Con frecuencia me veo repitiendo la frase de Confucio: “Cuando el maestro señala a la luna, el imbécil mira el dedo del maestro”.
Ahora los genios que somos solo miramos "la palma de Karmadavis", una especie vegetal rarísima, que ha jamaqueado plantas de todo tipo.
Con muchísima frecuencia me veo repitiendo una especie de mantra sobre la inteligencia en nuestro país: esos pensadores siempre en las olas, ese resentimiento que demuele los huesos. Siempre hay olas: premios, bienales. Y siempre ese “no debió ser así”, ese “quítate tú para ponerme yo”.
Pero tal vez no debí arrancar con este par de ideas sino con una más valiosa, curativa: no creo en los premios, ni en los concursos. Tampoco creo en ministerios ni oficiales ni oficinistas de la Cultura. Bienales y premiaciones en RD siempre serán el explota la funda y recoge lo que puedes. Remueve la tómbola, a ver si los chelitos alcanzan.
¿Promueven las premiaciones la creatividad o impulsan simplemente la competencia? ¿Podríamos sacar balance de los cientos de artistas premiados que nunca han pegado una en su vida? De los premiados en bienales dominicanas en los últimos 30 años y que están vivos solo Raúl Recio y Ulda Guzmán han logrado cruzar el charco. ¡Para muestra valgan dos botones!
Ahora en el patio criollo hay todo un revuelo porque se le ha conferido uno de los premios a David Pérez Karmadavis. ¡Por una palma! ¡Ay, por un maní, lo que ha pasado a mí!
Aclaro que desde hace añales las bienales de arte son tan importantes para mí como una Coca Cola para un esquimal. Sin embargo, creo preocupante la manera en que de un derecho a la crítica se ha brincado al “cuélguelo”. ¡Hasta el Colegio más inservible del país, el Colegio Dominicano de Artistas Plásticos, sin tomar en cuenta los principios de que “los bomberos no se pisan la manguera”, han pedido el retiro del mismo para Karmadavis! ¡Qué horror, como diría Tony Capellán!
David Pérez Karmadavis es un artista con creatividad reconocida y también con mucho coraje.
Aunque no me he tomado con él ni un jugo de pera en el colmado frente al obelisco, de su trabajo no puedo menos que decir: respeto.
Su propuesta ganadora, una palma-discurso cuestionante de la simbología trujillista, ha causado más revuelo que una alarma de ciclón anunciada por el COE.
Gracias a este escándalo, nuestros críticos de arte han emergido como moscas cuando dejo un guineo por la mitad. Junto a las moscas también han aparecido par de cacatas, águilas, todos yendo por la cabeza de Karmadavis.
En lo que el jurado, la Procuradoría y cuidado si el FBI se inmiscuye para determinar si algo olía a arte en la palma karmadavísica, pocos se han fijado en el texto. Solo por esas ideas se merecía ya un premio, porque son ideas que encajan en la más trágica cotidianidad del dominicano, en esa donde el trujillato vive, germina, se ha hecho naturaleza. “Es que no les da vergüenza”, bien que podría cantar Luis Terror Días.
Muy bien que las palmas existieran antes de Trujillo, pero será durante su Era que esa planta se convirtió en símbolo de regeneración, fálicamente, reciclando la idea del primer plantador de palma en Santo Domingo, ¡y en 1822! ¡Y un haitiano, Jean-Pierre Boyer! Pues sí, aunque usted no lo crea, el primer palmismo se produjo durante la Ocupación haitiana, porque nuestros ocupantes eran deudores de la Revolución Francesa, y allí uno de sus sustentos fue volver a una civilidad marginal a los dictados de la iglesia católica y romana.
Aquella “civilidad” de los haitianos impactó el medio urbano. Al tiempo que se instalaba la palma en la Plaza de Armas, o Plaza Mayor, luego Parque Colón, también al ocupante le preocupaba ofrecer a los muertos otra posibilidad que entierros católicos. De ahí se pasó a la creación del Cementerio en la actual Avenida Independencia, dividido desde un principio en cuatro zonas: para católicos, masones, protestas y judíos.
Para el trujillato la palma fue símbolo de regeneración nacional, frente a los ocho que habíamos pasado bajo el ocupante norteamericano y los otros días, con la estrella rutilante de Horacio Vásquez. La palma, y luego el Faro a Colón, se convertirían en puntales de la ideología trujillista. El malecón de Santo Domingo, levantado a pocos años después de iniciada la Era en 1930, se vería forrada por el nuevo símbolo. Frente a lo anárquico que eran las matas de almendra, mango, entre otras, la de palma ofrecía majestad, orden geométrico, uniformidad de sombras, toda una parafernalia para asumir la ciudad como la ciudad del tirano. La sinonimia entre palma y Ciudad Trujillo se hizo perfecta. Luego la palma mutaría en la simbología del Partido Dominicano, marcando monedas y papel monedas. Aquella cultura trujillista se siguió puntualmente cultivando después del 30 de mayo de 1961. Santo Domingo ya nunca dejaría de ser Ciudad Trujillo. Se ajustarían palmas donde fuera.
El Parque Duarte fue el primer laboratorio de experimentación de la nueva simbología. Como podemos apreciar, en este espacio había cierta variedad de plantas, al calor de sus más de 400 años de historia. Recordemos que el espacio pertenecía originalmente al Convento de los Dominicos, y que su conversión en “parque” se produciría ya entrado el siglo XX. Con la Era de Trujillo se materializará la forma definitiva, con estatua… y con palmas. En el mosaico de postales que compartimos puede apreciarse el proceso de “palmificación” que sufrió este sitio histórico.

La pieza de Karmadavis llama la atención sobre este fenómeno, devolviéndonos a una discusión que tenemos planteada ya desde el mismo 1930 y que afecta considerablemente a la ciudad. Durante la última reparación del parque, se han implantado nuevas palmas, que al parecer no darán sombras, debido a la extraña pequeñas de sus hojas. ¡Pero a quién le importará las sombras, si, total, nadie se podrá disfrutar ese espacio cuando haga sol, y por lo visto, tampoco por las noches! ¡Hay muchos pájaros en el parque y ninguno encuentra reposo en sus palmas!
Esperemos que los ahora expertos en si eso es o no es arte y si se merece el premio de la Bienal, también atiendan a esos contenidos cada vez más trujillistas de una ciudad desbocada, descolocada, como Santo Domingo, como sus habitantes.
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