En 1917, una vez consumado el casi incruento golpe de estado que se llamaría revolución rusa, mientras los bolcheviques se daban a la tarea de consolidar el poder, comenzó a organizarse un movimiento integrado por defensores del orden zarista, amén de liberales, socialistas, anticomunistas, monárquicos.
Era una coalición heterogénea denominada Movimiento Blanco, cuyo brazo militar, el Ejército Blanco, dio inicio a una sangrienta guerra civil que se extendió desde los albores de la revolución en 1917 hasta 1923.
En apoyo del Ejército Blanco, con el propósito de ahogar el socialismo en su cuna, se produjo en 1918 una intervención aliada multinacional. Catorce naciones (Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Japón, Italia, Canadá, Grecia, Rumanía, Serbia, China, Checoslovaquia, Finlandia, Australia, Polonia) ocuparon vastas regiones del territorio, desde la frontera occidental hasta la costa del Pacífico. Pero todo fue inútil.
Leon Trotsky, el estratega de la revolución, demostraría ser un gran estratega militar. En oposición al Ejército Blanco, crearía el Ejército Rojo, integrado por soldados y campesinos revolucionarios y por no pocos oficiales del ejército de los zares, es decir, con retazos de un ejército opresor convertido en ejército revolucionario. Trotsky, el ahora Comisario de Guerra, estableció su estado mayor en un tren blindado equipado con un formidable armamento, equipos de comunicación, imprenta, vehículos de motor y un pequeño avión plegable. En ese tren, un magnífico instrumento de combate y de propaganda, recorrió más de cien mil kilómetros, más de dos veces la vuelta al mundo, se trasladaba de manera expedita a los diferentes frentes de combate y donde llegaba imponía una férrea disciplina, transformaba los reveses en victorias. De poco le valió al Ejército Blanco el apoyo de los países interventores. Al cabo de varios millones de muertos, la contrarrevolución fue derrotada.
Pero lo peor no había pasado todavía. Lenin murió en 1924 y el mando quedaría en manos de Stalin, por desgracia. Stalin, una de las peores bestias que ha parido la historia, convertiría los sueños de redención de la humanidad en pesadilla. Lo primero que hizo fue apartar a Trotsky del poder, alejarlo, declararlo traidor y obligarlo a partir al exilio, perseguirlo a muerte toda la vida, hostigar hasta la muerte a sus hijas y a otros miembros de su familia y finalmente hacer que lo asesinaran en Ciudad de México. Después vinieron las purgas, las grandes purgas en el partido y el ejército, la eliminación del liderazgo central del partido, la época del gran terror y la colectivización brutal que dejó millones de muertos. En 1938 casi no quedaba ninguno de los bolcheviques originales vivos y numerosos coroneles y generales del Ejército Rojo habían sido suprimidos. Algunos de los que sobrevivieron, entre ellos Gueorgui Zhúkov y Konstantín Rokossovski, jugarían un papel de primer orden durante la Segunda Guerra Mundial.
La liberación de este territorio fue uno de los grandes hitos de la gran guerra patria. Bielorrusia estaba ocupada por el poderoso Grupo de Ejércitos Centro (el más poderoso de todos, con más de un millón de soldados) y había sido devastada y contra su población se habían cometido atrocidades.
El 22 de junio de 1941, al dar inicio a la operación Barbarroja, la muy planificada y arrolladora invasión alemana a la Unión Soviética, nada resistía al empuje de la formidable fuerza invasora, la más grande fuerza invasora de todos los tiempos. Hitler había planificado una guerra relámpago que terminaría antes del invierno. En poco tiempo los nazis ocuparon Kiev y casi toda Ucrania, sitiaron la ciudad de Leningrado, ocuparon Bielorrusia, Lituania, Letonia y Estonia, destruyeron ciudades, centenares de tanques y aviones, capturaron millones de soldados, ocuparon parcialmente el Cáucaso, destruyeron y trataron de tomar Stalingrado. El Ejército Rojo se desmoronaba. Los Untermensch no parecían capaces de oponer ningún obstáculo serio al aplastante avance de las hordas de Hitler.
Un primer tropiezo tuvo lugar en Moscú, en 1941, cuando las tropas de Gueorgui Zhúkov las hicieron retroceder. Fue una primera y pequeña y muy importante derrota, una que salvó la ciudad, la capital soviética, e hizo que el mundo contuviera la respiración.
Zhúkov era un general de mano dura, brillante y respondón, un genio militar y un maestro del engaño, un tozudo, el único general que le discutía las órdenes a Stalin. Sirvió en el Ejército Rojo durante la guerra civil y en 1939 había sido enviado a Mongolia, donde estuvo al frente de un ejército soviético-mongol que infligió una derrota terrible a las fuerzas de Japón y detuvo su expansión en Siberia.
En vano trató de alertar a Stalin sobre las intenciones alemanas de invadir la Unión Soviética y sobre las medidas que era necesario tomar para dirigir la defensa, una vez iniciada la invasión. Tras una o varias discusiones fue apartado del mando, hasta que, gracias a Stalin, se produjo el desastre de Kiev, la ocupación de Kiev y la pérdida de millones de soldados. Entonces sería nombrado en la Stavka, el estado mayor, el cuartel general supremo del mando militar soviético durante la Segunda Guerra, junto a varios generales y bajo el mando de Stalin, por supuesto, que muchas veces se mostraba reacio y otras veces, por fortuna, ponía la suerte de la guerra en sus manos, la del más brillante general soviético.
Fue Zhúkov, probablemente, quien intercedió para sacar de la cárcel al general Konstantín Rokossovski, quien cumplía cadena de veinte años por una supuesta traición que nunca reconoció a pesar de las torturas, de las costillas y los dientes rotos.
Zhúkov también fue responsable de la reorganización del maltrecho ejército rojo y junto a Rokossovski y Aleksandr Vasilevski, Rodión Malinovski, Iván Kónev, Vasili Chuikov y otros llevaron al Ejército Rojo de victoria en victoria, sin perder casi ninguna batalla, hasta las puertas de Berlín. Tras la derrota de Moscú, las fuerzas invasoras fueron derrotadas en Stalingrado y serían derrotadas en la decisiva batalla de Kursk y desalojadas de Bielorrusia.
La liberación de este territorio fue uno de los grandes hitos de la gran guerra patria. Bielorrusia estaba ocupada por el poderoso Grupo de Ejércitos Centro (el más poderoso de todos, con más de un millón de soldados) y había sido devastada y contra su población se habían cometido atrocidades.
Los generales soviéticos escogieron la fecha en que se cumplían tres años del inicio de la operación Barbarroja para lanzar la famosa Operación Bagratión, una de las más grandes y decisivas batallas de la contienda. Posiblemente una de las más ofensivas, inesperadas y devastadoras. Konstantín Rokossovski, junto a Zhukov y Vasilevsky, formó parte del comando estratégico y dirigió el primer frente de ataque. La victoria colocó a las tropas del Ejército Rojo en la frontera con Polonia y marcó el inicio de la retirada hacia Berlín y la capitulación final.
El descomunal esfuerzo de millones de campesinos, de millones de obreros cumpliendo en las fábricas horarios de infierno y el inmenso sacrificio del Ejército Rojo bajo la guía de brillantes generales permitieron a la Unión Soviética superar el amargo trance, aunque a un costo terrible. De hecho, la Unión Soviética, a pesar de los muchos problemas por los que había atravesado y atravesaba, después de una guerra civil, de las infames purgas y los millones de muertos por hambre, logró superar primero industrialmente y después militarmente a la primera potencia capitalista del mundo. Produjo más aviones, más artillería y todo tipo de armas ligeras, produjo «el mejor tanque todoterreno de la guerra», derrotó durante cuatro años seguidos a los nazis, los derrotó en invierno, en primavera, en verano y en otoño.
Hitler sabría al final cuánta tierra necesita un hombre. Pero muchos alemanes parecen haberlo olvidado
Compartir esta nota