Tengo un sobrino nieto que me tiene el corazón llenito de amor, escuchar sus medias palabras al repetirlas cuando los adultos hablamos, sus risas, hasta su poco llanto, me encanta. La mirada pícara que busca atención o verlo correr con ese cuerpecito que ya tiene equilibrio a veces dubitativo y que él lucha para mantener en pie, pero que si cae mira solicitando ayuda para erguirse y arrancar a correr de nuevo. Toma objetos, explora, hace pequeñas travesuras, en fin, solo mirarlo y estar un ratito con él me llena de energía.
Y eso es la familia, un lugar donde buscamos el amor que necesitamos y a esta edad en que requerimos reparar los amores tronchados, perdidos o soltados y cuando tus nietos tardan en llegar, todo este amor no puede ser desperdiciado, yo solo lo tomé y me ha cambiado la vida.
Mi generación tuvo madres y padres que alcanzaron poco el acceso al afecto, por falta de información, la cultura de aquel momento y lo que significaba la paternidad y maternidad en esos años. Ellos al igual que nosotras, hicieron lo mejor que pudieron, nuestra ventaja ha sido la apertura para buscar ayuda, leer, estudiar, buscar soluciones y en ese camino vamos zurciendo dolores y carencias.
Mis hermanas y yo tuvimos el privilegio de tener una madre que al vincularse con sus nietas logró mirarse y en un hermoso acto de valentía nos pidió perdón por el amor dejado de entregar que ella, solo en la conexión con las niñas, sus nietas, nuestras hijas, logró abrirse al amor y expresarlo no solo a ellas sino también a nosotras. Aquella señora de más de 70 conversó con nosotras y reconoció lo que no había sido capaz de dar y que ahora, nunca tarde, estaba dispuesta a recuperarlo. Aprendió a expresarles cariño físico, algo desconocido para ella, las abrazaba, se volvió cariñosa, se reía con ellas, las cuidaba. Y un hito mayor, les decía verbalmente a las niñas y a nosotras que nos amaba y lo importante que éramos para ella.
Creo que ahí comenzó mi transformación en la experiencia del amor. Ella nos enseñó que con los nietos y las nietas se puede abrir el canal del amor que restaura las familias de generación en generación.
Lo que en mi ocurrió fue muy real al tener por primera vez en mis brazos a este bebé frágil, despertó en mi la ternura que era una emoción que hasta ese momento no estaba en mi repertorio y todo cambió, es como si mi mundo emocional haya sido impactado por este ser humano provocando una revolución que he cuidado desde entonces, pues no quiero perderla ya que siento me ha convertido en una mejor persona. Me ha hecho más sensible, cariñosa, más empática, hasta más ligera, tranquila y menos dramática. Es como si algo se abrió dentro de mí, alguna amarra se soltó y me ha permitido mirarme y mirar a las personas desde otro lugar y otro sentir.
Desde ese momento me he propuesto nutrir esta emoción ya que no quiero perderla, la quiero conmigo hasta el final de mis días y para esto me propuse un plan que voy llevando a cabo, hago contacto frecuente con mi sobrina y mi hermana para saber cómo está, casi le tengo un GPS para saber por dónde andan y ver si me uno las veces que pueda, hago publicaciones en redes sociales y me encanta lo que veo en mi rostro cuando estoy con él, en fin, este gran regalo que primero fue milagro, no estoy dispuesta a perderlo, al igual que mamá.
Y han seguido llegando, ya tenemos una nueva niña en la familia y seguiremos recibiéndoles, la familia seguirá ampliándose y en este proceso las adultas y adultos iremos recibiendo de ellos y ellas el amor que con entusiasmo nos compromete a dejarles una mejor versión en cada generación, una más cálida, más ligera, más libre para amar y ser amadas.
Compartir esta nota