Cuando oyes hablar de “cultura” entras a una dimensión en blanco y negro. Hay algo pobre, enfermo, descalabrado, como que chirria, frágil. A la cultura hay que “rescatarla”. Sí: lo mismo que rescatarías a tu suegro de un pijama party -aunque sospecho que a él le gustaría el relajo. O tal si estuvieras en alguna yola virándose y tratas de que no se te apague el tabaco.

A los culturosos le fascina hablar de raíces. Tienen unas fascinación más que botánica por quedarse ahí, justo desde donde arrancan las palmas, los cocos, los mangos. Pero si hay que volver a las raíces, ¿por qué no mejor quedarse en ellas? Si te sientes taíno, ¡dale al taparrabos! ¡hazle oyitos al Tetrapak de leche con tu meñique! ¿Pero de cuál raíz me hablan? ¿Tuve alguna vez alguna raíz? ¿Me vieron imitiar Bugs Bunny cuando se comía su zanahoria?

Y con la “identidad” te atiborran. No saben de Heraclíto, que nunca se pudo bañar él mismo dos veces en un río. Tienen una obsesión de espejos, de reflejos, quedarse en la foto: que la (te) estás perdiendo, que ya no eres el gordito aquel que salió mal en la foto de graduación, que tampoco eres aquel con la cara sucia de bizcocho sino el vivo retrato ¡de tu abuelo!

¿Pero de qué identidad, o foto, o país o paisaje me hablan, si todo se está moviendo, si el barrio ya no es el barrio, si ya todos solo aspiran al piso no sé cuánto en la torre tal y si alejada del Polígono, “mucho má mejol”? Dr. Herrera, ¡quédese en el condominio Hemingway!

Oh, sí, Charlie: hay que mantener, rescatar, darle respiración artificial a los valores, que nos faltan valores, en un país donde ni las monjas respetan los pasos de cebra.

Hay que acomodarse al lecho de Procusto de la dominicanidad. Por si las moscas: a Procusto, que tenía un cuerpo grandísimo, lo torturaban tratando de enchufarlo en una cama cada vez más pequeña, y lo que sobraba de la cama de lo iban cortando: manos, brazos, piernas, ¡oh Dios!

Lo dominicano es el uniforme, la buena máscara con la que soportas el himno nacional ahora reloaded, con un uncut director, ay, eso sí es bueno y largo, y peor para tu próstata.

Hablar de cultura en Dominicana es llevar tres saxofones a Jimaní para que los chicos se entretengan, dos trompetas para una escuela de música en Dajabón, tal vez para que la suenen cuando detecten algún haitiano en el patio del rancho, ¡oh la Virgen!

Hay que darle cultura a los niños y jóvenes, bono-libros en la Feria del Libro, millones en bono-libros para que dos o tres libreros se hagan millonarios vendiendo matatiempos, “Tus zonas erróneas”, y tal vez algún “Ideario de Duarte”, o no, porque esos los regalan, a falta de la “Cartilla cívica” de Trujillo.

Hacer cultura es boronear, dar su chin, o sus chines, repartir cinco mil pesos entre poetas jóvenes para que carguen sillas y micrófonos en la Feria del Libro, mandar una patana llena de picapollos para apoyar así las comparsas que disfrutarán de la gloria en el malecón, a pesar del solazo que ojalá y no los derrita del todo, porque recuerden “que los negros no se enrojecen, se ponen morados”, como decía Milton Peláez.

Oh arcángeles de la Cultura, repartiendo chelitos, dando chelazos, recordándonos todo lo que se nos pierde, expolia, se pierde, se diluye.

¡Oh Roberitico es mi pastor, y con el Pastor nada nos faltará, y con el Santo por dehesas de reposo, nos hará descansar, que solo falta el Ave para que se vista lino y lino se queda!

Si para aquella figura nazi había que sacar la pistola cada vez que alguien hablaba de Cultura, en mi caso, cada vez que oigo esa palabra, también me suena alguna ambulancia, o un camión de la Cruz Roja o la escena de Sim City donde recortan unos cadáveres porque no caben el baúl del carro.

Oh cultura que me combinas tan bien con fritura.

Miguel D. Mena

Urbanista

Editor, docente universitario y urbanista

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