El siguiente artículo publicado en el periódico El 1J4 del 2 de agosto de 1962 sobre el legendario Cayo Báez, trasciende al héroe de la intervención militar norteamericana de 1916 pues engloba al campesinado dominicano, siguiendo lo consignado en su subtítulo. Elaborado con mucha pedagogía, el relato nos cuenta la desgarradora historia de un hombre que fue torturado por los marines estadounidenses en 1916, cuyas heridas en la piel constituían el testimonio vivo de la crueldad imperialista.
Tal como se puede apreciar, su humilde vida estuvo marcada por el trabajo agrícola en una tierra donde desde niño albergó la esperanza de vivir en paz y tranquilidad. Por supuesto, para el titán de Ojo de Agua el destino le había asignado la misma historia que a cientos de campesinos que fueron históricamente marginados, explotados y oprimidos por las élites criollas y los intereses extranjeros. En este sentido, todo lo que se recoge en su biografía nos reenvía a la historia colectiva de cientos de hombres y mujeres rurales que sufrieron el despojo y la represión más violenta durante la primera ocupación militar norteamericana.
A pesar del enseñamiento con que actuaron los marines, sometiendo por la tortura, el terror y el crimen contra los más humildes, en el caso de Cayo Báez, encontramos a un “Quisqueyano valiente” que se negó a traicionar a sus compatriotas, soportando estoicamente los machetes al rojo vivo que fueron colocados sobre su cuerpo, cuyas quemaduras y cicatrices sirvieron para testimoniar nuestra dignidad campesina. En el Movimiento Revolucionario 14 de Junio, gravitó siempre la idea que sin el campesinado no podría desarrollarse una auténtica revolución en el país. De allí que la narrativa nos conduzca a materializar los “sueños acariciados” por los trinitarios, que fueron los mismos que abrazaron los revolucionarios del 1J4 quienes siempre les otorgaron a los campesinos un papel central en la lucha por la liberación nacional y el socialismo.

Cayo Báez: Testimonio de la Barbarie Yanqui.
Su historia es la de cientos de campesinos dominicanos
Uno de los hombres más torturados por los yanquis fue Cayo Báez, en el Cibao. Su historia es la historia de los padecimientos de centenares de campesinos dominicanos durante los tiempos negros de la intervención militar del imperialismo yanqui en Quisqueya.
Cayo Báez constituye un pasaje de vergüenzas para el imperialismo yanqui. Este girón histórico representa en la convulsa y agitada historia dominicana todo un pretérito de dolores y humillaciones.
Cayo Báez nació en Guanábano, hoy Cayetano Germosén, allá por el año de 1892. O tal vez un poco después. Como la de todos los muchachos de los campos cibaeños, la infancia de Cayo Báez se deslizó en medio de guerras intestinas. Con un grupo de amiguitos, el pequeño Cayo se internaba en los montes en busca de nidos de rolas, y otras veces pescaba en las aguas del río cercano, mientras por su mente infantil cruzaban los pensamientos e ilusiones de lo que haría cuando fuera mayor.
Ya en la juventud, sus padres se trasladaron a la sección de Ojo de Agua, en la jurisdicción de Salcedo. Mueren sus progenitores y Cayo Báez se independiza, al dedicarse de lleno a la agricultura. Una agricultura de escasos recursos. Tiene mujer. Crea un hogar y se dispone a pasar su existencia entre el trinar de los pajarillos y el murmullo del arroyo cercano.
Un día negro
Pero llegó un día negro. El día en que Cayo Báez iniciaría su vida de mártir. En una noche cualquiera del año 1916, mientras todo era paz y tranquilidad en Ojo de Agua, cuando todos los vecinos del lugar dormían plácidamente botas militares resonaron en la única calle de la aldea, mientras fuertes golpes dados en las puertas de los bohíos con las culatas de los rifles despertaban sobresaltados a los sorprendidos habitantes.
En la puerta de Cayo Báez también resonaron las culatas y voces que hablaban en inglés rompieron la quietud de la noche con órdenes violentas e imprecación. Un intérprete que traducía esas órdenes llamó a Cayo Báez, le hizo abandonar la blandura de su catre. Al abrir la puerta, Cayo Báez fue hecho prisionero.
Enfrentado con el comandante del grupo de rubicundos yanquis, Cayo Báez fue invitado a contestar ciertas preguntas que perjudicaban a varios dominicanos, a quienes esperaba la muerte a manos de los imperialistas.
Los yanquis preguntaron por un parque imaginario. Cayo Báez no dijo nada. Fue amarrado y llevado en calidad de prisionero por la horda norteña. Al día siguiente, Cayo Báez, junto con otros vecinos del lugar, fue sometido de nuevo a un interrogatorio que no obtuvo respuesta alguna.
Airados, los yanquis sometieron al grupo de cautivos a espantosas torturas. Machetes calentados al rojo vivo fueron utilizados para achicharrar las carnes de los infelices. Un olor a carne quemada se difundió por las cercanías mientras las filosas hojas de los instrumentos agrícolas penetraban humeantes las carnes de las víctimas que no obstante el martirizante dolor que les producían las quemaduras y heridas, no dijeron nada de cuanto querían saber sus verdugos.
En pleno monte

Luego, abandonados en pleno monte, unos murieron poco después, mientras otros, recogidos por los vecinos, sobrevivieron. Entre estos últimos estaba Cayo Báez.
Atendido por doña Fefita González, hija de Pedro González, Cayo Báez, sanó poco a poco de sus heridas. Pero las lesiones sufridas tuvieron carácter permanente.
Cayo Báez fue mártir de la política imperialista de los Estados Unidos. Su caso conmovió profundamente el alma dominicana. Su foto publicada en la revista Letras, a las pocas semanas después de haber sido torturado, enardeció a todos los dominicanos. Fue el símbolo del campesinado, pisoteado, humillado y vejado por los yanquis.
La horda de bárbaros que arrojó el suelo patrio estaba integrada en su mayoría por soldados yanquis del sur de los Estados Unidos, por gente de esa tierra en que primaban la casta, la raza, el discrimen social, el orgullo fatuo.
Cayo Báez es un pedazo viviente de la historia de Quisqueya, de aquel pasado lleno de ignominias y de sombras. Tengamos presente el caso triste y aleccionador de Cayo Báez y luchemos como él con más fuerza que nunca, para desterrar de la Patria de Duarte las pezuñas de los vándalos que nos explotan.
La consigna Duartiana "Nuestra patria ha de ser siempre libre e independiente de toda potencia extranjera, o se hundirá la isla", debemos hacerla nuestra en la empresa de forjar el sueño acariciado por los héroes trinitarios. Que la dominicanidad florezca por los cuatro costados de nuestro país
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