El municipio Boca Chica, provincia Santo Domingo, existe en el imaginario colectivo como sinónimo de playa bajita con leve oleaje y blancas arenas. De pescado frito y yaniqueque. Pero también de alta contaminación, prostitución adulta e infantil, anarquía urbana insoportable y carestía de la gastronomía. No siempre fue así.

Por su cercanía al Distrito Nacional (30 kilómetros, al sureste), sin embargo, sigue como sitio ideal de miles de residentes en el Gran Santo Domingo. Sobre todo, de quienes no disponen de dinero suficiente o tiempo libre para recorrer 197 kilómetros hacia el extremo este, hasta las lujosas ciudades turísticas Punta Cana y Bávaro, en la provincia La Altagracia.

Pese a la mucha pobreza estructural perpetuada, deuda acumulada de planificación territorial con turistificación y gentrificación a cuestas, se nota un reverdecer inmobiliario (venta y renta corta) y sus exclusivos restaurantes siguen captando muchos parroquianos.

El Boca Chica caótico de hoy, resistido a morir, es resultado de lo que debieron hacer y no hicieron oportunamente los gobiernos nacional y local desde la declaración como parte del primer polo turístico, Costa Caribe, creado en 1973 mediante el decreto 3133, del presidente Joaquín Balaguer (Santo Domingo, La Caleta, Juan Dolio, San Pedro de Macorís hasta el río Higuamo y La Romana).

Revalorar la comunidad y lograr que se restaure la imagen en los públicos, ahora, debe pasar por repensar el municipio y hacer una inversión de gran calado con apego a la planificación y a la atención prioritaria a la sociedad bocachiqueña (167,000 habitantes,104,000 de ellos viviendo en la ciudad y el resto en su distrito municipal La Caleta y comunidades rurales, según el Censo Nacional de 2022).

Una tarea ciclópea inviable en el corto y mediano plazos, aunque hubiera voluntad, en vista del tamaño del desastre y el costo altísimo para la solución en un contexto de crisis económica y altas demandas sociales.

La iniciativa presente del Ministerio de Turismo (Mitur) de recuperación del malecón, tratamiento de aguas residuales y solución del drenaje y rescate de algunos patrimonios, con una inversión de RD$600 millones, sumada la declaración del ministro David Collado sobre su decisión de no irse de la institución sin lograr tal objetivo, representan un espaldarazo plausible que, sin embargo, debería asumirse solo como un punto de partida hacia el abordaje de fondo.

En Boca Chica, el Pedernales del extremo suroeste dominicano (Polo Barahona-Enriquillo-Pedernales), camino a convertirse en destino turístico, debería tener un espejo.

Con negativas experiencias a la vista, como la del polo Costa Caribe y del mismo Puerto Plata-Atlántico, que hoy luchan por recuperarse del grave marasmo, sin olvidar las falencias de origen del Macao-Punta Cana, sería imperdonable que en nuestra provincia nos “ahoguemos en un vaso de agua” y repitamos los mismos errores, sólo por testarudez, individualismo y fanatismo politiquero.

Pero en esa estamos: con pasión febril, negados a ser modelo de buen turismo para el mundo, pese a que tenemos la gran oportunidad de serlo.

Diferente a los otros, el proyecto de desarrollo turístico de esta provincia vecina del departamento sur de Haití ha sido planteado como sostenible y ha comenzado de cero. Maravilloso.

Son señales de ello la construcción del aeropuerto internacional, las obras hidrosanitarias (planta de tratamiento, acueducto, alcantarillado pluvial), las carreteras e incluso la terminal turística, más los procesos formativos para potenciales empleados de los complejos turísticos.

Exhibe, no obstante, una tronera que en poco tiempo arruinaría los avances registrados: lo sostenible que tantas emociones nos ha arrancado, sigue en el papel. Es muy alto del riesgo de caos y de un encarecimiento de la vida tal que -para los nativos- sería imposible vivir allí, salvo que sea en arrabales de la periferia bajo el agobio de la escasez de servicios básicos.

Señales ominosas son: la falta participación social real en los procesos, los puestos de trabajo mejor remunerados otorgados desde ya a foráneos, los negocios del puerto turístico en manos de influyentes externos, el anárquico crecimiento urbano, el muy equivocado enfoque comunicacional asumido, que es vertical, segregador, sin feed-back, de costo altísimo y solo reditúa cantaletas mediáticas espumosas para terminar como autoengaño…

Mal presagio, las frenéticas construcciones y remodelaciones para destinarlas al turismo, en los dos únicos municipios de la provincia, que carecen de sistemas de alcantarillado pluvial y sanitario y planta de tratamiento, y sufren grave déficit de viviendas.

Lo mismo con la carencia de auditorio para representaciones culturales, sitios para entretenimiento, estadios en condiciones, puesta en valor de sus atractivos en los dos parques nacionales (Baoruco y Jaragua) y una carretera alterna histórica hasta Duvergé, a través de Acetillar, por la sierra. Pese a la condición de provincia fronteriza estratégica fundamental para la seguridad nacional, solo cuenta con la interprovincial Barahona-Pedernales (124 km), en interminable proceso constructivos.

Urge que nos miremos en el espejo de Boca Chica. Urge que nos sentemos a evaluar bajo los criterios de la planificación situacional, no como simulación ni cumplido mediático. Por lo pronto, hay que equilibrar la carga, si mañana no queremos lamentar mientras mandamos al demonio a los funcionarios.

Tony Pérez

Periodista

Periodista y locutor, catedrático de comunicación. Fue director y locutor de Radio Mil Informando y de Noticiario Popular.

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