guerra entre nosotros y contra los otros, que somos egoístas, desconfiados y, por tanto, priorizamos la competencia en oposición a la colaboración, preferimos la seguridad en detrimento de la libertad.
Durante este mismo período, también ha sido muy notable el aporte de Nicolás Maquiavelo en el auge del realismo político. Para el autor, la política hay que entenderla y practicarla tal como es y no como debería ser, sin utopías, ideales, ni valores morales. El poder del gobernante no puede guiarse por principios morales o religiosos; sino que debe actuar según lo exija los poderes fácticos –reales- y la necesidad de mantener el poder.
En la tradición sociológica, el realismo político adquiere vida en la teoría política de Max Weber de principio de siglo XX. El autor introduce una duda, un escepticismo sobre la política, pues entiende que se ocupa del gobierno de los hombres. De manera que la política trata de como legitimar el gobierno, el poder y la dominación de unos hombres sobre otros hombres. En ese sentido -con su peculiar escepticismo- opina que no hay encanto o compromiso con la democracia, tampoco con el socialismo, pues ambas son formas de dominación -legal, racional y burocrática- que legitima a la minoría política que tiene el poder político.
Con el advenimiento del nacionalismo, el socialismo y, el fascismo en la Europa del siglo XX, los sociólogos Italiano Wilfredo Pareto, Robert Michel y Gaetano Mosca, se encargaron de desarrollar una teoría política de las Elites en la tradición del realismo político. Los autores se interesaron por colocar el énfasis en el papel del poder de “las élites gobernantes”, los “líderes carismáticos” “las minorías selectas” y “las oligarquías” en la concentración y preservación del poder político.
Partiendo de una interpretación realista de la política –despojada de valores morales y religiosos- los autores conciben que no hay diferencia entre la democracia de partidos y el socialismo de Estado, pues ambas son dos formas de dominación de las élites o las oligarquías políticas. De ahí su apoyo al fascismo y al autoritarismo.
Desde Platón hasta la actualidad, el realismo político se ha fundamentado en la idea que los poderosos, quienes tienen el poder, hacen los que convenga a sus intereses grupales y personales. Esta forma de entender y practicar la actividad política, asume que la esfera política es el campo donde se expresan las luchas por los intereses de los gobernantes (Maquiavelo), los líderes (Weber), las élites (Pareto), los partidos (Robert Michel) y, la clase política (Gaetano Mosca).
De forma tal, que la esfera política está pensada como un espacio conflictivo, inestable, de predominios de intereses y ambiciones humanas. Por tanto, la “virtud de los políticos”, es decir “el éxito de los políticos”, no se mide por la realización de los ideales del bien común, la solidaridad entre los ciudadanos o sus aportes a la democratización de las sociedades, sino por su capacidad de mantener el poder político.
Desde la perspectiva del realismo político, la democracia, al igual que el socialismo, se asume como un “mito”, pues la política opera a partir de la lógica del Mercado, como un campo de disputas, de competencias, donde cada nación, grupo, clase social o líder político, busca imponer su poder y hacer valer sus intereses. Excluyendo la participación del otro: del extraño, el diferente, llámese el Estado o el Mercado.
En el marco de la crisis de los imaginarios de la vía socialista y, el creciente escepticismo sobre la democracia de partidos en la coyuntura actual, la retórica del realismo político se ha convertido en predominante en las instituciones políticas, los líderes políticos, la opinión pública y, en las formas de pensar y actuar de muchos ciudadanos dominicanos.
En la sociedad dominicana predomina el realismo y el pragmatismo político: se hace los que más convenga al partido y/o al líder del partido. Desde el autoritarismo de los treinta años de Trujillo, los doces de Joaquín Balaguer, pasando por la década del ochenta hasta la actualidad, las ideologías políticas que le daban sentido a la participación política de los ciudadanos, como el reformismo socialcristiano (PRSC), la socialdemocracia (PRD) y la liberación dominicana (PLD), han sido sustituidas por el pragmatismo, el clientelismo y el realismo político.
Y la pregunta que queda pendiente es: ¿cómo devolverle el sentido a la política? Y conectar con los ciudadanos en el marco de una estrategia democrática, donde podamos vivir juntos, aun siendo diferentes.
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