Las cifras recientes del mercado laboral han sido presentadas como una señal alentadora en un contexto económico complejo. Sin embargo, cuando el empleo se observa más allá del volumen y se analiza su estructura y su capacidad real para sostener condiciones de vida dignas, emerge una lectura menos complaciente. Este artículo propone una revisión crítica del empleo que se está creando en la República Dominicana y de lo que revela sobre los límites del modelo productivo vigente.
Más personas trabajan y más empleos son formales, pero la mayoría se concentra en actividades de baja productividad y bajos ingresos. Son, en muchos casos, empleos que, aun siendo formales, funcionan como trabajitos en términos de ingresos y estabilidad. El resultado es un mercado laboral que absorbe mano de obra, pero que no logra transformar de manera sostenida el bienestar ni reducir la vulnerabilidad económica de cientos de miles de hogares.
En el debate sobre el crecimiento económico y el empleo en la República Dominicana, las cifras del mercado laboral suelen operar como termómetro inmediato del desempeño económico. Los datos más recientes han sido leídos, con razón, como una buena noticia: más personas ocupadas, una reducción relativa de la informalidad y señales de resiliencia en un contexto regional complejo. Sin embargo, toda cifra agregada exige una lectura más cuidadosa. Porque el empleo no solo importa por su volumen, sino por su estructura y por su capacidad real para sostener condiciones de vida dignas. Este capítulo propone precisamente ese desplazamiento: pasar del optimismo estadístico a una lectura crítica que confronte lo que muestran los números con lo que revela la estructura productiva y el tipo de empleo que efectivamente se está creando.
- Más empleo y mayor formalización: lo que dicen las cifras
El cierre de 2025 dejó una señal que, en apariencia, invita al optimismo. Los resultados más recientes de la Encuesta Nacional Continua de Fuerza de Trabajo reportaron niveles históricamente altos de ocupación y una reducción relativa de la informalidad laboral durante el período. En un entorno regional marcado por la desaceleración económica, condiciones financieras internacionales restrictivas y un clima persistente de incertidumbre, el dato fue interpretado como evidencia de resiliencia del mercado laboral dominicano.
No hay razones para cuestionar la validez de la encuesta ni la legitimidad de destacar avances cuando el contexto es adverso. Más personas trabajando y una mayor proporción de empleo formal constituyen, sin duda, logros relevantes. La cifra de ocupados —que ronda los cinco millones y pico de personas— refleja una economía con capacidad de absorción laboral incluso en fases de menor dinamismo externo. Sin embargo, como ocurre con todo indicador agregado, el dato plantea una pregunta inevitable: ¿qué tipo de empleo está detrás de ese crecimiento?
Reconocer la buena noticia no implica clausurar el análisis. Por el contrario, es a partir de esa constatación que resulta pertinente desplazar el foco desde el volumen hacia la calidad del empleo, y desde la formalidad estadística hacia sus implicaciones económicas y sociales más profundas.
- ¿En qué se emplean los dominicanos y dominicanas?
Cuando se observa la estructura del empleo, el panorama se vuelve más revelador. La mayor parte de los dominicanos y dominicanas se emplea en actividades de baja productividad, concentradas principalmente en el comercio, los servicios personales y diversas formas de autoempleo urbano y rural. Ventas minoristas en colmados y supermercados, tiendas pequeñas, restaurantes, salones de belleza, bancas de lotería, hoteles y servicios turísticos, agricultura de pequeña escala, transporte informal, carros de concho, motoconcho, choferes privados, plataformas de transporte como Uber, servicios de mensajería y reparto, pequeños negocios familiares, chiriperos y otras modalidades de autoempleo de subsistencia conforman el núcleo de la absorción laboral.
Se trata de actividades que se expanden con rapidez y requieren bajos niveles de capital y calificación. Esa misma característica explica su capacidad de generar puestos de trabajo, pero también sus límites estructurales: pagan poco, ofrecen escasa estabilidad y tienen una capacidad reducida para generar aprendizaje, escalamiento salarial o movilidad social. Incluso cuando estos empleos son formales, reproducen con frecuencia condiciones de precariedad económica.
En contraste, el sector industrial —históricamente el principal canal para elevar productividad y salarios en las economías que logran transformarse— mantiene un peso reducido en el empleo total. Las zonas francas muestran dinamismo y aportan puestos relativamente más formales, pero no alteran el patrón general. La estructura productiva dominicana sigue siendo intensiva en trabajo poco calificado y débil en capital, tecnología e innovación.
Esta configuración no es accidental. Refleja un modelo de crecimiento apoyado en sectores de bajo valor agregado, con limitada capacidad para sostener aumentos persistentes de productividad e ingresos. El empleo crece, pero lo hace mayoritariamente en segmentos que absorben mano de obra sin transformar de manera significativa las condiciones económicas de quienes trabajan.
- Trabajar y no alcanzar: empleo, canasta básica y pobreza
El punto más crítico del análisis emerge cuando se cruza el volumen de ocupados con la capacidad real de los ingresos laborales para cubrir el costo de vida. Una parte significativa de quienes trabajan —incluidos muchos empleados formales— percibe ingresos que no alcanzan para cubrir la canasta básica. En términos simples, muchas personas están ocupadas, pero muchas menos son las que su empleo les permite sostener materialmente una vida digna sin recurrir a endeudamiento, transferencias familiares o programas sociales.
Este cruce resulta fundamental para entender el alcance real de las cifras de empleo. La formalidad, aunque necesaria, no garantiza bienestar. El trabajo puede existir y, aun así, no cumplir su función básica de permitir la reproducción material de la vida. La situación es todavía más marcada en el empleo informal y en el autoempleo de subsistencia, donde la distancia entre ingreso y costo de vida se amplía y la vulnerabilidad económica se vuelve estructural.
Este desajuste ayuda a explicar un fenómeno aparentemente contradictorio. Aunque los indicadores de pobreza han mostrado una reducción en los últimos años, una parte importante de esa mejora no se explica principalmente por la generación de empleo de calidad, sino por el papel de programas sociales y mecanismos de protección. Estos cumplen una función indispensable como amortiguadores, pero también revelan un límite: cuando la reducción de la pobreza depende más de políticas compensatorias que de la capacidad del empleo para generar ingresos suficientes, el problema de fondo no es social, sino productivo.
El mercado laboral, tal como está configurado, absorbe mano de obra, pero no logra traducir el crecimiento económico en mejoras generalizadas y sostenibles de los ingresos. El empleo existe, pero su capacidad transformadora es limitada.
Las cifras de empleo pueden ofrecer alivio en coyunturas difíciles, pero no sustituyen el debate estructural que el país tiene pendiente. El verdadero desafío no es solo que más personas trabajen, sino que el trabajo permita vivir mejor, reducir vulnerabilidades y sostener trayectorias de progreso. Mientras el crecimiento económico continúe apoyándose en una estructura productiva de bajo valor agregado, el empleo seguirá creciendo y formalizándose, pero su impacto sobre los ingresos, la pobreza y la calidad de vida seguirá siendo frágil. Por eso, más que celebrar los números, conviene leerlos con cuidado: no para negar los avances, sino para reconocer sus límites y evitar que el optimismo estadístico oculte las preguntas esenciales sobre el desarrollo que la República Dominicana necesita.
Esta brecha entre trabajar y no alcanzar no es solo un problema laboral, sino una de las claves para entender la persistencia de la desigualdad en la República Dominicana. Cuando el empleo no genera ingresos suficientes, las diferencias sociales se reproducen incluso en contextos de crecimiento económico. En la próxima entrega, el análisis se desplazará hacia ese terreno: cómo esta estructura del empleo y del ingreso limita la capacidad del crecimiento para traducirse en bienestar compartido.
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