En América Latina y el Caribe, la infancia y adolescencia, palabras que deberían significar promesa, a menudo se escriben con fractura, con fisura íntima, que se filtra, que se arrastra, que atraviesa cuerpos y mentes en desarrollo, mucho antes de que hayan aprendido a decir “yo”.
País tras país levanta su “democracia” sobre ruinas que no se cuentan, sobre recuerdos que no se dicen, y los datos tiemblan, porque apenas rozan la superficie de lo innombrable.
La violencia no llega con disfraz ni cuchillo, tampoco se anuncia en los callejones, tiene la voz del primo sabio, La sonrisa del catequista amable, la mirada de la abuela, el olor del amigo de la familia. Habita la casa, se sienta a la mesa y usa los mismos cubiertos.

Entre el ruido del abanico y el olor a café recién colado, un infante o adolescente aprende que hay cosas que no se dicen.
Los espacios que deberían ser cobijo, la cama, el sofá, la habitación compartida, se vuelven trinchera y en ese teatro sin público se produce la doble herida: el acto, y la omisión, el daño y el pacto, porque la infancia violentada no solo sobrevive al trauma. También sobrevive al mandato de olvidarlo.
Pero… ¿por qué no lo perdonas? ¿Enserio, es para tanto? ¿Por qué sigues con el tema? ¿No crees que ha pasado suficiente tiempo ya? y así se re-victimiza a la víctima una y otra vez. Se le exige al herido que niegue, que termine de curar pues su dolor estorba. Que lo haga pronto de una vez por todas, que no moleste. Que no incomode la escena familiar, el grupo de amigos, o las reuniones de iglesia.
Y así el infierno se legaliza, en códigos penales como el recién aprobado por nuestro país. En iglesias que protegen al agresor, en familias que prefieren la reputación a la verdad, el abuso deja de ser un hecho aislado se convierte en sistema.
El trauma infantil rara vez se recuerda con palabras, se encarna, en problemas de aprendizaje, en insomnio, se refugia en la adicción, en un cuerpo que no se reconoce, en la soledad que se arrastra como sombra, en múltiples intentos de suicidio, en la dificultad para confiar sin temblar.
Es un lenguaje sin gramática, una herida muda, un eco que se repite. Lo trágico no es solo lo que pasó. Es no poder contarlo sin volver a morir un poco. Los factores de riesgo están ahí, sí: impunidad, machismo, desigualdad, adulto-centrismo, moral servida como castigo. Pero el peligro mayor es pensar que esto ocurre lejos, que no es en nuestra casa, que no es con los nuestros.
La violencia sexual contra la infancia no es una desviación del sistema es su reflejo. Y la víctima… no es cifra. Es un espejo que la sociedad se niega a mirar.
Rompamos el pacto de silencio reaprendamos a escuchar. No solo a la niña o niño que hoy aún no puede hablar. También al que vive escondido en cada adulto que sobrevivió, escuchar sin juicio, sin prisa sin anestesia con la ternura que no debería ser acto de resistencia, sino ley.
Porque todo pueblo que abandona a su infancia así, sin escándalo firma en silencio su propia sentencia ética.
Y, sin embargo, hay grietas por donde entra la luz, fundaciones como A Breeze of Hope a nivel continental en Bolivia, nos recuerdan que otra infancia es posible. Una que no tenga que sobrevivirse. Una donde nombrar el dolor no sea traición, sino justicia.
Una donde el castigo al agresor …sí, al agresor, no dependa del apellido ni del uniforme, ni de la institución que este o esta dirija, sino de una ética que se atreva a proteger a quien ha sido herido.
Reeducarnos no es solo una cuestión legal, es una forma de amar sin crueldad, de dejar de proteger al opresor por costumbre, de creerle a quien, con todo en contra, decide hablar.
Porque muchos de esos niños crecen y cargan culpas que no les pertenecen, y no, que te quede bien claro, no es tu mochila a cargar, es la mochila del agresor, nunca, nunca nada de esto fue tu Culpa.
Pero la esperanza existe, y empieza cuando alguien finalmente escucha sin juzgar, cuando se deja de callar. Sanar también es un acto político y profundamente humano, hagamos de la ternura una política y del cuidado, un derecho irrevocable.
Por ti Brisa, que sigues luchando y por todos aquellos que aun callan, y sufren en silencio. Hoy 9 de agosto, día en contra la violencia sexual de infantes y adolescentes, escuchemos sin juzgar, acompañemos desde la honestidad.
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